La Otra Cara Del Placer [Duele Amar - II]

...DAPHNE...

Entre tantas cosas que deseo, se me apetece matar a mi hermano, específicamente ahora mismo. Pasaron dos días desde que estuve en casa de Travis, y para que mi hermano me diera a conocer el segundo paso le mandé un mensaje que aún no contesta. ¿Con quién cree que trata ese bastardo? No soy una de su lista de prepagos para ser ignorada cruelmente.

Tumbada en la cama y con el celular en mi pecho lo siento vibrar. Un mensaje de ese imbécil ha llegado: “El plan se cancela”. Con la mente en blanco repaso el mensaje en mi cabeza. ¡¿Soy su juguete o qué?! Pasé una de las peores humillaciones de mi vida cuando me le insinué a Travis como para que este bastardo cancele el plan como si nada. ¡Ni siquiera tuvo las agallas para decírmelo a través de una llamada o en la cara!

“Soy persistente cuando quiero algo y contigo no habrá excepción”. ¿Qué pasó por mi cabeza cuando le dije eso a Travis? Me avergüenzo de mí y de las locuras que digo. ¡Dios me libre de cruzarme con Travis! Ya tiene una mala imagen de mí gracias a mi hermano, ¿qué es lo peor que podría pasar?

...TRAVIS...

Ayudándome de una navaja abro un empaque de coca y con la misma recojo una pizca que saboreo en mis labios.

—¿Qué le parece? —inquiere Arlo con ansias de recibir un visto bueno.

—Está lista para ser distribuida —reconozco dejando la navaja en la mesa—. Excelente trabajo, Arlo. Supiste encargarte de este proceso en poco tiempo.

Satisfecho me guía a donde mujeres en ropa interior son equipadas con droga que llevarán a otras ciudades. La merca no es grande y a mi parecer está correcto el utilizar a chicas para esa labor.

—¿Quiere que le muestre y explique a detalles otros procesos o prefiere regresar a casa?

—Es suficiente por hoy. Tú quédate a supervisar y mantenme al tanto de todo.

—Sí, señor.

Mis ojos se dirigen por sí solos a un tipo que no había visto antes por aquí.

—¿Es nuevo? —le preguntó a Arlo de camino a la salida, indicándole de quien hablo.

—Sí, llegó hace dos días para suplir el puesto de uno de los que murieron en la frontera. Fue recomendado por su hermano Andrew. En vista a que tiene experiencia en esta categoría lo contraté.

—¿Lo contrataste sin avisarme antes? Conoces las normas, Arlo; nadie puede involucrarse en mis negocios si no tiene mi aceptación.

—Discúlpeme por mi descuido, no se repetirá.

—Llévalo a mi estudio.

—Como usted diga.

La bodega estaba a metros de la casa y no tardé en llegar. Me dirigí al estudio y sin tardanza el tipo llegó. Cargué mi arma por si se me presentaba una oportunidad especial y tomé asiento para iniciar cómodamente con lo que llaman entrevista.

—¿Cuál es tu nombre? —doy el primer paso mientras enciendo un cigarrillo.

—Soy Nolan —desliza una identificación por el escritorio, pero mi falta de interés solo me hace echarle un vistazo rápido—. Llegué no hace mucho a trabajar.

—Sí, eso lo sé.

—No es la primera vez que me dedico a servirle a hombres como usted y le puedo probar de mil maneras que estoy capacitado para esto.

—Para mí la lealtad va por encima de la experiencia. Trabajar para mí no es tarea fácil y aún tienes la opción de irte o quedarte.

—No lo decepcionaré, se lo prometo.

No sé si serán sus expresiones o su voz, pero tiene un no sé qué que no me convence del todo. Rara vez un tipo como él me inquieta así.

—¡¡¡Quiero ver al maldito de tu jefe!!! —me sobresalto oyendo los gritos espantosos de fondo de esa chica. Hasta había olvidado su existencia.

Con una sonrisa malintencionada salgo del estudio, yendo directamente donde esa histérica mujer que está gritándole a uno de mis hombres detrás de una puerta. Veremos si tiene el coraje de gritarme en la cara.

—Dame la llave —pido y en cuanto me la entregan abro la puerta.

La cobarde retrocede cuando me ve entrar, supongo que no se esperaba que viniera.

—Conque tus gritos eran el resultado de tus ansias por verme, eh.

—Hijo de perra —musita.

—Ya veo, quieres desahogarte por medio de insultos. No te preocupes, suelta todo que yo me quedo a oírte —sonrío.

—Mi padre te contactó para hacer un trato, ¿no? ¡Ya no finjas, maldito! Conozco al hombre que me crio y sé cuánto le importo.

—En vista a que quieres topar ese tema no te lo ocultaré más.

