Dany es un adolescente nerd con una vida común. Lo único que desea en esta vida es lo que todo ser humano normal aspira y estima: paz.
Pero pareciera que nunca la tendría con Marcos dando vueltas: despiado, altivo, arrogante...
Porque Marcos era el típico macho de la escuela que jugaba fútbol. Ese tipo de chico que miraba a las personas como Dany como insectos.
No había manera de escapar de lo que se le venía encima o acaso si podría domar a la bestia.
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Lo que no digo
Narrado por Marcos
La primera vez que noté a López fue porque no se defendió.
Era segundo año, y Javi le había tirado el almuerzo al suelo solo por sentarse en "nuestra mesa". Esperé que gritara, que me insultara, incluso que me mirara con odio. Pero no. Danny López solo recogió su sándwich aplastado, se limpió las manos en el pantalón y se fue.
Patético, pensé entonces.
Ahora sé la verdad: él siempre fue más fuerte que yo.
Desde que Danny apareció en mi casa, mi cerebro no funciona.
—¿Marcos? ¡El desayuno! —grita mamá desde la cocina.
Le clavo la mirada al techo. Tengo el hoodie que le presté a López tirado en el suelo, donde lo arrojé anoche después de olerlo como un maldito psicópata. Todavía huele a él: a lápices y a esa loción de almendras que usa.
—¡Marcos Andrés!
Bajo las escaleras de dos en dos. Papá ya se fue (como siempre), pero su vaso de whisky dejó un círculo fantasmal en la mesa. Mamá me sirve café sin preguntar. Lleva el mismo camisón desgastado de hace tres años.
—¿Terminaste ese trabajo de literatura? —pregunta.
Asiento con la boca llena. No le digo que mi parte la escribí a las 2 AM, repasando cada frase que Danny puso en el documento compartido. *"García Márquez explora la soledad de los que fingen no sentirla"*.
Como yo.
Veo a López antes de que él me vea a mí. Está apoyado en su casillero, riéndose con Vale Mendoza. Lleva una camiseta holgada que se le cae de un hombro. *¿Siempre tuvo esa clavícula?*
Javi me golpea el costado.
—¿Vas a seguir haciéndote el tonto con lo de López?
—Déjalo ya —le digo, pero sueno cansado, no convincente.
—¿En serio? —Javi se acerca, voz baja—. Ayer lo oliste como si fuera tu droga, Rojas.
Me tenso. ¿Me vio? Se que antes de hacerlo en mi casa como un loco poseso, tuve la osadía de oler el pedazo de ropa llegando a casa. Pero eso me confirma que mi mejor amigo es un acosador.
Y que en un futuro si no se detiene lo golpearè.
—No sé de qué hablas.
—Todos lo saben —susurra—. Hasta Martina me preguntó si te gusta el maricón.
Antes de que pueda responder, Danny gira hacia nosotros. Sus ojos se agrandan al verme junto a Javi.
Mierda.
Le doy la espalda y me voy.
Me salpico agua en la cara. El espejo devuelve a un extraño:
Ojos inyectados en sangre (no he dormido).
Labios partidos (me los muerdo desde anoche).
Cuello tenso (como si llevara un cartel que dice "SOY UN COBARDE"
La puerta se abre. Es Martina.
—Los baños de chicas están al otro lado —digo automáticamente.
—Vine a hablar —cruza los brazos—. ¿Qué haces con López?
—Nada.
—Mentira. Lo miras como si… —hace un gesto vago—. Como si te hubiera roto algo.
Tiene razón. Danny me rompió el chip de bully perfecto que llevaba años interpretando.
—No es tu problema —gruño.
Martina suspira.
—Solo te aviso: Javi está planeando algo. Y esta vez, no te va a avisar antes.
Se va dejando un rastro de preocupación que me quema el estómago.
Flashback: Tres meses atrás:
La primera vez que lo dibujé*, fue después de que se desmayó en Educación Física.
Todos se rieron. Yo también. Pero en casa, garabateé su perfil en mi cuaderno de matemáticas:
Pestañas demasiado largas para un chico, Hombros estrechos bajo la sudadera azul y labios entreabiertos como si siempre estuviera a punto de decir algo importante.
Papá encontró el dibujo.
—¿Esto qué es?—lo rompió en mi cara—. ¿Quieres terminar como tu tío?
Esa noche me hice un corte al afeitarme "sin querer". Al día siguiente, le escondí el cuaderno de arte a López en los vestuarios.
Porque si él no puede ser libre, yo tampoco.
Regresando a la actualidad:
Vengo aquí para boxear contra un árbol. Los nudillos ya me sangran, pero el dolor es mejor que pensar.
Hasta que alguien tose detrás de mí.
Danny está ahí, con su mochila de Studio Ghibli y ojos como platos.
—¿Siempre golpeas plantas inocentes? —pregunta.
Me quedo helado. ¿Me siguió?
—Vete —digo, pero no sueno convincente ni yo mismo.
—No. —Avanza, lento—. Vine a devolverte esto.
Saca el hoodie. Mi hoodie. El que juré no extrañar. Ya eran dos en total.
—Te dije que te lo quedaras.
—Y yo te dije que no lo quería —responde, pero lo aprieta contra su pecho.
Hay moretones en sus brazos. Moretones que no estaban ayer.
—¿Quién te hizo eso? —pregunto, voz ronca.
Danny mira hacia otro lado.
—Caí de las escaleras.
Miente. Y los dos lo sabemos.
Antes de que pueda detenerme, le arranco el hoodie de las manos y lo empujo contra un árbol.
—¡Dime la verdad!
Sus ojos no tienen miedo. Solo… tristeza.
—¿Por qué te importa ahora, Marcos?
Porque…
Porque…
Porque te dibujo en mis cuadernos y odio que Javi te toque, porque tu voz es lo único que calma el ruido en mi cabeza y porque si dejo de odiarte, tendré que admitir lo otro.
Pero no digo nada.
Así que Danny se va. Y esta vez, soy yo quien lo mira desaparecer.
Hay tres cosas que nunca diré en voz alta:
Papá tiene miedo de que yo sea como el tío Ricardo, que se fue con un hombre y nunca volvió, veces fantaseo con que Danny me grite, para tener una excusa y tocarlo y si Javi lo lastima de nuevo… no respondo por mis acciones.