Reencarné como la villana y el príncipe quiere matarme. Mi solución: volverme tan poderosa que nadie se atreva a intentarlo. El problema: la supuesta "heroína" es en realidad una manipuladora que controla las emociones de todos. Ahora, debo luchar contra mi destino y todo un reino que me odia por una mentira.
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La Petición del Rey
Mientras la duquesa y el príncipe Alexander velaban a Irina en su habitación, el rey —un hombre de rostro severo marcado por la soledad y el peso de la corona— se dirigió al duque Viktor en el salón privado. La ausencia de una reina a su lado era palpable, una sombra silenciosa que siempre lo acompañaba.
"Viktor", comenzó el rey, su voz era grave y meditada. "Lo que tu hija ha hecho... trasciende la simple valentía infantil. Arriesgó su vida por la estabilidad del reino. Es un acto de lealtad tan profundo que, pese a su edad, merece un reconocimiento formal."
El duque asintió lentamente, sintiendo una mezcla de orgullo y aprensión. Sabía que este "reconocimiento" pondría a Irina bajo un escrutinio aún mayor.
"Cuando despierte", continuó el rey, "quiero hablar con ella. Quiero escuchar de su propia boca lo que sucedió en ese bosque. Y quiero concederle un honor acorde a su hazaña."
"Su Majestad es muy bondadoso", respondió Viktor, eligiendo sus palabras con cuidado. "Pero es solo una niña. El viaje y la herida han sido... traumáticos."
"Lo sé", dijo el rey, y por un instante, una chispa de algo que parecía empatía brilló en sus ojos. "Pero la fuerza no entiende de edad. Y esta alianza que ella ha ayudado a forjar es el legado más valioso que podríamos dejarle a mi hijo." Su mirada se dirigió hacia la escalera, en dirección a la habitación de Irina. Alexander era su único hijo, su futuro, y verlo ahí, preocupado por la niña, añadía otra capa de interés a la situación.
Arriba, en la habitación bañada por la tenue luz de la tarde, la atmósfera era completamente diferente. La duquesa se había desplomado en una silla junto a la cama, sosteniendo la mano inerte de su hija entre las suyas. Sus lágrimas caían silenciosas sobre la colcha, un río de alivio, miedo y amor incondicional.
"Mi pequeña valiente", susurraba una y otra vez, acariciando el pelo blanco de Irina. "Mi temeraria, tonta y maravillosa niña. ¿Por qué tuviste que ser tan fuerte?"
Al otro lado de la cama, de pie y con una rigidez que delataba su confusión interior, estaba el príncipe Alexander. Observaba el pálido rostro de Irina, tan diferente a la niña llena de vida que lo retaba a duelos absurdos y lo arrastraba a aventuras. La veía vulnerable, y esa vulnerabilidad le producía una sensación extraña y protectora que no sabía cómo nombrar.
La duquesa, entre lágrimas, alzó la vista hacia él.
"Ella...siempre habla de usted, Su Alteza. De sus entrenamientos. Le admira mucho."
Alexander no supo qué decir. ¿Admiración? ¿Era eso lo que sentía él ahora? Ya no era solo curiosidad o diversión. Era algo más complejo. Verla así, habiendo enfrentado un peligro real del que él solo conocía versiones edulcoradas en sus lecciones, la hacía parecer... más real. Más importante.
El rey, abajo, veía en Irina una pieza clave para el futuro del reino y una influencia positiva en su serio hijo.
La duquesa,arriba, solo veía a su hija, a la que deseaba proteger del mundo y de su propia osadía.
Y Alexander,atrapado entre ambos, veía el comienzo de un misterio que estaba decidido a descifrar.
Mientras Irina dormía, ajena a todo, las piezas seguían moviéndose a su alrededor. Había despertado el interés del rey, había consolidado el amor de su madre y había plantado en el corazón de su prometido una semilla de admiración y determinación que pronto comenzaría a brotar. El reino entero aguardaba, conteniendo la respiración, el despertar de la pequeña heroína del norte.
