Mónica es una joven de veintidós años, fuerte y decidida. Tiene una pequeña de cuatro años por la cual lucha día a día.
Leonardo es un exitoso empresario de unos cuarenta y cinco años. Diferentes circunstancias llevan a Mónica y Leonardo a pasar tiempo juntos y comienzan a sentirse atraídos uno por el otro.
Esta es una historia sobre un amor inesperado, segundas oportunidades, y la aceptación de lo que el corazón realmente desea.
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El verdadero calor de una familia
El día había amanecido frío, gris y con una lluvia fina que salpicaba las ventanas. Mónica se levantó sintiendo una pesadez en su cuerpo, una combinación de las náuseas matutinas y un cansancio emocional que venía arrastrando desde hacía semanas. Hoy no era un día cualquiera, era su cumpleaños número dieciocho, un día que debería haber sido motivo de celebración, pero lo único que sentía era una tristeza opaca que se reflejaba en sus ojos llenos de lágrimas. Allí estaba, en una ciudad nueva, alejada de todo lo que conocía, con un bebé en su vientre y el peso del mundo sobre sus hombros. Sabía que quería salir adelante, por ella y por ese pequeño ser que crecía dentro de ella, pero a veces la fuerza se le escapaba entre los dedos.
Las náuseas la asaltaron de repente, obligándola a correr al baño. Se arrodilló frente al inodoro, vomitando violentamente, y entre arcadas y sollozos, comenzó a hablar en voz baja, como si esas palabras entrecortadas pudieran consolarla. “Todo estará bien… tiene que estar bien…”, repetía, llorando entre murmullos. No escuchó el golpe suave en la puerta de su habitación, ni las voces preocupadas que venían del otro lado.
-¿Mónica?- la llamó Laura, tocando con más fuerza cuando no obtuvo respuesta.
-¿Estará bien?- preguntó Rocío, preocupada, mientras intercambiaba miradas nerviosas con Alicia y Cintia.
Inés, la dueña de la casa, estaba con ellas. Había insistido en subir cuando escuchó que querían darle una sorpresa a Mónica por su cumpleaños.
-Entremos, algo no está bien- dijo Inés, tomando la delantera y empujando la puerta suavemente.
Cuando todas entraron en la habitación, oyeron claramente los sonidos que provenían del baño. Los sollozos ahogados de Mónica se mezclaban con el ruido del agua y los gemidos de malestar. Rocío dio un paso adelante, pero se detuvo al oír que Mónica murmuraba algo, ininteligible entre las lágrimas.
-Está hablando sola…- dijo Cintia en voz baja, claramente angustiada.
-Voy a tocar- propuso Inés, su voz firme pero serena. Se acercó a la puerta del baño y golpeó suavemente.
-Mónica, cariño, ¿estás bien?- preguntó con cuidado, pero no obtuvo respuesta.
Finalmente, la puerta del baño se abrió lentamente y apareció Mónica, ojerosa y con los ojos hinchados. Se detuvo en seco, sorprendida de encontrar a todas allí. Pero lo que más la sorprendió fue ver a Inés con un pastel de chocolate en las manos, decorado con pequeñas velas.
-¡Feliz cumpleaños, Mónica!- gritaron todos al unísono, sonriendo, intentando opacar lo que acababan de escuchar.
Mónica parpadeó varias veces, incapaz de procesar lo que estaba ocurriendo. Se le escapó una risa nerviosa, seguida de un sollozo que rápidamente la llevó a cubrirse el rostro con las manos. La emoción la embargó por completo, y al ver las caras sonrientes de todos, se dio cuenta de cuánto había cambiado su vida en esos dos meses.
-¿Cómo…? ¿Cómo sabían?- preguntó entre lágrimas y risas.
-¿De verdad olvidaste que cuando llegaste te pedí todos tus datos?- le respondió Inés con una sonrisa cálida, acercándole el pastel para que lo viera de cerca.
-¡Sí, lo olvidé por completo!- Mónica sonrió tímidamente mientras todas se unían a ella y la abrazaban, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que el peso en su pecho disminuía un poco. Instada por todas, Mónica se arregló y se dirigió al comedor allí compartieron todos juntos el pastel. Las chicas hablaban sobre anécdotas de sus cumpleaños pasados, y Mónica se dejaba llevar por esa calidez inesperada. Fue Rocío quien, al ver que Mónica parecía algo pensativa, rompió el silencio.
-Sabes, ya puedes empezar a gestionar tu entrada en la universidad. Estás justo a tiempo para el próximo ciclo.
Mónica negó lentamente, bajando la mirada.
