Arlo pasó la vida feliz al lado de su esposa, la única mujer con la que estuvo y la única mujer a la que amó. Pero siempre tuvo el deseo secreto de estar con otras mujeres. Tras una complicación respiratoria, muere y reencarna a sus 17 años de edad, una año antes de ponerse de novio con Ema, su esposa. En esta segunda vuelta planea, antes de emparejarse, estar con tantas mujeres como pueda. Pero una simple modificación en la historia provoca que su unión no se concrete.
Arlo deberá mover cielo y tierra antes de que sea demasiado tarde y se vea obligado a pasar el resto de su (segunda) vida sin su alma gemela.
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En el limbo
Esa noche Ema no durmió en el cuarto. Por primera vez en su historia, los dos dormían en la misma casa pero no compartían cama. Ella lo extrañaba. Él también, pero a la vez no quería tenerla cerca. Lo que era indiscutible, es que la necesitaba. Resultaba curioso que durante setenta años habían dormido juntos todas las noches, Ema siempre había estado a su lado abrazándolo, aunque a él no le hiciera falta. Lo hacía por placer, por deseo. Y justo esa, la única noche en la que había decidido alejarse, en la que había faltado el deseo, fue cuando Arlo más la necesitó. Ema no lograba conciliar el sueño. Siempre había tenido problemas para cumplir las horas recomendadas. Se acostaba después que Arlo, se desvelaba, y se levantaba antes. Esa noche, por obvias razones, no fue la excepción.
Tres paredes más allá, dormía Arlo. Dormía, pero no descansaba. Su mente era un caos. Trabajaba con la fuerza de mil máquinas. Soñaba con el pasado, y la fiesta de ingreso de curso; con el presente y Ema llorando en la cocina; con el futuro y su relación con Ema a partir de la pelea.
La mezcolanza de sueños se transformó en uno solo: Arlo y Ema estaban en un prado con pastizales amarillos. Quería pedirle perdón a Ema, pero entonces, vió una imagen horrible. Iñaki apareció para comenzar a besarla y desnudarla. Él quiso ir a detenerlos, pero entonces, entonces...
Una mano lo tomó por detrás aferrándose a su cuello. Al bajar la vista, notó unas afiladas uñas que lo apresaban. El cielo, hasta entonces despejado y celeste, se tornó rojizo. Quiso gritar, pero la mano restante tapó su boca. Cuando se dió vuelta, se encontró con una hermosa mujer. Su rostro estaba cubierto por una neblina, y solo dejaba ver su boca, que le sonreía y se relamía de forma lasciva. La falta de cara no llamó la atención de Arlo, que estaba completamente embobado por el cuerpo de esa mujer. Se preguntó cómo se sentiría tocar esas curvas perfectas, y llevó sus manos hacia los pechos de la mujer. Pero entonces se acordó de Ema, y quiso girar para volver a llamarla, cosa que no pudo hacer porque la mujer con su mano libre lo llevó hacia ella. Arlo forcejeo un poco, pero luego su mirada volvió a clavarse en el cuerpo de quien lo retenía. Sus labios actuaron por su cuenta, y empezaron a acercarse a la boca del rostro misterioso. Pero entonces, la mujer, que nunca había apartado su mano del cuello de Arlo, comenzó a ahorcarlo, cada vez más fuerte. Sentía que se ahogaba, no podía respirar.
...
Ema miraba el techo. Luego la ventana, aunque por ella no se veía nada, afuera estaba demasiado oscuro. Eran aproximadamente las tres de la mañana, o eso calculaba ella. Pero no quiso fijarse en su celular, no quería estimularse con una pantalla, por que entonces no tendría posibilidades de dormir. Su problema era que, en ese momento, su imaginación tenía demasiado poder. Todo lo que pensaba lo veía en imágenes y sus voces internas tenían el volumen muy alto. No podía descansar la vista, ni escuchar el silencio. Comenzó a hacer un ejercicio de respiración, uno que ya le había resultado otras veces. Pasaron los minutos y noto como su cuerpo se aflojaba, y su mente se apagaba. Dejó de imaginar, y silenció todas las voces que le gritaban dentro.
Disfrutó de la oscuridad, se deleitó con el silencio. Y entonces lo oyó. Tres paredes más allá, desde su cuarto, venía una respiración agitada. O mejor dicho, un agitado intento por respirar. Saltó de la cama y pegó la oreja a la puerta. No tardó en averiguar qué se trataba de uno de los episodios de Arlo, pero algo no andaba bien. Abrió la puerta y corrió tanto como pudo por el pasillo, pero como llevaba puesto un par de medias se resbaló y cayó al suelo. El dolor fue menos que la adrenalina, y eso le permitió levantarse sin problemas, a pesar de que para una mujer de su edad, una caída como esa hubiese causado un gran daño. Cuando llegó a la pieza, el cuadro que observó fue horrible: Su esposo, todavía dormido, luchaba por respirar. Se acercó e intentó despertarlo, pero no hubo caso. Sobre la mesa de luz estaba el teléfono de Arlo. La mujer lo tomó rápidamente y llamó a emergencias. Tras explicarles la situación, siendo interrumpida por su propio llanto, la mujer al teléfono le sugirió que le practicara respiración boca a boca mientras llegaba la ayuda. Sin embargo, esta se demoraría, pues una nevada caía sobre el valle.
