está es la historia de Betty una jovencita luchadora , positiva y humilde; que sin querer atrae la atención de un hombre que es lo opuesto a Betty.
Antoni Santino un hombre con cicatrices del pasado ,desconfiado y cerrado al amor.
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capitulo 5: la llegada de Valeria y Domenico Santino
Increíble que pareciera, algo dentro de él lo hacía cuestionarse si realmente estaba tomando la decisión correcta.
—¿Mis padres? —repitió Antoni, como si estuviera evaluando la idea por primera vez—. No creo que estén listos para conocerte, Samira. Ya sabes cómo son, tradicionales y anticuados.
—Por eso mismo, cariño —insistió Samira, sin perder su tono confiado—. Necesitan ver que has encontrado a una mujer fuerte y capaz. Alguien que esté a tu altura y que pueda mantenerte enfocado. No como esa... —Samira hizo un gesto con la mano, desestimando a Betty una vez más—. una chica como ella no tiene nada que ofrecerte.¡estamos en niveles diferentes!
Antoni observó a Samira, notando cómo su arrogancia, que antes le parecía atractiva, comenzaba a sentirse como un peso sobre sus hombros. La imagen de Betty, con su dedicación y sus habilidades, cruzó por su mente nuevamente. ¿Acaso Samira tenía razón? ¿O estaba cometiendo un error al desestimar a alguien como Betty solo por su apariencia y su posición en la empresa?
Sin embargo, Antoni se sacudió esos pensamientos. No podía permitir que los sentimientos complicaran sus decisiones. Ya había sido herido antes por seguir el corazón, y no estaba dispuesto a pasar por eso de nuevo.
—Lo pensaré, Samira —dijo finalmente, en un tono que dejaba claro que la conversación había terminado.
Samira frunció el ceño, pero decidió no presionar más. Sabía cómo manejar a Antoni, y estaba segura de que, con el tiempo, conseguiría lo que quería. Le dio un beso rápido en la mejilla y, con una última mirada de desdén hacia la puerta por donde había salido Betty, se marchó con la misma confianza con la que había entrado.
Antoni se quedó solo en su oficina, su mente un torbellino de pensamientos. Había algo en la manera en que Betty se había comportado ese día, en su habilidad para manejar un trabajo tan complicado, que lo había dejado impresionado. Pero al mismo tiempo, no podía ignorar su pasado ni los muros que había construido para protegerse de un nuevo desengaño.
Por otro lado, Betty seguía en el baño, secándose las lágrimas frente al espejo. Su rostro estaba enrojecido, pero su mirada se endurecía mientras se repetía a sí misma que no podía permitir que ese incidente la derrotara. Había trabajado muy duro para llegar hasta aquí, y no iba a dejar que las palabras crueles de Samira la hicieran dudar de su valía.
Finalmente, tomó una decisión. No dejaría que Samira o Antoni la definieran. Sabía lo que valía y lo que podía lograr. Se limpió el rostro con un papel, se acomodó el cabello y se dijo a sí misma que era hora de volver a la oficina y terminar lo que había comenzado. No permitiría que nadie, ni siquiera alguien como Antoni Santino, la hiciera sentirse menos.
Betty salió del baño con la cabeza en alto, decidida a enfrentar cualquier cosa que se le presentara. Cuando llegó a la oficina de Antoni, lo encontró revisando algunos papeles, aparentemente absorto en su trabajo. Sin embargo, al escucharla entrar, levantó la vista y la observó con una mezcla de curiosidad y sorpresa.
—Betty —dijo, su tono más suave de lo que había sido antes—. Pensé que te habías ido.
—Tenía que terminar la traducción —respondió ella, con una determinación que no admitía dudas—. Aquí están los documentos, señor Santino. Todo está traducido y revisado.
Antoni se quedó en silencio por un momento, observando a Betty con una expresión difícil de leer. Había algo en su postura, en la manera en que enfrentaba la situación, que lo desconcertaba. Era como si la mujer tímida y reservada que había conocido hasta ahora hubiera dado paso a alguien mucho más fuerte y decidido.
Finalmente, asintió con la cabeza.
—Gracias, Betty. Hiciste un gran trabajo. Te lo agradezco de verdad.
Betty no respondió de inmediato, simplemente le entregó los documentos y se dispuso a salir de la oficina. Pero justo antes de abrir la puerta, se detuvo y se volvió hacia él.
—Señor Santino —dijo, con un tono firme pero respetuoso—, no sé qué tipo de personas está acostumbrado a tratar, pero quiero que sepa que yo siempre daré lo mejor de mí en este trabajo. No espero que me trate de manera especial, pero sí espero ser tratada con respeto.
Antoni la miró, impresionado por la firmeza en su voz. No pudo evitar sentir una mezcla de admiración y culpa. Sabía que había cometido un error al no detener a Samira, pero no estaba acostumbrado a que alguien, y mucho menos alguien como Betty, lo confrontara de esa manera.