-No, no voy a entrar a la universidad… No puedo. Yo...Hay algo que debo contarles- dijo, sintiendo que el momento había llegado. Miró a Inés, a Diego, a Rocío, a Cintia, a Laura, a todos los que habían estado con ella en esos dos meses y que sin saberlo, se habían convertido en su nueva familia. Respiró hondo y empezó a hablar.
-Estoy embarazada- dijo de golpe, sintiendo cómo las palabras la liberaban pero también la aterraban. Mónica tragó saliva y continuó- No sé si debería seguir aquí… esta casa es solo para estudiantes y… bueno, sé que esto lo cambia todo.
La habitación se llenó de un silencio denso, y Mónica bajó la cabeza, esperando lo peor. Pero lo que escuchó a continuación la sorprendió.
-¡¿Qué?! ¿En serio? ¡Eso es increíble!- gritó Alicia, emocionada, rompiendo el silencio.
-Un bebé… ¡vaya!- dijo Samuel, asombrado- No me lo esperaba, pero oye, felicidades.
-¿Cuánto tiempo llevas embarazada?- preguntó Laura, acercándose para abrazarla.
Mónica, que había estado esperando miradas de desaprobación o preocupación, solo encontró sonrisas y apoyo. La calidez en la habitación se volvió palpable. Los ojos de Inés, la mujer mayor y con la sabiduría de la experiencia, brillaban con ternura.
-Mónica, cariño- dijo Inés, acercándose- entiendo que esto es algo grande, pero no te preocupes. Esta casa es para estudiantes, sí, pero también para personas que necesitan un lugar donde estar bien. Y tú claramente lo necesitas ahora más que nunca.
Mónica sintió que el nudo en su garganta se deshacía lentamente, y las lágrimas volvieron a aparecer, pero esta vez ya no eran de angustia ob tristeza si no de alivio.
-Gracias, Inés… No saben cuánto significa esto para mí. Pensé que tendría que irme.
-¿Irte?- dijo Diego, levantando las cejas- No digas tonterías. Aquí tienes a todos nosotros. No tienes que hacerlo sola.
Rocío asintió, apoyando su mano en el brazo de Mónica.
-Y si te preocupa la universidad, no dejes que el embarazo te detenga. Hay muchas formas de seguir adelante con tus estudios. Además, siempre puedes contar con nosotros para lo que necesites.
-Lo haremos juntas, si quieres- dijo Cintia con una sonrisa- Podemos anotarnos en las mismas materias, y siempre habrá alguien para ayudarte.
Mónica los miró a todos, abrumada por la generosidad de sus palabras. Era como si, en un solo momento, todo el miedo y la incertidumbre que había sentido se disiparan con la certeza de que no estaba sola. Este grupo de personas, que apenas conocía hacía dos meses, ya la había aceptado como parte de su familia.
-No puedo creerlo…- murmuró, secándose las lágrimas- Pensé que cuando les contara, todo cambiaría. Que me verían diferente, o que me dirían que tenía que irme.
-Lo que cambia es que ahora tienes a un pequeño por el que luchar- dijo Inés, acariciándole la mejilla con un gesto maternal- Y no estarás sola en eso.
-Además- intervino Samuel con una sonrisa traviesa- siempre he querido ser el "tío cool" de alguien. Ese bebé será muy feliz y afortunado.
Todos rieron con la broma de Samuel, y Mónica se unió a las risas, sintiendo por primera vez en mucho tiempo que podía relajarse.
-Mónica- dijo Laura- ahora que lo sabemos, lo único que queremos es ayudarte. Ya verás, entre todos nos aseguraremos de que todo salga bien.
-Es cierto- agregó Diego- Lo que necesitas es apoyo, y nosotros estaremos aquí para darte justo eso.
Mónica miró alrededor de la habitación, viendo los rostros de sus amigos, de las personas que, sin darse cuenta, se habían convertido en su familia. Ese lugar, esa casa universitaria, no era solo un techo bajo el cual vivía. Era el lugar donde había encontrado una comunidad que la acogía, con todo y sus miedos, con todo y sus desafíos.
-Gracias- dijo, con la voz quebrada- No sé cómo agradecerles todo lo que están haciendo por mí. Solo… solo quiero que sepan que voy a salir adelante, por mí y por mi bebé. Y ahora sé que puedo hacerlo, porque tengo a todos ustedes.
Inés le sonrió con ternura y, levantando una taza de té, dijo:
-Por ti, por tu bebé, y por todo lo que está por venir.
Todos levantaron sus vasos en un brindis improvisado, y Mónica, por primera vez en mucho tiempo, sintió que el futuro, aunque incierto, no era algo que tuviera que enfrentar sola.