Una luna perdida. Un alfa maldito. Una marca que arde más fuerte que la sangre.
Cuando el reino de Nyra Veyra cae ante la brutal invasión de los clanes lobo, ella se convierte en botín de guerra. Sin títulos, atrapada en un templo de piedra, solo le queda su cuerpo… y un fuego desconocido que empieza a despertar bajo su piel.
Pero hay algo que ni ella ni su captor esperaban:una Marca antigua arde en su vientre. Una conexión salvaje la une a Varkhan, el alfa más temido del norte.
Y él está dispuesto a reclamar lo que el destino le ha entregado. Con placer. Con sangre. Con colmillo.
Entre rituales, deseo y magia dormida, El Alfa y su Presa es una novela de romance oscuro, brujería ancestral y erotismo salvaje, donde el mayor enemigo no siempre es el que te encierra… sino el que arde dentro de ti.
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Capítulo 17 – Cicatrices de fuego
El templo había comenzado a respirar de nuevo.
Tras días de silencio y oscuridad, las salas centrales se llenaban poco a poco de movimiento. Guerreros entrenando. Sanadoras recogiendo plantas del jardín. El rumor del fuego volviendo a encenderse.
Pero no todo se había curado.
Nyra aún caminaba con cautela, como si sus pasos pudieran despertar ecos que no estaba lista para oír. Su cuerpo había sanado gracias a Mairen y Kate, pero su alma aún tenía grietas. Y aunque lo ocultaba con compostura, había un temblor invisible bajo su piel.
Mairen lo sabía.
Kate también.
Y Samuel… lo intuía.
Fue él quien la esperó en el círculo de entrenamiento esa mañana, flanqueado por Kate. La piedra del suelo seguía marcada con las runas antiguas del juramento lunar.
—Te retaste a ti misma —dijo Kate—. Pero ahora tendrás que demostrar si el fuego que llevas dentro es tuyo… o solo un eco de Elaria.
Nyra no respondió. Solo se despojó del manto que llevaba. Vestía de negro, sin adornos. El cabello trenzado atrás. Los brazos descubiertos, aún con las cicatrices del ritual.
Samuel le tendió una vara de madera mágica, tallada con símbolos del clan.
—Sin rabia —dijo—. Sin miedo.
—Sin contención —añadió Kate.
Nyra tomó la vara y la hizo girar una vez en el aire. Una chispa saltó de su palma al extremo de la madera. La punta se encendió con un fulgor tenue, pero firme. Respiró hondo.
Kate fue la primera en atacar.
Un destello de energía helada surcó el aire. Nyra lo desvió con un giro de su vara, formando un escudo de fuego que envolvió su torso. El segundo golpe vino de Samuel: una ráfaga de aire que la levantó varios palmos del suelo.
Nyra giró en el aire, cayó de pie, y con ambas manos alzó una columna de fuego en espiral. El suelo tembló.
—¡Otra vez! —gritó, los ojos brillando.
Kate la rodeó. Samuel la enfrentó.
Lo que siguió fue una danza feroz. Magia chocando con magia. Ráfagas de viento, chispas, agua, calor. Aullidos sin voz. Runas vivas. Y en el centro de todo… Nyra. No como antes. No como una aprendiz. Como una fuerza.
Cuando terminaron, los tres estaban jadeando. El suelo humeaba. Y Kate, por primera vez, sonrió con orgullo sincero.
—Estás lista —dijo.
Nyra bajó la vara. Sus brazos temblaban. Pero sus ojos, no.
—No —respondió—. Estoy despertando. Lo de ahora… fue solo un primer rugido.
Esa noche, Varkhan la esperaba en su alcoba. Ella entró sin avisar, sin miedo. Llevaba una túnica ligera, húmeda por el baño ritual. Su cabello olía a laurel.
Él se incorporó al verla.
—Has estado entrenando —dijo.
—Con Kate y Samuel.
—¿Y?
—Sobreviví.
Se miraron en silencio.
Ella se acercó. Lo besó. Despacio. Sin prisa. Sin palabras. Él la tomó por la cintura y la atrajo hacia sí. La respiración de ambos se aceleró. Las ropas cayeron al suelo, una tras otra.
Varkhan la tumbó con delicadeza sobre la piel de lobo. Su cuerpo recorría el de ella con hambre y cuidado, como si quisiera borrar todo lo que le habían hecho.
—Te amo —susurró.
Nyra cerró los ojos. Sus dedos se aferraron a su espalda. Sus cuerpos se unieron, y por un momento, todo fue calor. Todo fue verdad.
Pero entonces, lo sintió.
Una imagen.
Un destello.
El frío.
La daga de Cassian.
El círculo de piedra.
La voz que decía que era suya.
El placer se quebró.
—No —murmuró Nyra, apartándolo de golpe.
Varkhan se retiró de inmediato, sin protestar. Su expresión fue de puro dolor contenido.
—¿Te hice daño?
—No —dijo ella, cubriéndose—. No tú. Pero… no puedo.
—Lo entiendo.
Ella no lo miraba. Pero sus manos temblaban.
—Estoy rota.
—No —respondió él—. Estás ardiendo por dentro. Y aún no sabes si el fuego quema o cura.
Ella lo miró al fin. Con lágrimas que no caían.
—¿Y si no puedo curarme nunca?
—Entonces me quedaré contigo. Ardiendo.
Horas más tarde, Nyra caminaba sola por los pasillos del templo. No podía dormir. Su cuerpo vibraba. Como si los fragmentos de sus recuerdos quisieran salir. Como si ya no pudieran contenerse.
Se detuvo ante la sala de los espejos.
Entró.
Y lo vio.
No su reflejo. Sino una escena.
Como una grieta en el cristal.
Una imagen del pasado.
Ella, abrazada a Varkhan.
Y la daga clavada en ella.
Su cuerpo colapsando.
Su último suspiro: “Nos volveremos a encontrar.”
Nyra retrocedió. Cayó de rodillas.
—No… no puede ser…
Mairen apareció entonces, como si el templo la hubiera llamado.
—Ya lo sabes.
Nyra levantó la vista.
—¿Fue él? ¿Fue Varkhan quien me mató?
—Sí —respondió la guardiana.
—¿Y por qué…?
—Porque lo traicionaste —dijo, con dulzura—. Porque lo amabas. Y lo entregaste a sus enemigos. Él lo supo. Y aún así, no quiso que te torturaran. Le hiciste prometer que acabaría contigo antes de que te desgarraran. Y él… cumplió.
Nyra lloró sin lágrimas. Mairen se arrodilló junto a ella.
—Pero también dijo que si algún día volvías… no te soltaría jamás.
Esa noche, Nyra no volvió a su alcoba.
Subió a la torre más alta. Se sentó bajo la luna. Y comprendió lo que era.
Era la furia que despertaba cuando el amor y la traición se entrelazaban.
Ya no le temía al pasado.
Solo esperaba el momento exacto para quemarlo todo.