Siempre pensé que mi destino lo elegiría yo. Desde que era niña había sido un espíritu libre con sueños y anhelos que marcaban mi futuro, hasta el día que conocí a Marcelo Villavicencio y mi vida dio un giro de ciento ochenta grados.
Él era el peligro envuelto en deseo, la tentación que sabía que me destruiría, y el misterio más grande: ¿Por qué me había elegido a ella, la única mujer que no estaba dispuesta a rendirse? Ahora, mí única batalla era impedir que esa obligación impuesta se convirtiera en un amor real.
NovelToon tiene autorización de Crisbella para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capitulo XII Falsa paz
Punto de vista de Diana
Mi matrimonio con Marcelo era el mayor error de mi vida, pero ya no podía arrepentirme. Era eso o terminar en la cárcel. Al menos, casada con él solo estaría un año; era infinitamente mejor que pasar diez años encerrada por una deuda que ni me incumbía, y todo por no prestar atención a las malditas letras pequeñas.
Ahora, debía resignarme a estar al lado de un hombre tan egocéntrico como Marcelo. Él de verdad piensa que con sus juegos de seducción caeré en sus redes, pero está muy equivocado. Después de lo que me sucedió con Sergio, juré no volver a enamorarme de nadie y mucho menos confiar en un hombre.
Aunque no puedo negar que Marcelo es un hombre muy interesante. Los besos que nos hemos dado han sido tan intensos que, por segundos, me ha hecho sentir viva. Algo que no había sentido ni siquiera con Sergio. Sin embargo, debía mantenerme firme ante mi ahora esposo. Él es un mujeriego acostumbrado a meter en su cama a cuanta mujer se le pasara por el frente, y yo iba a ser una más en su lista.
El día del falso matrimonio fue algo muy extraño que terminó con nuevas reglas. No le permitiría que me maltratara por ninguna razón; él debía medir su fuerza y entender que no era una más de sus posesiones con la que podía hacer y deshacer.
Después del altercado que tuvimos con su padre, me llevó al aeropuerto. Al principio me mantuve alejada de él; no quería tenerlo cerca, quería evitar por todos los medios cualquier tipo de contacto. Sin embargo, la vida nuevamente me puso en una situación difícil. Los periodistas habían descubierto dónde estábamos y nos estaban siguiendo los pasos, por lo que me tocó actuar como una mujer enamorada. Era triste saber que mi vida ahora se trataba de solo actuar.
Tomar su mano y fingir esa sonrisa fue fácil, dolorosamente fácil. Había pasado tanto tiempo fingiendo ser la hija perfecta de los Vega que este nuevo papel de "esposa feliz" me resultaba familiar.
Una vez dentro del avión, el ambiente cambió. Nos sentamos en los asientos de cuero más lujosos que había visto jamás. Él se quitó el traje de la boda y se quedó en camisa, con los dos botones superiores abiertos.
—¿A dónde vamos? —pregunté, sintiendo que mi voz temblaba a pesar de mi intento de frialdad.
—Una isla privada en el Caribe. Un lugar donde nadie nos molestará —respondió, abrochándose el cinturón.
Un lugar donde nadie nos molestará. Sonaba más a una trampa que a un destino.
—Te recuerdo que la cláusula de fidelidad es mutua —le dije, apoyando mi mano en el reposabrazos, marcando la frontera entre nuestros cuerpos.
Marcelo giró su rostro hacia mí, sus ojos azules brillando bajo la luz de la cabina. Había algo depredador en su calma.
—No te preocupes por mi fidelidad, Diana. Te garantizo que, mientras estemos juntos, no tendré necesidad de mirar a otra mujer.
Su tono era una promesa, pero también una amenaza. Me estaba diciendo que pondría todo su esfuerzo en derribar mis muros.
El avión comenzó a moverse, el sonido de los motores llenó la cabina y, al poco tiempo, estábamos ascendiendo. Miré por la ventanilla, viendo cómo la ciudad se hacía pequeña. Estaba dejando atrás mi pasado, mi dolor y, posiblemente, mi cordura.
