¿Qué pasa cuando la vida te roba todo, incluso el amor que creías eterno? ¿Y si el destino te obliga a reescribir una historia con el único hombre que te ha roto el corazón?
NovelToon tiene autorización de Daricha0322 para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
capítulo 10
Daniel cumplió su promesa a rajatabla. Durante los seis meses de tratamiento intensivo, no fue el esposo, sino el cuidador incondicional. Daniel se había ganado el respeto de todos en el hospital, desde los médicos hasta las enfermeras, por su devoción. Dormía en el sofá, gestionaba las citas y se convertía en el muro que protegía a Ana de la logística y el estrés.
Ana, por su parte, se aferró a la lucha. Pero, aunque apreciaba la dedicación de Daniel, el muro emocional entre ellos se mantenía firme. Él manejaba su cuerpo; ella guardaba su alma.
Fue en la terapia donde Ana encontró el espacio para ser completamente vulnerable. Francisco, su psicólogo oncológico, era un hombre tranquilo de voz profunda y ojos que transmitían una calma que no encontraba en ningún otro sitio. Él la ayudó a procesar la traición de Daniel, el miedo a la muerte y, sobre todo, la culpa de haberse aislado.
Francisco no la veía como la Jefa de Acero ni como la esposa traicionada; la veía como Ana, la mujer rota que buscaba la paz. Entre sesión y sesión, se forjó una amistad profunda. Francisco le enviaba libros, le recomendaba música y la animaba a dibujar, a encontrar la vida más allá del hospital. Ana sentía que él era el único que entendía el verdadero costo del acero.
Daniel lo notó. Veía a Francisco en las sesiones y sentía celos. Celos no de un amante, sino de un confidente. Daniel era el pilar físico; Francisco era el pilar emocional.
Una tarde, mientras Daniel estaba en una llamada en el pasillo, Francisco entró a la habitación de Ana para una sesión. Ana, exhausta pero lúcida, le confió su último miedo.
"El cáncer me quitó un año de vida y la ilusión de un matrimonio," dijo Ana. "Pero también me dio algo: me demostró que no necesito a Daniel para sobrevivir. Le debo a él mi vida, sí, pero no mi corazón."
Francisco escuchó, con la profesionalidad que lo caracterizaba. "Ana, la persona que Daniel fue y la persona que es ahora son dos hombres diferentes. Pero tú debes sanar para ti misma, no para complacer su redención."
En esa y otras conversaciones, Ana sintió la profundidad de la conexión. Y Francisco, a pesar de su ética profesional, se dio cuenta de que se había enamorado de la mujer fuerte y vulnerable frente a él. Él nunca cruzó la línea, pero su admiración era palpable.
Al cabo de seis meses, llegó la noticia: Remisión completa y estable.
La victoria fue celebrada con lágrimas y abrazos. Daniel, eufórico, le tomó la mano a Ana y la besó en la frente. "¡Lo lograste, mi amor! ¡Volvamos a casa! ¡Volvamos a construir nuestra vida!"
Pero Ana se retrajo ligeramente. La alegría era inmensa, pero también la claridad que había ganado.
Una semana después, ya fuera del hospital, en el salón de la mansión, Ana llamó a Daniel. Martín estaba en el jardín jugando.
"Daniel, el pacto terminó," dijo Ana, de pie, con la firmeza de la Jefa de Acero, pero sin la frialdad del desprecio.
"Lo sé. El pacto fue por la lucha. Ahora el pacto es por la vida," dijo Daniel, sonriendo, pensando que por fin vendría la reconciliación.
"No," replicó Ana. "El pacto de la lucha terminó. Y el de la reconquista... también."
Daniel se quedó helado. "¿De qué hablas, Ana? Estamos en remisión. Estamos juntos, hemos superado lo peor."
"Superamos mi enfermedad, no nuestro matrimonio," aclaró Ana. "Durante este año, me he dado cuenta de que, para sanar, necesito espacio. Tú eres el padre de Martín y el socio de la empresa. Pero para saber quién soy sin la enfermedad, sin la farsa y sin tu sombra... necesito mi propia vida."
Ana inhaló profundamente y soltó la bomba que Daniel no vio venir: "Me voy a mudar de la mansión. He comprado un apartamento cerca de la escuela de Martín. Me llevaré a Martín conmigo."
Daniel se levantó de un salto, sintiendo que el mundo se derrumbaba de nuevo, pero esta vez, por un rechazo que no podía combatir.
"¡No puedes hacer esto, Ana! ¿Por qué? ¿Qué he hecho mal ahora? ¡He estado a tu lado!" gritó Daniel, la desesperación en su voz.
"No has hecho nada mal, Daniel. Te has ganado mi respeto y mi gratitud. Pero la mujer que vivió aquí contigo ya no existe. La mujer que soy ahora necesita saber si puede ser feliz por sí misma. Eres libre. Pero yo no quiero seguir siendo tu esposa... aún no."
Daniel sintió un dolor agudo. La victoria sobre la muerte se sentía como una derrota personal. Ana se iba, y aunque esta vez era por sanación, no por huida, el desafío era mayor. Ahora, Daniel tenía que luchar no solo contra el recuerdo de su traición, sino contra la independencia recién descubierta de Ana y la presencia de un confidente que conocía su alma.