MATE

Decidí ignorar esa sensación y concentrarme en mi día. Sin embargo, mientras caminaba entre los árboles, no podía evitar mirar a mi alrededor con un extraño presentimiento.

Entonces, lo vi.

Estaba allí, de pie entre las sombras de los árboles, como si el bosque entero lo hubiera formado a partir de la noche misma. Mi corazón se detuvo por un instante. Era un hombre, alto y de aspecto intimidante, con una presencia tan imponente que hizo que mis pasos se frenaran. Sus ojos dorados brillaban con una intensidad que no parecía natural, como si fueran fuego líquido encapsulado en su mirada.

Mi primer pensamiento fue huir. Algo en mí sabía que no debía estar cerca de él, que este extraño no era alguien común. Pero no podía moverme. Era como si su mirada me hubiera atrapado, inmovilizado cada músculo de mi cuerpo.

–¿Quién eres?– Logré preguntar con una voz que sonó más firme de lo que esperaba. Sin embargo, mis manos temblaban ligeramente, apretando la taza de café como si fuera un escudo.

Él dio un paso hacia mí, y algo profundo, casi primitivo, en mi interior reaccionó. Era como si mi cuerpo lo reconociera antes que mi mente, como si una conexión invisible se tensara entre nosotros. Era aterrador y fascinante al mismo tiempo.

–Mi nombre es Andrew–, dijo, con una voz tan grave que resonó en el aire como un trueno lejano. –Y tú eres mi mate–.

¿Mate? Esa palabra me golpeó como un balde de agua fría. ¿Qué estaba diciendo este hombre? ¿Un mate? ¿Qué significaba eso? Una parte de mí quería reírse, como si fuera una broma absurda, pero otra parte, más profunda, sintió algo. Un tirón, un eco dentro de mí que susurraba que había verdad en sus palabras.

–¿A qué te refieres con mate?– Pregunté, retrocediendo un paso mientras él se acercaba.

–Compañera–, respondió, y había algo en su voz que me hizo estremecer.

Me había topado con un loco. Eso era lo que estaba pasando. Lo mejor sería alejarme y volver a la cabaña. Pero mientras me alejaba, algo en su mirada me atrapó. Había algo más allí. Una mezcla de determinación y… vulnerabilidad. Como si, a pesar de toda su fuerza y su aura intimidante, estuviera pidiendo algo que no podía poner en palabras.

–No puedo ser tu... lo que sea que estás diciendo–, dije, sacudiendo la cabeza. –Esto no tiene sentido–.

Andrew permaneció inmóvil, sus ojos fijos en mí, como si estuviera estudiando cada una de mis reacciones. –El destino no tiene que tener sentido–, dijo finalmente, y había una seriedad en sus palabras que hizo que un escalofrío recorriera mi espalda.

¿Destino? ¿Qué destino? Esto no podía estar pasando. Era una locura.

–Lo que tú digas, pero no tengo tiempo para cuentos de hadas–, respondí con un tono que intentaba sonar despectivo, aunque no podía ocultar el temblor en mi voz. –Tienes que irte o llamare a la policía–.

Él no se movió. Era como una montaña, inamovible, sólida. Sus ojos no dejaron los míos ni un instante, y algo en ellos me hizo sentir desnuda, como si pudiera ver más allá de mis palabras, mis miedos y mis excusas.

–Te estoy diciendo que eres mi mate–, repitió, esta vez con más firmeza. Su voz cambió, adquiriendo un matiz más áspero, casi animal. –Y no te dejaré ir tan fácilmente–.

Mi corazón latía con fuerza, como si quisiera escapar de mi pecho. ¿Por qué este hombre me afectaba tanto? Apenas lo conocía, pero su presencia me hacía sentir cosas que nunca antes había experimentado. Mi cuerpo lo reconocía de una manera que mi mente no podía comprender.

Y eso me asustaba.

–Esto no tiene sentido–, murmuré de nuevo, retrocediendo otro paso. Pero incluso mientras lo hacía, no podía negar que algo dentro de mí quería acercarse, tocarlo, entender por qué mi mundo parecía haberse dado vuelta en un instante.

Él dio un paso más hacia mí, y el aroma que había sentido esta mañana volvió a llenar el aire. Era él. Lo sabía con certeza ahora. Ese olor cálido, amaderado, que me había envuelto como un abrazo invisible.

–Déjame en paz– susurré, aunque no había verdadera convicción en mis palabras.