Solo Ella
A cualquier persona que se le preguntase por Arlo en aquel pueblo andino, respondía con buena cara hablando las mil maravillas del hombre.
Los niños sonreían y decían que ese señor simpático siempre jugaba con ellos, los adolescentes hablaban de cómo era el único anciano que no era un cascarrabias. Los adultos se referían a él con ternura, y aquellos que transitaban la tercera edad, y habían compartido varias décadas con Arlo, hablaban del gran hombre que fue en su juventud, y del gran señor en que se había convertido. Todo aquel con un criterio estético aceptable reconocía que había envejecido de maravilla, y quien viese una foto de sus años mozos quedaba sesgado ante su porte y gran atractivo. Los más ricos de la región aplaudían su vocación y su habilidad para los negocios, y los más humildes, resaltaban su gran corazón y capacidad para abrirle a cualquiera las puertas.
Todo el mundo le tenía gran estima a Arlo. Entre los valles, alrededor del lago, en la cima de la montaña y en la zona céntrica, era considerado el hombre ideal.
Todo esto que la gente veía en él, que era indudablemente cierto, no era mera casualidad ni salía de la nada. Había alguien que era el motor de todos sus actos, la fuente de todas sus fortalezas, y la cura para todos sus males: su esposa Ema. Mujer igualmente adorada en el pueblo y que, incluso en el ocaso de su vida era el centro de las miradas a donde fuera. Hermosa por su exterior, y con un aura particular que continuaba embelesando a su marido después de tantos años. La fascinación era recíproca, y entre los dos se percibía una química tan fuerte como jamás se había visto en otra pareja. Habían llegado a ese pueblo casi cinco décadas atrás. Y tras tanto tiempo, seguían siendo a los ojos de los demás la pareja perfecta.
Para Arlo, el emparejarse con Ema había sido un antes y un después definitivo en su vida, que nunca había llegado a ser mala, pero sí difícil. Su niñez y adolescencia las había pasado sin pena ni gloria, con una relación compleja con su padre y una libertad restringida por la sobreprotección de su madre. Amigos tenía pocos, se contaban con los dedos de una mano, y hasta la llegada de su mejor amigo, David, no duraban mucho más de un año. Luego de eso se separaba progresivamente hasta dejar de verlos. Los últimos años de secundaria fueron excelentes, porque, entre muchas otras cosas, fue cuando conoció a Ema. Poca gente le cree, pero realmente había sentido algo especial cuando la vio por primera vez caminando por el patio de su escuela plagada de hombres. Esa casa de estudio donde se enseñaban las labores de la construcción y la herrería no era un lugar muy atractivo para las mujeres en ese entonces. Y sin embargo, ahí estaba, con su pelo atado en bandos, y su guardapolvo blanco, saliendo del laboratorio donde pasaban horas los estudiantes de química.
Pasaron meses hasta que vio la oportunidad de hablarle, primero en una ronda en el recreo, y luego, haciendo equipo en un trabajo que les tomaría meses de desarrollo. Allí sucedió la magia. Siempre había sido un muchacho tímido, pero al hablar con ella las palabras salían solas, y la conversación fluía. Su historia de amor no tiene la épica de lo complicado que vuelve atractiva toda película de romance. Ese tinte de drama prácticamente nunca existió. Durante el primer mes del último año de secundaria comenzaron a salir, y meses más tarde formalizaron. Y como revitalizando la llama de la esperanza de esas personas que creían en el amor para siempre y en "la media naranja", vivieron, perdón por el cliche, felices por siempre.
Discutían poco, y si lo hacían se arreglaban rápido. Ni hablar de crisis matrimoniales, eso no existió en esta pareja. Las crisis estaban, por supuesto, pero provenían del exterior y las combatían unidos como equipo. Hacían el amor con la misma pasión a sus veinte, cuando sus cuerpos estaban en plenitud, que a sus setenta, cuando las articulaciones ya no eran tan flexibles y ellos estaban más cansados. Reían a carcajadas tras el nacimiento de su cuarto nieto con la misma intensidad que lo habían hecho en su primera cita, o quizás más. Arlo había estado presente en los chequeos médicos de Ema para su primer trabajo, y en los chequeos de su control para saber si tenía o no cáncer de mama.
