Una mujer de mediana edad que de repente se da cuenta que lo ha perdido todo, momentos de tristeza que se mezclan con alegrias del pasado.
Un futuro incierto, un nuevo comienzo y la vida que hará de las suyas en el camino.
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Aplacando las emociones
Charles se quedó en silencio unos segundos tras escuchar a Alex. Se veía tenso, como si estuviera buscando las palabras adecuadas para no empeorar la situación.
—Está bien —dijo finalmente, con un suspiro cansado —Si eso es lo que quieres, Alex. Pero... necesitamos hablar. Los tres —añadió, mirando también a Luana —No es bueno que se queden con ideas equivocadas.
Alex frunció el ceño y cruzó los brazos.
—¿Ideas equivocadas? —repitió con molestia—. ¿Desde cuándo estás con esa mujer, papá?
La pregunta cayó como un peso muerto en el ambiente. Charles apretó los labios y desvió la mirada, como si esa fuera la única respuesta posible. El silencio se hizo espeso, incómodo, hasta que Luana, con los ojos llenos de lágrimas, también se animó:
—¿Entonces es verdad que fue por ella que se separaron? —preguntó en un susurro tembloroso.
Charles bajó la cabeza, sin atreverse a mirarlos.
—No voy a hablar de eso ahora —murmuró con voz ronca.
—¡Claro que no quieres hablar! —espetó Alex, alzando la voz —¡Porque es así, y sabes que no tiene justificación!
Luana soltó un sollozo que rompió aún más el aire entre nosotros. Mi corazón se estrujó al verla así, y supe que la situación no podía seguir.
Me acerqué y puse una mano firme en el hombro de Charles.
—Creo que es mejor que te vayas —le dije con serenidad, aunque me costaba mantener la calma, mis hijos estaban sufriendo y eso era lo último que yo quería. —Ahora no es el momento. Cuando todos estemos más tranquilos... hablaremos. Por favor.
Charles me miró, dolido.
Por un segundo, supe que quería decir algo más, que quería arreglarlo todo ahí mismo, pero también vi que él entendió que sería inútil insistir.
—Está bien —dijo en voz baja.
Se agachó para tomar sus llaves que habían quedado sobre la mesa de la sala, les lanzó una última mirada a nuestros hijos una mezcla de tristeza y arrepentimiento, y sin agregar nada más, salió de la casa.
El sonido de la puerta cerrándose me pareció definitivo.
Luana corrió hacia mí y me abrazó con fuerza, mientras Alex, rígido, miraba fijamente el suelo.
—Todo va a estar bien —le susurré a mi niña, aunque en el fondo yo también necesitaba creerlo.Alwx se acercó y se unió a nuestro abrazo.
Nos quedamos así por unos instantes, abrazados en medio de la sala, como si el tiempo se hubiera detenido.
Sentí a Luana temblar entre mis brazos, y Alex, aunque no se acercó de inmediato, tenía la expresión más vulnerable que le había visto en mucho tiempo.
—Vengan —les dije en voz baja —Vamos a sentarnos.
Los llevé hasta el sofá y me senté en el medio, como cuando eran pequeños. Luana apoyó su cabeza en mi hombro y Alex, luego de unos segundos de duda, se dejó caer a mi otro lado, cruzando los brazos, enojado aún, pero buscando la contención que solo podía darle su mamá.
Pasé mis brazos alrededor de ambos.
—Sé que esto duele —comencé, acariciándoles el cabello —Y sé que están enojados... Yo también lo estuve, créanme.
Luana sollozó contra mi pecho, y Alex apretó la mandíbula.
—¿Por qué no nos lo dijiste? —preguntó ella con voz rota —¿Por qué no nos contaste la verdad?
—Porque quería protegerlos —admití, besándole la cabeza —No quería que sintieran rencor, no quería llenar sus corazones de enojo. Pensé que si pasaba el tiempo, todo sería más fácil de manejar.
—¡Pero nos mintió! —explotó Alex —¡Nos dejó a ti y a nosotros por otra mujer!
Tomé aire, buscando las palabras correctas.