Cerré los ojos, sintiendo el leve roce de su hombro contra el mío en el despegue. Estaba casada con mi enemigo, y ahora nos dirigíamos a un paraíso forzado, donde la única regla clara era la tensión que nos consumiría a ambos. El verdadero juego de la seducción, la tortura y la venganza apenas comenzaba.
Llegamos casi al medio día a la isla. Era un lugar verdaderamente hermoso. Desde las alturas pude ver el azul turquesa del mar y el verde intenso de los árboles que se alzaban con majestuosidad; realmente era un sueño, una postal robada de la realidad.
El avión aterrizó sin contratiempo. Marcelo me ayudó a bajar del mismo, tomando mi mano con una familiaridad irritante.
—Espero que te guste el lugar —susurró a mi oído, haciéndome estremecer.
—Es bellísimo. Los colores tan vivos son espectaculares —No podía ocultar mi emoción. La belleza era un contraste cruel con mi situación.
—Vayamos a la casa para que descanses un poco y luego salimos a recorrer los alrededores.
Por primera vez, no sentí a Marcelo como una amenaza. Sin embargo, no bajaría la guardia. Seguía repitiendo en mi mente que solo era un mujeriego y que esta luna de miel era una trampa elaborada para hacerme caer en sus redes.
Subimos a un Jeep que nos llevó por una carretera angosta pero bien cuidada. En pocos minutos, llegamos a una casa cerca a la playa. No podía negar la belleza del lugar. Las paredes de la casa eran de cristal —una jaula de cristal— y los pilares que la sostenían eran blancos. Alrededor, las flores amarillas y blancas eran las protagonistas, y el olor que emanaba de ellas te llenaban de paz. Sonreí al ver todo aquello.
—Este lugar lo utilizo cuando quiero escapar del mundo —dijo Marcelo—. Espero que te guste y puedas descansar.
Me guio al interior de la casa. La decoración era simple, pero la elegancia sobria que caracterizaba a Marcelo se encontraba presente en cada rincón.
—Me gustaría ir a mi habitación, quiero cambiarme de ropa.
Entonces, la realidad me golpeó. No había traído nada de equipaje.
—En esta casa solo hay ropa mía. Puedes usar lo que quieras —Marcelo sonrió con picardía, disfrutando de mi pánico.
—Es una broma, ¿verdad? —pregunté, aterrada. ¿Usar su ropa? Era otra forma de posesión.
—Relájate, estás muy tensa. Vamos, te llevo a nuestra habitación y de una vez la estrenamos.
Mi cuerpo se tensó ante su comentario. ¿De verdad pensaba que esta farsa se consumiría o solo estaba tratando de hacerme enojar?
—No pienso compartir habitación contigo —Mi determinación, aunque temblorosa, me sorprendió a mí misma.
—Te dije que eres mi esposa y que dormiríamos en la misma habitación, en la misma cama —Su tono autoritario apareció de nuevo, reclamando una posesión que no le pertenecía.
—Y yo le recuerdo que todo esto es solo una farsa y que no pienso compartir cama con...
No pude terminar mi oración, ya que, sin previo aviso, Marcelo se adueñó de mis labios. Empecé a forcejear con él, pero su fuerza era mucho mayor que la mía. Un impulso traicionero me invadió, y finalmente terminé sucumbiendo al deseo. El beso era ardiente, desesperado.
Logré controlar mis impulsos, separándome de él con un empujón brutal. Mi respiración era errática, mi cuerpo temblaba con la traición del placer. Por instinto, y para recuperar el control, lo abofeteé. El sonido resonó en la casa de cristal.
—¡En tu vida vuelvas a intentar algo conmigo! —Grité, con la garganta quemada por la rabia y la humillación—. Entiende que te odio y me da asco que me toques.
Mis palabras estaban llenas de la rabia que había acumulado durante todo este tiempo. No sentí ni una pizca de arrepentimiento por decir lo que sentía. Sin saber a dónde dirigirme, subí las escaleras, dejando a mi ahora esposo en la sala con la mirada más gélida que me había mostrado hasta ahora. Había cruzado la línea y él, por primera vez, parecía genuinamente sorprendido y furioso.