—Tienes razón —admitió finalmente, en un tono sincero—. No debí permitir que Samira te hablara de esa manera. Lo siento, Betty. No volverá a ocurrir.
Betty lo miró a los ojos, buscando alguna señal de que sus palabras eran genuinas. Aunque no estaba completamente convencida, decidió darle el beneficio de la duda. Asintió ligeramente y salió de la oficina, sintiéndose más fuerte que antes.
Antoni se quedó solo nuevamente, esta vez con un sentimiento incómodo en su pecho. Por un lado, sentía admiración por Betty, algo que no había experimentado en mucho tiempo hacia alguien de su entorno laboral. Por otro lado, estaba la constante batalla interna que libraba cada vez que su mente volvía a su pasado, recordándole que no podía permitirse bajar la guardia.
Esa tarde, mientras Betty seguía con sus tareas, los padres de Antoni llegaron de visita a la oficina. Doménico y Valeria Santino eran una pareja de italianos tradicionales, muy preocupados por el futuro de su hijo mayor. Aunque habían aprendido a respetar la independencia de Antoni en los negocios, no podían evitar preocuparse por su vida personal.
—Antoni, querido —dijo Valeria mientras entraba en su oficina, con una sonrisa que no ocultaba su preocupación—, hace tiempo que no te vemos. Queríamos saber cómo estás.
—Mamma, papà —saludó Antoni con afecto, levantándose para abrazarlos—. Estoy bien, solo ocupado con el trabajo.
—Siempre el trabajo, siempre el trabajo —replicó Doménico, su voz grave pero llena de cariño—. Es hora de que empieces a pensar en otras cosas, hijo. Ya tienes una edad en la que deberías estar formando una familia. No podemos esperar para siempre para ver a nuestros nietos.
Antoni suspiró, ya que era una conversación que había tenido muchas veces antes con ellos.
—Lo sé, papà, pero no es tan sencillo. No quiero apresurarme y cometer un error.
Valeria tomó la mano de su hijo con suavidad.
—No estamos diciendo que te apresures, querido. Solo queremos que seas feliz. Sabemos lo que pasó en el pasado, pero no puedes dejar que eso defina tu futuro. Hay muchas mujeres buenas allá afuera que estarían felices de compartir su vida contigo.
Antoni intentó sonreír, pero la conversación lo dejó sintiéndose más inquieto. Sabía que sus padres tenían razón, pero también sabía que no podía permitirse el lujo de volver a confiar en alguien tan ciegamente.
—Lo pensaré, mamá —dijo finalmente, sin comprometerse demasiado—. Pero por ahora, estoy enfocado en la empresa.
Antes de que pudieran responder, Samira apareció en la puerta de la oficina. Al ver a los padres de Antoni, su expresión cambió de inmediato a una de dulce encanto.
—¡Ah, Doménico, Valeria! Qué gusto verlos de nuevo —dijo, acercándose para saludar a cada uno con un beso en la mejilla—. Antoni no me había dicho que estarían aquí hoy.
Valeria sonrió educadamente, aunque no pudo evitar notar la actitud posesiva de Samira.
—Samira, querida —dijo, con la voz cargada de cortesía—. No sabíamos que seguías viendo a nuestro hijo. Es bueno saber que estás bien.
—Oh, claro que sí —respondió Samira con una sonrisa radiante—. Antoni y yo hemos estado pasando mucho tiempo juntos. De hecho, quería hablar con ustedes sobre algo importante.
Antoni la miró con una expresión de advertencia, pero Samira no le prestó atención. Se dirigió a los padres de Antoni con la seguridad de alguien que creía tener todo bajo control.
—Estaba pensando que quizás sería el momento de formalizar nuestra relación —dijo, colocando una mano en el brazo de Antoni—. Sé que ustedes han estado esperando que él siente cabeza, y yo estaría más que feliz de ser parte de esta familia.
Doménico y Valeria se miraron entre sí, sorprendidos por la audacia de Samira. Aunque conocían bien a la modelo, nunca habían sentido que ella fuera la persona adecuada para su hijo.
—Samira —intervino Antoni finalmente, su tono firme—. Aprecio lo que estás intentando hacer, pero no es el momento adecuado para esta conversación.
Samira lo miró con incredulidad, claramente ofendida.
—Antoni, pensé que habíamos hablado de esto. Tus padres merecen saber que estás con alguien que se preocupa por ti.
—Y lo harán, cuando llegue el momento —respondió Antoni, intentando mantener la calma—. Pero no será así, Samira.
Valeria y Doménico se despiden de su hijo y regresan a la mansión a descansar del viaje.
Mientras tanto en la oficina de Antoni, está una Samira furiosa porque Antoni no la apoyo en la charla con sus padres.