El Patito Feo De Sara.

Renata no podía quedarse de brazos cruzados. Las heridas físicas y emocionales del secuestro seguían latentes, y aunque había intentado mantener la calma, cada vez que recordaba lo sucedido, la rabia resurgía con fuerza. No entendía cómo Rodrigo había permitido que su hijo, Jorge, actuara con tanta impunidad durante tanto tiempo. Para ella, las palabras no eran suficientes. Jorge tenía que pagar por lo que había hecho.

Una tarde, Renata llegó a la oficina de Sara con determinación en su mirada. Rodrigo ya estaba allí, conversando con Sara sobre los próximos pasos para el negocio, pero el ambiente se tensó al instante cuando Renata irrumpió en la sala con un expediente en la mano.

—Hice la denuncia formal anunció sin rodeos, dejando el documento sobre la mesa frente a Rodrigo.

Rodrigo alzó la vista, sus ojos reflejando el dolor que sentía por la decisión de Renata.

—¿Era necesario llegar a esto? preguntó con voz grave, tratando de contener la emoción que amenazaba con desbordarlo.

Renata lo miró directamente, sin titubear.

—¿Me lo preguntas en serio, Rodrigo? ¡Por supuesto que era necesario! Tu hijo me secuestró , me puso en peligro, y encima saboteó nuestro trabajo. Si no hacemos algo ahora, ¿qué mensaje estamos enviando? ¿Que puede hacer lo que quiera sin consecuencias?

Sara, que había permanecido en silencio hasta ese momento, intervino con suavidad:

—Renata, entiendo tu postura, pero esto también es difícil para Rodrigo.

Renata giró hacia Sara con incredulidad.

—¿Difícil para Rodrigo? ¿Y qué hay de mí? ¿Acaso no importa que fui yo quien estuvo encerrada, me golpearon mi cabeza?

Rodrigo se levantó de su asiento, con el rostro endurecido.

—Renata, no estoy minimizando lo que sufriste. Pero sigue siendo mi hijo, y aunque sé que lo que hizo está mal, es complicado verlo enfrentar algo así.

Renata cruzó los brazos, su voz llena de sarcasmo.

—Complicado, dices. Bueno, entonces tal vez deberías haberle enseñado antes que no todo se soluciona con dinero y poder.

El ambiente en la sala se volvió insoportablemente tenso. Rodrigo, incapaz de responder, se retiró de la oficina sin decir una palabra más. Sabía que Renata tenía razón, pero eso no hacía menos dolorosa la situación.

Esa noche, Jorge fue arrestado. Cuando la policía llegó a su departamento, Jorge no opuso resistencia, pero su mirada estaba cargada de desafío. Al ser llevado por los oficiales, apenas dijo una palabra:

—Esto no cambia nada.

Rodrigo observaba desde su auto, estacionado frente al edificio. Sentía un nudo en el estómago al ver a su hijo siendo llevado a prisión. Aunque sabía que Jorge necesitaba aprender de sus errores, no podía evitar sentir que había fallado como padre.

Días después, Sara decidió visitar a Jorge en prisión. La noticia de su detención había causado revuelo entre quienes conocían a la familia, pero Sara había decidido actuar por su cuenta. Al llegar, Jorge la miró con desdén, sin molestarse en ocultar su desprecio.

—¿Qué haces aquí? preguntó con frialdad.

Sara se sentó frente a él, manteniendo la calma.

—Vine a decirte que te perdono.

Jorge soltó una carcajada amarga.

—¿Perdonarme? ¿Por qué? ¿Por arruinar tu precioso emprendimiento o por secuestrar a tu amiga?

Sara lo miró fijamente, sus ojos llenos de serenidad.

—Por todo eso y más. No lo hago por ti, Jorge. Lo hago por mí. No quiero cargar con el rencor.

Por un momento, Jorge pareció desconcertado. No esperaba esa respuesta.

—¿Y qué ganas con eso? preguntó, su tono menos agresivo.

Sara sonrió levemente.

—Paz. Eso es algo que tú deberías buscar también.

Antes de que Jorge pudiera responder, el guardia indicó que el tiempo de visita había terminado. Sara se levantó, dejando a Jorge sumido en un silencio reflexivo.

De vuelta en la oficina, Renata estaba sentada revisando unos papeles cuando Sara llegó. Al notar su expresión tranquila, Renata no pudo evitar preguntar:

—¿Dónde estabas?

—Fui a visitar a Jorge respondió Sara, dejando su bolso sobre el escritorio.

Renata dejó caer los papeles y la miró incrédula.

—¿Hiciste qué?

Sara se encogió de hombros.

—Quería hablar con él y decirle que lo perdono.

Renata se puso de pie, gesticulando con frustración.

—¡Por el amor de Dios, Sara! A veces pienso que naciste media tarada. ¿Cómo puedes ser tan buena gente? Ese idiota intento arruinar nuestras vidas, puso en peligro a todo lo que hemos conseguido con esfuerzo nuestro proyecto, y tú vas y le dices que lo perdonas. ¿Qué clase de lógica es esa?

Sara la miró con paciencia.

—Renata, no se trata de lógica. Se trata de seguir adelante.

Renata soltó una carcajada sarcástica.

—¿Seguir adelante? Claro, perdonemos a todos los que nos dañan. ¿Sabes qué pasará? Te pisotearán una y otra vez.

Sara se acercó a Renata y le puso una mano en el hombro.

—Renata, tú también deberías intentarlo. Perdonar no significa olvidar o justificar. Significa liberar tu corazón del peso del odio.

Renata se apartó, cruzando los brazos.

—Olvídalo. Yo no soy como tú, Sara. Soy demasiado rencorosa. Si alguien me lastima, no lo perdono. Punto esa es mi naturaleza.

Sara suspiró, pero no insistió más.

—Tal vez no ahora, pero espero que algún día cambies de opinión.

Renata no respondió, pero las palabras de Sara la dejaron pensativa, aunque jamás lo admitiría.

En los días siguientes, Rodrigo se esforzó por mantener sus negocios en pie mientras lidiaba con la situación de Jorge. Aunque visitaba a su hijo con regularidad, las conversaciones entre ambos seguían siendo tensas. Jorge aún no mostraba arrepentimiento, pero Rodrigo no perdía la esperanza de que el tiempo y la reflexión lo llevaran a cambiar.

Mientras tanto, Renata y Sara continuaron trabajando juntas. Renata no entendía cómo Sara podía ser tan compasiva.

A pesar de todo, ambas sabían que, a su manera, se necesitaban mutuamente. Renata admiraba la fortaleza de Sara, aunque no lo dijera, y Sara valoraba la lealtad de Renata, incluso con su carácter difícil. Juntas, enfrentaban los desafíos que la vida les ponía.

El camino hacia la redención no era fácil, pero tanto Sara como Rodrigo sabían que el cambio era posible, incluso para alguien como Jorge.