La Otra Cara Del Placer [Duele Amar - II]

La Otra Cara Del Placer [Duele Amar - II]

Prólogo

Tres años antes...

¿Quién soy? Desconozco todo de mí. Esta no era yo, podría jurarlo. ¿Cuándo las cosas empezaron a tomar este giro? Mi cordura se desvanece y trato de encontrarme en medio de la soledad. Lo perdí todo.

La ilusión de escapar de las garras de ese hombre me llevó a la conclusión de huir con el hombre que amaba, aun cuando sabía que era imposible esconderse. El temor de perderlo era tan grande que me arrastró a ensuciarme las manos de sangre para preservar su vida; todo fui inútil… todo fue en vano, no era justo que pasara por tanto para al final verlo morir frente a mis ojos.

La culpa me consume viva y me atormenta, no me deja en paz.

Una vez más volví al mismo punto de locura. Mi vida es un bucle. No me quedan más fuerzas para seguir con algo que no tiene remedio, y aunque existiera uno, escaparía como siempre lo he hecho. Creo que este es mi destino. Estoy maldita.

Perdí la noción del tiempo, no tengo idea del tiempo que llevo caminando descalza, pero me tranquiliza saber que estoy lejos de ese asqueroso burdel, que nadie de ese repugnante lugar vendrá por mí. Entre el bullicio de la gente paso desapercibida, aun vistiendo un vestido que proyecta el lugar que pisé anteriormente, han de creer que vengo a prostituirme con algún millonario, pues es lo más acertado a la realidad si ven a una mujer vestida de puta entrando a un hotel.

Para suerte mía, logro entrar a uno de los ascensores vacíos, sin la incómoda presencia de nadie, y tomo rumbo al último piso. En segundos las puertas se abren y a paso lento me dirijo a la azotea del edificio. Y es extraño, aun cuando esto es lo que más he anhelado, el miedo fluye en mis venas. Las intensas corrientes de aire envuelven mi cuerpo en cuanto pongo un pie en la azotea. Este diminuto vestido no es de ayuda para soportar este frío que me va a matar antes del tiempo señalado.

Mi mamá una vez me dijo que nadie tiene el derecho de ponerle un fin a la vida, que es algo sagrado que solo Dios puede controlar, pero vamos, existir es más que una tortura, no es “vida” vivir rodeada de abusos y asesinatos desde que nací.

—Perdóname por tomar decisiones decepcionantes, mamá —balbuceo, subiéndome al borde de la azotea. Cierro los ojos.

El viento golpea mi cara continuas veces. Siento mi cuerpo meciéndose, quizá porque en el fondo estoy dudando en que si hacer esto es lo correcto. ¡A la mierda si es lo correcto, es lo que deseo!

—¿Qué te detiene? Es hora de ponerle fin a esto, estúpida —susurro para mí misma.

El dolor se enreda en mis ojos, la sombra del miedo se apodera de mi ser.

—¿Vas a tirarte por ti misma o prefieres que te dé un empujón? —una desconocida voz varonil con un marcado acento ruso oigo atrás mío.

La frustrante situación en la que permanezco es un obstáculo al querer voltear; con un paso en falso caería a más de ochenta metros, la idea no es mala, pero primero quiero conocer al tipo que se atrevió a complicar esta oportunidad significativa.

—¡Váyase de aquí, voy a saltar de todos modos, así que no trate de impedirlo! —farfullo.

Los temblores corporales una vez más hacen acto de presencia. Esto está siendo irritante.

—No pienso detenerte, créeme —asegura con una risita que participa en su desinterés—. Si vas a tirarte hazlo ya.

—¡Déjeme sola! ¡Largo!

—¿Irme? ¿Yo? ¿Una demente está echándome de mi propio edificio? —entre el silbido del viento escucho un par de pasos acercándose hasta una distancia prudente—. No le des tantas vueltas al asunto y tírate, si en verdad lo quisieras hacer no perderías tu tiempo conmigo. ¿Tu cobardía no llega a más, eh? ¿Ya te arrepentiste?

Mi cabeza no da para más, quiero entender por qué este hombre sigue aquí. Lo último que deseaba era ser vista por alguien. A estas alturas no sé si lo que me frena es el destino que tendré tirándome o estar acompañada de un imbécil ansioso por presenciar un suicidio.

—¿Insinúa que pretendo ser salvada por usted? —inquiero como reacción a su comentario tan estúpido—. No se meta en lo que no le incumbe y lárguese de aquí por favor. Haga como si nunca me ha visto.

—¿No había otro lugar donde practicar tus locuras? ¿Imaginas la mala reputación que ofrecerías a mi hotel si el día de mañana apareces en las noticias como una demente que se quitó la vida por razones insignificantes?

—Usted no sabe nada —balbuceo, apretando ambos puños con fuerza hasta clavar mis uñas en las palmas de mis manos.

—Tampoco estoy interesado en saber.

—Perdí al amor de mi vida y la culpa no me deja en paz —todo mi autocontrol se va al carajo al desarmarme en llanto—. Por si no fuera mucho, mi padre me obligó a asesinar a una persona inocente que ni siquiera conocía hasta ese momento, me amenazó y luego planeó venderme por medio millón de dólares. No puedo más con esto, llegué a mi límite y no lo aguanto más, no quiero seguir estando sola.

Sin recuperarme del trance nervioso, unos brazos envuelven mi cuerpo, y solo entonces siento esa calidez y paz que me negaba volver a sentir. Esto es nuevo. Se siente bien.

—Matarse es de cobardes. Tú tienes potencial para vengarte —un susurro gélido se deslizó hasta mi oído, helando el aire a su paso y dejando una estela de tensión en mi piel—. Si quieres tranquilidad, extermina a todos esos malditos que te causaron esto. “Venganza” … es la solución a tus martirios.

 ¿Vengarme? Mientras más lo pienso, más ridículo suena. No soy nadie. ¿Cómo podría vengarme de la escoria de Dawson, el maldito de mi padre? Yo… no tengo a nadie.

El tipo sigue aquí, puedo sentir sus manos envolviéndome más fuerte. Su presencia envía escalofríos por todo mi cuerpo, me inquieta. No logro comprender lo que este loco espera de mí, cuál es su propósito, lo que me sumerge en un estado de confusión. La sensación de desconcierto que provoca hace que me sienta vulnerable y perturbada.

Su mirada revela un torrente de emociones como la amargura y la impotencia. A pesar de sus esfuerzos por disimularlo, la intensidad de esas emociones es evidente en sus ojos, como si estuviera padeciendo una lucha interna. Veo su necesidad de disfrazar su dolor y la dificultad de mantenerlo bajo control.

—¿Cuál es tu nombre? —formula su pregunta con una voz gélida, interrumpiendo mis pensamientos y sacándome de mi estado analítico.

—Rahab.

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Comments

Meiti 🥰

Meiti 🥰

no había visto esta obra , zuli aa hermoso . empezaré a leer créeme que eres una de mis favoritas

2024-02-26

5

Dall Lezama

Dall Lezama

me encanta cada una de tus obras gracias gracias 🫂

2024-03-13

1

CRIS

CRIS

ME ENCANTA 🥰🥰🥰

2024-03-02

1

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