El terror de perder al amor de su vida sofocó a la pobre anciana. Intentó por todos los medios despertar a Arlo, y nada pasaba. Arlo peleaba contra su agresora para que dejase de ahorcarlo, y no lo conseguía. Sin éxitos ni experiencia, Ema le aplicaba respiración boca a boca. Arlo notaba como su vista empezaba a nublarse, y perdía fuerzas. Ema persistió en su maniobra salvadora, luego gritó, imploró y lloró. Arlo observó a espaldas de la mujer que tanto daño le hacía a Ema, la mujer que tan feliz lo había hecho. Ya no estaba con Iñaki, era solo ella, sonriéndole. Arlo la saludó, y vió como su esposa se alejaba por el prado. Recién ahí notó que aquella que lo ahorcaba, aflojaba su mano, pero lo tomaba con la otra. Ema vió como el hombre al que más había amado, sin abrir los ojos, dejaba de moverse. Ya no luchaba. Temblorosa y con muy mal pulso, acercó su mano a la yugular de su marido para tomarle el suyo. Su pecho no se movía, sus latidos no se sentían. Estaba muerto, se había ido para siempre. Ema sintió que su corazón se partía, y que ni llorando por años podría sanar esa herida que acababa de abrirse. Completamente rendida apoyó su cabeza sobre el pecho de su difunto esposo, y besó un corazón que ya no latía.
Una luz cálida se coló por los párpados de Arlo, que lentamente comenzó a abrir sus ojos. Cuando estuvo completamente despierto, se puso de pie y miró a su alrededor. Si Arlo hubiese sido parte de una película, en aquel sitio Se escucharía una inquietante banda sonora de fondo. El lugar era hermoso, pero su inmensidad y homogeneidad causaban cierta molestia. Estaba parado sobre una plataforma de baldosas blancas bastante grande. En sus esquinas tenía cálices con fuego dentro. Hasta donde se podía ver, el paisaje estaba cubierto de nubes bañadas por una luz ocre. La atmósfera era luminosa, pero no incandescente. Su luminosidad era sutil, como la de una bombilla de poca potencia. Aparte de la plataforma, no parecía haber otra superficie firme cerca. Todo era nubes, como si sobre lo que se apoyaba Arlo estuviera a miles de metros de altura.
Ante la vasta soledad, Arlo busco señales de vida
_¡Hola! ¿Hay alguien?
No obtuvo respuesta. Comenzó a inspeccionar todo, aunque realmente no había mucho que explorar. Partiendo desde el centro de la plataforma a cualquiera de sus extremos, el panorama era igual. El desconcierto se esfumó un poco cuando Arlo recordó la secuencia vivida con Ema y la mujer misteriosa en el prado.
_ ¿Habrá Sido un sueño? ¿Será esto un sueño también? Y sí, debe ser eso. Aunque se siente tan real...
Teniendo en cuenta la posibilidad de que aquello fuera producto de su subconsciente, se relajó un poco. Tenía la parcial certeza de que, sin importar que hiciera, a la larga despertaría en su cama, cómodo y recostado. Buscando aprovechar las ventajas propias de un sueño lúcido, comenzó a moverse por la plataforma con más libertad. Incluso se le cruzó por la cabeza la idea de saltar al vacío y ver qué le deparaba el destino. Pero antes de que pudiera siquiera dudar si tirarse o no, se quedó observando un cáliz de los cuatro que había. Era hermoso, aparentemente de oro, con astas gigantes que lo hacían ver como un trofeo, y unos grabados que representaban escenas bíblicas y angelicales. El fuego que salía era azul en la base y verde en la punta. Al notar esa anomalía en el color, Arlo tuvo el impulso de tocarlo. Su dedo estaba por hacer contacto con el fuego, cuando una voz estridente hizo que se sobresaltara.
_ Bienvenido al Limbo, lugar de las almas que aún no encuentran reposo, y que no merecen castigo. Tu estadía ha de ser corta, pues quedarse aquí más de la cuenta puede ser peligroso. Tus preguntas deben ser muchas, pero serán respondidas.
Cuando la voz cesó, Arlo miró hacia todos lados buscando su origen, pero antes de que pudiera averiguarlo, notó como una gran cantidad de nubes comenzaron a abrirse, dejando ver una especie de camino, por el cual se acercaban dos siluetas.