En un matrimonio desgastado por el machismo y la intromisión de su suegra, Lara Herrera vive atrapada entre el amor que alguna vez sintió por Orlando Montes y la amargura de los años. Su hija Rashel, una niña de seis años, es su único rayo de luz en un hogar lleno de tensiones. Pero todo cambia trágicamente cuando un descuido termina en la pérdida de Rashel, una tragedia que lleva a Lara a enfrentarse a su dolor, su culpa y a la decisión de romper con una vida de sufrimiento para buscar su redención y sanar sus heridas.
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Divorcio.
Cuando Lara abrió los ojos, todo parecía un eco lejano, como si su mente aún estuviera atrapada entre el sueño y la realidad. El zumbido de las máquinas del hospital marcaba un ritmo constante, recordándole que seguía viva. Pero lo que más captó su atención fue el rostro de Orlando, sentado junto a su cama. Sus ojos estaban hinchados y rojos, como si hubiera llorado sin descanso.
Por un momento, el silencio se hizo insoportable. Orlando, nervioso, intentó tomar la mano de Lara, pero ella la apartó sin vacilar.
—Quiero el divorcio dijo Lara, con una voz tan firme que no dejaba lugar a dudas.
Orlando la miró, atónito. Por un instante, parecía no haber entendido lo que acababa de escuchar.
—¿Qué dijiste? preguntó, como si quisiera confirmarlo, como si esperara que ella se retractara.
—Quiero el divorcio, Orlando. Esto se terminó.
El hombre se inclinó hacia adelante, agarrándose la cabeza con ambas manos, como si intentara asimilar lo que acababa de escuchar. Después de unos segundos, levantó la mirada y dijo:
—Lara, no puedo darte el divorcio. No puedo perderte. Yo... yo aún te amo.
Una risa amarga escapó de los labios de Lara, una risa cargada de ironía y dolor acumulado durante años.
—¿Ahora dices que me amas? respondió, con un tono sarcástico. Es irónico, ¿no? Después de tantos años de humillaciones, maltratos, indiferencia... ¿ahora te das cuenta de que me amas?
Orlando intentó hablar, pero ella lo interrumpió, su voz quebrándose por momentos, pero firme en cada palabra.
—¿Sabes qué es lo más triste, Orlando? Que yo también creí en ese "amor" durante años. Creí que las cosas podían cambiar, que podías cambiar. Pero cada día, tus acciones me demostraron lo contrario. ¿Cuántas veces permitiste que tu madre me humillara? ¿Cuántas veces ella se metió en nuestra vida, en nuestro matrimonio, y tú no hiciste nada?
Orlando bajó la mirada, incapaz de responder. Sabía que ella tenía razón.
—¡Nada! continuó Lara, alzando la voz. Te quedabas callado, Orlando. La dejabas hacer y decir lo que quisiera, como si yo no valiera nada, como si yo fuera una intrusa en mi propia casa.
—Lara, yo...
—No, Orlando, no hay "yo". Ya no. Lo único que me mantenía aquí, lo único que me hacía soportar todo ese dolor, era nuestra hija. Rashel era mi razón, mi fuerza, mi todo. Pero ya no está. Y ahora que ella no está, no tengo ningún motivo para seguir atada a ti.
Orlando apretó los puños, su respiración pesada.
—No puedes irte así, Lara. No después de todo lo que hemos pasado.
—¿Lo que hemos pasado? repitió ella, incrédula. Lo que yo he pasado, Orlando. Tú no viviste lo que yo viví. No fuiste tú quien soportó las críticas constantes de tu madre, quien me llamaba mediocre, quien me culpaba de todo lo que salía mal en nuestra vida. No fuiste tú quien se levantaba cada día con miedo de decir algo que te enfadara y terminara en gritos o peor.
Orlando intentó acercarse, pero ella levantó una mano para detenerlo.
—No intentes justificarte, Orlando. Esto se acabó. Lo único que quiero ahora es el divorcio. Necesito cerrar este capítulo y empezar de nuevo.
—¿Adónde irás? preguntó él, con un tono más sombrío.
—A Toluca respondió Lara, sin titubear. Mi hermano no sabe nada de lo que he vivido en los últimos años. Él siempre me dijo que podía contar con él, pero yo nunca tuve el valor de pedirle ayuda. Ahora lo haré. Me voy, Orlando. Y esta vez no hay nada que puedas hacer para detenerme.
Orlando se levantó, caminando de un lado a otro de la habitación, como si buscara una solución, algo que pudiera decir para hacerla cambiar de opinión. Pero en el fondo sabía que era inútil. Lara había tomado su decisión, y esta vez no habría marcha atrás.
—Lara, por favor... murmuró, casi suplicando. Dame otra oportunidad. Puedo cambiar, puedo ser mejor...
—No quiero escucharlo, Orlando respondió ella, mirándolo directamente a los ojos. Ya no creo en tus palabras. Tu oportunidad se acabó hace mucho tiempo.
El silencio se hizo presente nuevamente. Orlando se dejó caer en la silla junto a la cama, derrotado. Lara, por su parte, sintió cómo una pequeña chispa de esperanza comenzaba a encenderse en su interior. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que tenía el control de su vida.
—Voy a pedirle a mi abogado que te envíe los papeles del divorcio dijo finalmente, con un tono definitivo. Espero que no lo hagas más difícil de lo que ya es.
Orlando no respondió. Su mirada estaba perdida, como si tratara de entender cómo había llegado a ese punto.
—Adiós, Orlando dijo Lara, cerrando los ojos mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
Sabía que no sería fácil, que el camino hacia su nueva vida estaría lleno de desafíos. Pero también sabía que era lo mejor, para ella y para la memoria de su hija. Por fin, después de tantos años, Lara había decidido elegir su propia felicidad.