—¿Ocultarme qué?

—Me encontré con tu padre hace un par de días, y sí, hablamos de ti. Y adivina qué, no le interesaste en lo absoluto cuando le propuse recibir dinero a cambio de regresarte a tu hogar.

—¡Mientes!

—¿Qué esperabas de un hombre que envió a su hija a realizar un trabajo para hombres con experiencia? Prácticamente te entregó a la muerte.

—¿Sabes qué? No te creo nada.

—¿Y qué gano yo con mentirte? ¿Te parece que si te amara no estaría aquí con sus hombres, tumbando las paredes de mi mansión para sacarte? Tenía una deuda con él y dijo que la saldara haciendo lo que me plazca contigo.

—¡Deja de mentir! —su mejor manera de expresar su rabia es golpeando mi pecho. Qué poca originalidad.

—Te entiendo, yo también estaría frustrado si me dijeran una cruel verdad similar. Pero si para calmarte necesitas escuchar mentiras te las diré sin problema.

Inmovilizo sus manos con un agarre que la mantiene quieta por fin.

—No creeré tus sucias mentiras hasta ver a mi padre y comprobar de su boca si lo que dices es cierto —el tono de su voz disminuye en cada palabra pronunciada.

En un ágil movimiento que no vi venir impactó su rodilla en mi estómago, apoyándose de mis hombros para tomar el impulso y la fuerza. Aprovechó mi concentración en el dolor para arrebatarme el arma del pantalón y apuntarme en la cabeza.

—Después de este día las cosas cambiarán, Petrov —susurra en mi oído.

Y sí, yo también creo eso, pero no será como su tonta cabecita se lo imagina.

Rodeó mi cuello con su brazo sin bajar el arma de mi cabeza, y así se mantuvo hasta salir de la habitación. Farfulló unas cuantas palabras cuando mis hombres la apuntaron con sus armas. Los temblores en su cuerpo los sentía tan cerca. Pero sus nervios no eran razones suficientes para rendirse. Avanzamos hasta afuera de la casa donde todo empeoraba para ella.

—¡Diles a tus hombres que bajen las armas o prometo vaciar la maldita pistola en tu cráneo, aunque eso me cueste la vida!

Después de todo, sí comprobé que tiene el coraje para gritarme. Claramente saldrá perjudicada, pero no estaría mal hacerla sentir a un paso de la libertad.

—Bajen las armas —ordeno.

—Pero señor…

—¡Hagan lo que les mando o me deshago de todos cuando me libre de esta demente!

—No seas iluso, Petrov. ¿A poco crees que habrá un mañana para ti? —la demente vuelve a dirigirme la palabra.

Estoy llegando a un punto en el que empiezo a sentir lástima por ella.

Su cuerpo se desplomó tras ser golpeada en la cabeza con un arma, específicamente con la pistola del hombre que estuve entrevistando en mi estudio. Era de esperarse un golpe certero estando de espaldas, opino que ella se confió demasiado.

—¡Regresen a sus puestos!, aquí no ha pasado nada —ahuyento a los hombres antes de que empiecen a murmurar.

Vuelvo los ojos en Nolan que con notorio interés observa a la demente que aún está echada en el suelo con una pequeña cantidad de sangre cayendo de su cabeza.

—¿Qué hará con ella? —cuestiona con la voz entre cortada—. ¿La matará?

—No veo la necesidad de darle ese final a una pobre chica asustada. Llévala a mi habitación y pídele a una sirvienta que le limpie la herida; sé que ese no es tu trabajo, pero quiero aprovecharte ya que estás aquí. Y, Nolan, creo que te tengo un nuevo cargo.

Sin replicar la recogió del suelo y la llevó al interior de la mansión.

Espero no arrepentirme en unos días de esta misericordiosa decisión.

...RAHAB...

El entumecimiento en mi cabeza es en lo primero que caigo en cuenta cuando despierto. De a poco los recuerdos vienen a mi mente, y entonces abro los ojos, chocándome con la sorpresa de estar recostada en una cama, dentro de una habitación desconocida y llena de lujos; pero también con la compañía del malnacido de Travis. Mi intento de escapar resultó un fracaso, ¿no?

—Siento de corazón que no hayas cumplido con lo de asesinarme —percibo cierta burla en su voz, y eso es lo que me hierve la sangre.

—No te confíes, pondré nuevamente una pistola en tu cabeza si te descuidas, y te juro que no habrá solo amenazas, también hechos.

—Como tú digas. Dicen que a los enemigos hay que tenerlos cerca, por eso a partir de hoy estarás aquí, en mi habitación.

—Debes estar bromeando.

Ladea la cabeza y se me queda viendo con una sonrisita intimidante.