La primera sensación de Irina fue la suavidad de su propia cama. La segunda, el peso de una mano grande y callosa sosteniendo la suya. Irina parpadeó, alejando las últimas brumas de un sueño sin forma. Su padre estaba allí, dormitando en una silla junto a ella, con el rostro marcado por la preocupación y el cansancio.
Al sentir su leve movimiento, los ojos del duque Viktor se abrieron de par en par. Sin decir una palabra, se inclinó y la envolvió en un abrazo tan fuerte que a Irina casi le faltó el aire. Podía sentir su cuerpo temblar.
"Pequeña nevada...", murmuró su voz, ronca por la emoción, contra su pelo. "Nunca más... Nunca más te mandaré a un lugar peligroso."
Irina se rio, un sonido débil pero genuino, y devolvió el abrazo con su brazo sano.
"Te salvé,papá. Hice lo que pude."
El duque se separó, sosteniéndola por los hombros para mirarla a la cara. Sus ojos, usualmente tan seguros, estaban llenos de una mezcla de amor, orgullo y una pregunta que lo había estado carcomiendo.
"Irina... ¿cómo lo supiste?" La intensidad de su mirada era abrumadora. "¿Cómo supiste del ataque en el Paso del Cuervo Negro? No fue un presentimiento, fue... certeza."
Irina mantuvo la calma. Había ensayado esto mentalmente. Abrió sus ojos azules todo lo que pudo, imitando la inocencia más pura.
"Fue en un sueño, papá. Un sueño muy vívido." Su voz era un hilo de convicción infantil. "Soñé con el paso, con los hombres malos... y soñé que te... que te ibas y no volvías." Bajó la mirada, fingiendo un escalofrío. "Fue tan real que supe que tenía que ser verdad. No podía dejar que pasara."
Era la mentira perfecta. ¿Qué adulto puede discutir con la lógica de los sueños de un niño? Especial con una niña que acababa de demostrar que sus "corazonadas" tenían un fundamento aterradoramente preciso.
El duque la miró fijamente, buscando cualquier atisbo de falsedad. Solo encontró la sinceridad bien actuada de una espía de cinco años. Respiró hondo, aceptando, por ahora, la explicación sobrenatural. Pero había otra pregunta, más peligrosa.
"Y la magia, Irina..." Su voz bajó a un susurro. "Esa... oscuridad. Esa no era la magia elemental que te enseñaron. ¿De dónde salió?"
Aquí, Irina optó por una verdad a medias, entregando una confesión impactante pero que ocultaba la verdadera locura: su reencarnación.
Se encogió de hombros, con una naturalidad pasmosa. "Bueno, es que los libros de la biblioteca principal ya me los había leído todos. Ya domino todo lo de ahí." Vio cómo los ojos de su padre se abrían un poco más. "Así que un día, aburrida, estaba buscando un libro nuevo y... encontré un botón raro detrás del estante de historia antigua. Lo empujé, y ¡pum! Apareció un pasadizo."
"¿Un... un pasadizo?", repitió Viktor, palideciendo.
"Sí! Lleva a una habitación secreta llena de libros mucho más interesantes. Con hechizos fuertes. Los de 'afuera' ya eran fáciles, así que empecé a leer esos. Y ya me los sé todos también."
Hubo un silencio absoluto.
El duque Viktor Sokolov, un hombre que había enfrentado ejércitos y bestias, se quedó mirando a su hija. Su cerebro procesó la información: Pasadizo secreto. Libros prohibidos. 'Ya me los sé todos'. El mundo le dio una vuelta completa. Se llevó una mano al pecho, sintiendo una punzada genuina de pánico.
"¿T-Todos?", logró balbucear.
Irina asintió con entusiasmo, con una sonrisa de "¿no es genial?" en su rostro. "Sí. Son más divertidos. Hacen cosas que los otros no."
Por un momento, el duque pensó seriamente que su corazón iba a declararle la huelga definitiva. Su hija de cinco años no solo era una prodigio de la espada y una estratega nata, sino que también se había auto-graduado en Magia Prohibida Avanzada por correspondencia.
está historia me hizo recordar los procesos que muchos pasamos 😭😭