—Lo que hizo no estuvo bien —dije con firmeza —Y no voy a justificar lo que me hizo a mí. Porque me lo hizo a mi, no a ustedes. Pero tampoco quiero que piensen que su papá no los ama. Charles los ama, de una manera que a veces no sabe demostrar. Cometió errores, como todos los cometemos. Y a veces las personas lastiman a quienes más quieren, sin quererlo, o sin saber cómo evitarlo.
Luana levantó la mirada, sus ojos estaban rojos y húmedos.
—¿Tú lo perdonaste, mamá? —me preguntó con curiosidad.
Sonreí triste.
—Sí, lo perdoné. —respondí acariciando su mejilla —No fue fácil hacerlo, me costó mucho... pero entendí que perdonarlo era la única forma de seguir adelante, era lo mejor para mí, para ustedes, incluso para él. El rencor solo nos encadena al dolor, y yo quiero verlos libres, felices.
Alex bufó suavemente, pero sus hombros ya no estaban tan tensos.
—¿Y qué se supone que hagamos nosotros ahora? —preguntó, mostrándose derrotado.
—Lo que necesiten, lo que ustedes quieran —respondí —Si quieren quedarse aquí conmigo, siempre tendrán su lugar. Si quieren ver a su papá, o no, también está bien. Lo que sientan está bien. Nadie va a obligarlos a nada.
Los abracé un poco más fuerte, sintiéndolos tan frágiles, tan míos.
—Solo les pido una cosa —añadí —No dejen que el enojo les robe la oportunidad de escuchar. A veces, aunque duela, es necesario escuchar toda la historia antes de decidir qué hacer con ella.
Ninguno de los dos dijo nada enseguida. Luana suspiró largamente, y Alex apoyó su cabeza en el respaldo del sofá, cerrando los ojos por un momento.
Nos quedamos así, en silencio, juntos. Sanando despacito.
Después de que los chicos estuvieron más tranquilos, les dije que debía irme a trabajar, le di un beso en la frente a cada uno y salí con rumbo al Centro Cultural.
(Narrador omnisciente)
El Centro Cultural bullía de vida esa mañana de sábado. Las aulas vibraban con gran energía: en un salón se escuchaban los acordes de una guitarra, en otro las voces de un grupo de jóvenes leyendo poesía en voz alta, mientras que más allá los colores brillaban sobre lienzos vírgenes y las manos se movían con gracia en el taller de lenguaje de señas.
Samanta caminaba por los pasillos, sonriendo a los profesores, a los alumnos, a los padres que venían a recoger a sus hijos. A pesar de todo lo que sentía dentro de su pecho, su rostro mostraba serenidad.
Era una buena mañana. Caótica, pero buena.
Con el correr de las horas, los talleres fueron terminando. Los chicos de arte guardaban sus pinceles, el grupo de lenguaje de señas reía y despedía a su profesor. Solo el taller de literatura seguía su curso, en una de las salas del fondo.
Cuando la mayoría del movimiento cesó, Samanta se permitió un instante de respiro. Caminaba lentamente por el pasillo principal cuando un sonido la detuvo: un piano.
La melodía era suave, dulce, cargada de nostalgia. La reconoció enseguida al reconocer que se trataba de Andy.
Sonrió para sí misma. Andy, el profesor de música, ese hombre de sonrisa cálida y alma libre, siempre se quedaba un rato más los sábados. Decía que era su momento de desconexión.
Curiosa, y buscando un pequeño escape a sus propios pensamientos, se acercó a la sala de música. La puerta estaba entreabierta. Desde allí lo vio: Andy, sentado frente al piano, los ojos cerrados, completamente perdido en su música.
Samanta se apoyó en el marco de la puerta, sin querer interrumpirlo, dejándose llevar por aquella melodía que parecía acariciarle el alma.
Sin embargo, su momento de calma no duró mucho.
Una voz grave, seria, surgió a su espalda, sobresaltándola:
—¿Siempre acostumbra dejar su puesto de trabajo de esta manera?
Seguiré leyendo
Gracias @Angel @azul