—¡Prefiero mil veces pasar mis días en el mugroso cuarto en donde estaba que aquí! Si permanezco bajo el techo en el que duermes hay la probabilidad de que te asesine mientras duermes.

—Dudo que eso suceda —sus ojos me indican las esposas que llevo en las manos y me unen a la cama—. Pero no me mires así, mujer, cuando yo no esté alguien te acompañará y podrá quitarte las esposas si quieres realizar tus necesidades básicas como ir al baño o comer.

El nudo en mi garganta va aumentando de tamaño cada segundo. Quisiera gritar y soltar todo lo que tengo atorado en mi interior, pero ¿de qué sirve?

—Maldito, mil veces maldito —musito, respirando hondo para no soltarme a llorar.

—¿Llorar es tu respuesta final? Perfecto, por lo menos me confirmaste que sí tienes sentimientos. ¿Cuál es tu nombre? Digo, ahora que dormiremos en la misma habitación deseo aprenderme tu nombre para no referirme a ti con apodos.

—Púdrete —contesto entre dientes.

—Tu rebeldía no te dará buenos resultados, preciosa.

Volteé el rostro, ignorándolo. Dejó escapar un suspiro antes de salir de la habitación. Detrás de la puerta lo oí conversando con un hombre, por segundos habitó un extenso silencio, hasta que sentí sus pasos alejarse. Estaba al borde del llanto, pero escuchar la puerta abrirse me quitó las ganas. Entonces vi a un tipo entrar, con unas expresiones igual de frías y desinteresadas marcadas en el rostro, como las del maldito de Travis, y por alguna razón siento que lo he visto antes, pero… ¿dónde?

—¿Quién eres? ¿Travis te mandó para que me vigilaras en su ausencia? —inquiero.

—Tal vez.

No sé si es su corta respuesta o que se siente a observarme desde un sillón lo que me estresa. No resistiré tener la presencia de un hombre todos los días cerca de mí, me incomoda muchísimo. Tampoco se me ocurre nada que preguntarle para disminuir la tensión, no soy alguien con buenos temas de conversación.

—Oye, ¿puedes mirar a otra parte? Odio que me miren fijamente y me desagrada que lo hagas con tanta intensidad —estaba en la punta de mi lengua y no pude más.

—Entonces aparta la mirada.

No discutas, Rahab. No discutas.

—Requiero que me quites las esposas porque me urge hacer del baño. ¿O dejarás que me haga pis aquí en la cama?

—No tengo las llaves.

—Estás mintiendo. ¿Temes que intente herirte y salga corriendo como una loca para intentar escapar por segunda vez? —sonrío.

—¿Temerte? Sería cosa fácil controlar a una mujer que ni siquiera terminó sus clases de defensa personal en Estados Unidos. Si tan solo le hubieras puesto empeño a los consejos que te dio tu padre habrías aprovechado la oportunidad que tenías para huir. Te advierto que yo no soy como Travis, Rahab, no será cosa fácil engañarme.

Si antes estaba enojada ahora estoy asustada, literalmente pasmada. Incluso la piel se me erizó de solo oírlo. ¿Quién es este tipo? ¿Cómo sabe que viajé a un país vecino? ¿Cómo demonios sabe mi nombre?

—Mi intención no es asustarte así que hazme el favor de quitar esa cara, Rahab.

—Si sigues diciendo mi nombre en verdad voy a hacerme del baño aquí mismo. ¿Te conozco? ¿Me conoces? ¿Quién rayos eres?

—Si te revelo la verdad se perderá el encanto del misterio. Aun así, te adelantaré que estaba ansioso por tenerte cara a cara después de años.

¿Después de años? ¿Entonces no estaba loca cuando pensé que su rostro me era familiar? ¡Sabía que no estaba loca!

De la nada se levanta y abre la puerta para irse. ¿Por qué la prisa si estaba entrando en confianza? Acaba de llegar, ¿será que lo fastidié con tantas preguntas?

—¿Adónde vas?

—Nadie tiene que enterarse que nos conocemos, ¿entendido? Si le comentas a alguien lo que ha pasado aquí la más perjudicada serás tú.

—¿Pero por qué te vas? ¿Te harté?

Permanece en silencio. Luce turbado, intranquilo, y no entiendo la razón.

—Quiero saber tu nombre antes de que te vayas. ¿Puedes decírmelo?

—Soy Nolan.

Las palabras se me estancan en la garganta cuando sale con tanta prisa que me hace sospechar que está huyendo de mí.

No lo negaré, ese tipo me da miedo. Pero más miedo me da mi cerebro diminuto e inservible que no recuerda a nadie con el nombre de Nolan. Tarde o temprano mis dudas serán respondidas.