Su relación fue mágica, y lucharon codo a codo para ver realizados sus sueños y proyectos. Una vez egresados, fueron a universidades distintas, y a pesar de que fueron años duros, donde por la distancia de sus facultades no podían verse más que una vez por semana, resistieron y, ya los dos con sus títulos y buenos trabajos, pudieron construir su soñada casa en el sur, a orillas del lago y al pie de la montaña. Se casaron y tuvieron tres hijos, dos mujeres y un varón, con quienes formaron una preciosa familia. En el trabajo fueron no solo los mejores, si no lo más queridos: Arlo fundó una constructora, la cual se transformó en la compañía familiar, y le dio un techo a las personas sin hogar, un colegio a los que no tenían educación, y un nuevo comienzo a quienes no tenían trabajo. Ema abrió su propio restaurante, y posteriormente, un comedor popular, que fue fuente de alimento para los más necesitados.
Allí, en ese lugar y con esos trabajos, la pareja pasó el resto de sus vidas. Arlo estaba orgulloso de lo que Ema había logrado, y le agradecía porque lo había impulsado a hacer todas sus buenas obras. Realmente la amaba.
Pero tras esa apariencia de hombre de familia se escondía un secreto. En toda su vida solo había estado con una mujer: Ema. Ese no era el secreto, era algo bastante sabido que tanto él como Ema habían experimentado prácticamente todas las primeras veces que una persona en pareja puede vivir entre ellos. Lo que nadie sabía, pues Arlo se había encargado de no revelarlo, era la profunda curiosidad que él tenía por estar con otra mujer. Moría por saber que se sentía tener sexo con otro cuerpo. Siempre había escuchado las historias de sus amigos, la mayoría de ellos sin conocer a su pareja definitiva hasta muy entrados los treinta, hablar de todas sus experiencias con miles de personas diferentes. En ese momento, él solo se limitaba a escuchar e imaginar. Cuando se puso de novio con Ema, supo que sería para siempre, y entendió que tendría que poner en la balanza estar con ella toda la vida, o continuar soltero y llevando a la cama a una mujer diferente cada mes. La decisión fue muy fácil, nada le ganaba al amor que sentía. Su conducta fue intachable, jamás tuvo una aventura, ni coqueteó con amigas o mujeres del pueblo, ni contrató prostitutas. Todas las oportunidades que se le presentaron, las rechazó con firmeza. Pero de lo único que no puede escapar un hombre, lo único que inevitablemente lo acompañará por siempre, son sus pensamientos y deseos. Esta necesidad imperante e instintiva de practicar la poligamia duro unos años, para luego irse apagando de a poco y volverse solo una etapa oscura que Arlo recordaba en silencio.
Hasta que un día de otoño en el año 2064, mientras su familia se hospedaba en su casa por el fin de semana, ese deseo que llevaba décadas apagado, volvió a producir una chispa. Arlo estaba sentado en su sillón individual leyendo un libro, como hacía todas las tardes. Se disponía a pasar un rato en soledad luego de un día de actividades familiares. La casa solía estar muy tranquila, por lo que era raro tener a toda la familia desplazándose por el lugar. Le encantaba, disfrutaba al máximo esas reuniones familiares de frecuencia prácticamente semestral, pero aun así siempre había sido una persona introvertida. Cuando escucho voces provenientes de la escalera, cerro el libro y se calzó sus pantuflas. Por una de las puertas del living, aparecieron, uno detrás de otro, sus seis nietos, su hijo y su yerna, su hija menor, y cerrando la fila con paso lento, Ema.
-¿Se van nomás?- Pregunto Arlo, y se paró para saludar, ya conociendo la respuesta.
_ Si, esta re linda la tarde, asi que vamos a ir a pasear con los chicos_
_ Vuelven para cenar o comen en el centro
_ Ay papa, volvemos! Cómo los vamos a dejar solos aca
_ Y bueno! Capaz querian hacer el paseo completo_ Dijo Arlo riendo. _ Los espero con la cena entonces. Che y tu hermana no va?
_No, se sentía mal, así que se quedó con Gaspi durmiendo en el cuarto.
La respuesta de su hija no le hizo mucha gracia. Se había hecho la idea de que iba a salir todos, pero resulta que Analía, su hija mayor, iba a estar rondando por la casa junto con su esposo. Sin embargo no quiso parecer amargo, así que simplemente comentó que le apenaba que no se unieran al paseo, y comenzó a saludar uno por uno. Cuando llego a donde estaban los dos hijos de Analía, estos le indicaron que no lo saludase.
_ También nos quedamos abuelo_ Comentó el mayor.
Con esa afirmación, Arlo entendió que esa no seria la tarde de soledad que había planeado.
_ Bueno, esta bien, si quieren traiganse un libro y ponganse a leer conmigo.
Pero sus nietos no iban a leer. De hecho, esa tarde, él tampoco. Aún no se lo imaginaba, pero esos jóvenes estaban a punto de ponerle nuevamente el mundo de cabeza.
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