Camila tiene una regla: no mezclar negocios con emociones. Pero Gael no es fácil de ignorar. Es arrogante, brillante y está decidido a ganarle. En los proyectos, en las reuniones… y también en el juego de miradas que ninguno de los dos admite estar jugando.
Lo que empezó como una guerra silenciosa de egos pronto se convierte en una batalla más peligrosa: la de resistirse a lo prohibido.
¿Hasta dónde están dispuestos a llegar por ser los mejores… sin perderse el uno al otro?
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La culpa
*⚠️Advertencia de contenido⚠️*:
Este capítulo contiene temáticas sensibles que pueden resultar incómodas para algunos lectores, incluyendo escenas subidas de tono, lenguaje obsceno, salud mental, autolesiones y violencia. Se recomienda discreción. 🔞
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Vestida —al fin— con mi ropa arrugada de la noche anterior, salí del departamento 406 con el corazón galopando. Iba tarde a la oficina, no alcanzaba a ir a mi apartamento buscar que ponerme y salir. No quería cruzarme con ningún vecino. Ni con Gael, otra vez. Ni con mi reflejo en el espejo, sinceramente.
Pero la vida, esa desgraciada con humor retorcido, tenía otros planes.
La puerta del ascensor se abrió justo cuando salí al pasillo... y ahí estaba el vecino del 408. Una señora mayor, simpática, con cara de no perderse una y que ahora me miraba con una ceja levantada y media sonrisa de "sé lo que hiciste, muchachita".
—¿Noche larga, jovencita?
—Eh... sí. Mucho trabajo. Publicidad, ya sabe... deadlines, estrés, ugh —solté un ruido raro con la garganta, mezcla de risa nerviosa y un grito contenido.
El ascensor bajaba a una velocidad sospechosamente lenta. Como si también se burlara de mí.
—Sí, sí. Trabajo. Yo también trabajaba así a tu edad. Sin medias, con el maquillaje corrido y saliendo del departamento del vecino nuevo —dijo, guiñándome un ojo.
Yo quería evaporarme. Literalmente. Flotar en el aire y desaparecer.
—¿No tiene que ir con su esposo a esta hora para regar las plantas? —le dije, por puro instinto de defensa.
—Está en la casa de su hermano, así que tengo la mañana libre —respondió la vieja, encantada—. Pero tranquila, no diré nada... vecina.
Vecina.
Me bajé del ascensor como si estuviera corriendo una maratón, y salí al mundo con la frente en alto... hasta que me di cuenta que tenía un moretón en el cuello.
Ese imbecil…
Ya en la oficina, traté de mantener mi cara de "todo está en orden", pero Lucy, mi compañera y radar humano de chismes, me lanzó una mirada sospechosa.
—No llegaste con tu café habitual, no usas delineador y estás... ¿feliz?
—Estoy normal.
—No, estás radiante. Como si hubieras tenido una noche salvaje o una campaña. ¿Qué fue?
—No hubo campaña—solté antes de poder detenerme.
Lucy abrió los ojos como platos.
— ¡¿Con quién?!
—¡Shhh! Baja la voz, por Dios. Estoy tratando de mantener la poca dignidad que me queda.
—Camila. ¿Fue con...?
Entonces se hizo el silencio. Porque justo en ese momento, Gael entró a la oficina. Con su chaqueta al hombro, el cabello perfectamente desordenado y esa típica sonrisa.
Me miró.
Le lancé una mirada de advertencia.
Él guiñó un ojo.
Y Lucy casi se cae de la silla.
—Joder. Te lo cogiste.
—No.
—Sí.
—Lucy.
—¡Te lo cogiste!
—¡Lucy, cállate!
Gael se acercó, se apoyó en mi escritorio y dijo, como si nada:
—Camila, ¿tienes el archivo del proyecto? Creo que anoche lo olvidamos... entre otras cosas.
—Vete al infierno.
—Nos vemos ahí.
Y con eso, se fue. Silbando. El muy malnacido.
Lucy me miraba como si acabara de ganar la lotería.
—¿Fue bueno?
—Lucy, por favor...
—¿Cuántas veces?
—Voy a bloquearte.
—¿Tiene tatuajes? ¿Puedes confirmar el tamaño ahí abajo?
—Necesito vacaciones.
Y sí. Urgente.
Porque estaba oficialmente durmiendo con mi rival de oficina, viviendo a su lado...
Y lo peor de todo era que ya estaba pensando en cuándo volvería a pasar
Mi día iba como una montaña rusa sin frenos. eran las diez de la mañana y ya quería lanzar mi computadora por la ventana. Gael, mientras tanto, estaba como si nada: calmado, brillante, encantador... y claramente consciente del efecto que tenía sobre mí.
La reunión con los ejecutivos de Spark Energy fue una locura. Nos habían seleccionado a ambos como cabezas del proyecto. El director de imagen de Spark Energy quizo que estuviéramos presentes en las grabaciones y castings de algunos contenidos con todo el equipo técnico, que nos obligaba a trabajar en conjunto por los próximos seis meses.
¿Seis. Meses. Con. Él?
Era como condenarme al cielo y al infierno al mismo tiempo.
Gael sonrió cuando lo dijeron, como si lo hubiera previsto. Yo, en cambio, tragué saliva y disimulé el temblor en mis piernas. Estaba demasiado cerca, sentado justo a mi lado. Podía sentir el calor que irradiaba su cuerpo, el perfume que aún me resultaba demasiado familiar, y las imágenes de anoche que venían en oleadas.
—Felicitaciones, Camila —susurró al oído cuando terminó la reunión, su voz tan baja que solo yo pude oírla—. Te ves tan profesional después de que me gritaste que me querías adentro anoche...
—Desgraciado—susurré de vuelta, sin poder evitar sonreír a medias.
Volvimos a nuestros escritorios. Yo fingía estar completamente concentrada en los informes, pero cada vez que sentía su mirada, un escalofrío me recorría la espalda.
Y lo peor era que sabía que él lo sabía.
Lucy me lanzó un papelito (porque claramente, estábamos en el jardín de infancia corporativo):
¿En qué momento vas a admitir que te encanta Moretti?
Yo escribí:
En el momento en que deje de ser tan guapo y tan idiota a la vez. Me saca de quicio.
Lo arrugó y lo guardó en su cajón con una risa.
Y yo traté, con todas mis fuerzas, de ignorar el hecho de que tenía calor. Mucho calor. Y que no era por el clima, ni por el café. Era porque mi maldito rival estaba ahí, con su camisa remangada, y cada músculo de su antebrazo me gritaba: "recae, Camila, recae".
Las horas pasaron entre miradas y trabajo frenético. Pero justo cuando pensaba que ya podía irme a casa y encerrarme a ver una serie sin pensar en él... me llegó un mensaje.
Gael:
—¿Cena? No tenemos vino, pero tengo helado. Y más sábanas.
Rodé los ojos.
—No va a pasar otra vez. No mezclemos el trabajo con lo otro. Punto.
—Puntos suspensivos, querrás decir.
—Jódete, Gael.
—¿A qué hora?
Suspiré.
Me odiaba un poco. Pero ya estaba buscando el pintalabios.
x ahora muy lenta y pesada
Eso si fue incómodo