El Prisionero Y La Reencarnada

Cuando Ginger se reunió nuevamente con su padre, salieron del castillo en silencio. El aire exterior le golpeó el rostro como un despertar brusco, pero no logró aliviar la presión en su pecho.

Caminaba a su lado, con el rostro sereno por fuera y el corazón desbordado por dentro.

[Esta mucho peor de lo que imaginé]

Las heridas de Alban, su mirada apagada, la forma en que apenas podía sostener el frasco de agua… todo volvía una y otra vez a su mente. En la novela, su sufrimiento era descrito con palabras. En la realidad, dolía más.

- ¿Sigues mareada? - preguntó su padre, observándola con atención.

- No, padre - respondió- . Solo… cansada.

Al llegar al gran salón de entrada, Ginger notó un movimiento inusual. Varias señoritas de su edad, vestidas con capas claras y carpetas bajo el brazo, se reunían en pequeños grupos, conversando animadamente. Algunas reían, otras repasaban apuntes.

- ¿Quiénes son? - preguntó, señalándolas con disimulo.

Grayson siguió su mirada.

- Van al castillo del sur - explicó- . Recibirán clases de administración, comercio y leyes básicas del reino.

Ginger sintió que algo encajaba de golpe.

- ¿Clases? ¿Para mujeres también?

- Por supuesto - respondió su padre- . El rey Adrián es un hombre justo. Cree que el conocimiento fortalece a Mercia, sin importar si viene de hombres o mujeres.

El castillo del sur.

Lo recordaba bien. En la novela, allí se encontraban las aulas, los archivos… y uno de los accesos secundarios a los calabozos. No era casualidad. Era una oportunidad.

Ginger respiró hondo y habló con cuidado, como si la idea acabara de surgirle.

- Padre… - dijo- . ¿Crees que yo podría asistir también?

su padre se detuvo, sorprendido.

- ¿Tú? - arqueó una ceja- . Nunca mostraste interés por esos temas.

Ginger bajó la mirada, aparentando timidez.

- Siempre he sido una carga - admitió- . Tal vez… si aprendo, podría ayudarte algún día. No quiero depender siempre de ti o de mis hermanos.

El duque la observó en silencio. Vio determinación donde antes solo había ligereza. Vio, quizás, a una hija que comenzaba a crecer.

- Hablaré con el encargado - dijo al fin- . Si eso deseas, te inscribiré.

Ginger sintió un alivio inmenso, aunque no sonrió.

- Gracias, padre.

Mientras se alejaban, su mente ya trabajaba con rapidez.

Clases diarias en el castillo del sur.

Accesos constantes.

Una excusa perfecta.

Y, lo más importante.. Alban no tendría que esperar solo y eternamente en la oscuridad.

Ginger apretó los puños bajo la capa.

[Resiste un poco más.. Ya encontré el camino hacia ti..]

Dos días después, Ginger Evenhart comenzó sus clases en el castillo del sur.

Desde la primera lección, la sorpresa fue evidente. Los maestros.. hombres mayores, formados en la rigidez de la administración tradicional.. se miraban entre sí con cejas arqueadas cada vez que Ginger levantaba la mano.

- Correcto - decía uno, carraspeando- . Exactamente así funcionan los impuestos progresivos del reino.

Ginger respondía con seguridad, analizaba problemas, proponía soluciones prácticas. Para todos, parecía un talento recién descubierto. Nadie podía imaginar que su claridad provenía de otra vida, de conocimientos acumulados fuera de Mercia, de una mente acostumbrada a leer, cuestionar y comprender sistemas complejos.

- Tiene una mente brillante, lady Evenhart - le dijo uno de los maestros al finalizar la clase- . No esperaba esto de usted.

Ginger solo sonrió con modestia.

Pero no era allí donde estaba su verdadera atención.

Entre una clase y otra, aprovechó el breve descanso del mediodía. Se cubrió con una capa sencilla y caminó por uno de los pasillos laterales que había memorizado desde la novela. Allí la esperaba el mismo guardia que había aceptado el soborno inicial.

Ginger no perdió tiempo.

- Quiero entrar a diario - dijo en voz baja- . Solo unos minutos.

El guardia frunció el ceño.

- Mi lady, eso no es habitual. El prisionero es peligroso.

Ginger abrió la bolsa de cuero y dejó ver el brillo de las monedas. No era ostentoso, pero sí suficiente. Más de lo que el hombre ganaba en meses.

- Nadie lo sabrá - añadió- . Y nadie saldrá herido.

El guardia la observó con desconcierto. No entendía por qué una joven rica, admirada y con todo el futuro asegurado, quería descender a los calabozos para ver a un traidor condenado.

Pero entendía algo mucho más simple.. la riqueza de los Evenhart.

Tragó saliva.

- De acuerdo - dijo al fin- . A diario. Pero poco tiempo.

Ginger asintió.

- Eso basta.

Cuando la puerta de piedra se cerró tras ella, el aire húmedo y frío volvió a envolverla. El sonido de las cadenas resonó antes de que lo viera.

Alban levantó la cabeza lentamente.

Sus ojos, hundidos por el cansancio, se clavaron en Ginger con una mezcla de alerta y desconfianza. El sonido de sus cadenas acompañó el leve movimiento de sus hombros.

- ¿Por qué volviste? - preguntó con voz áspera- . Ya hiciste suficiente. Vete antes de que te arrepientas.

Ginger no retrocedió.

Se arrodilló frente a él, dejando el bolso a un lado, y sostuvo su mirada sin desafío, pero sin miedo.

- Volví porque voy a ayudarte - dijo con firmeza- . Y porque sé la verdad.

Alban soltó una risa seca, rota.

- ¿La verdad? Todos dicen saberla. Mi tío decía saberla. El rey decía saberla. El templo decía saberla.-

Sus dedos se cerraron con fuerza alrededor de la cadena.

- Y mira dónde me trajo eso.

Ginger respiró hondo.

- Aldren te mintió No había ninguna santa solo buscaba controlar a una mujer que habia sido elegida por el líder de los pegasos.. El templo no era sagrado. Solo buscaba el poder.. Todo era una construcción para manejar al reino… y a ti...-

Por un instante, Alban no reaccionó. Luego negó con la cabeza, con violencia.

- ¡Cállate! No sabes nada. No estuviste allí. No viste cómo me crió, cómo me hizo creer…-

Su voz se quebró, apenas perceptible.

- No me hables de él.-

Ginger no insistió. No discutió. Sabía que las palabras no bastaban.

Sacó el pan del bolso, lo partió en trozos pequeños y los acercó a sus labios.

- Come. No tienes que creerme hoy.-

Alban apartó la cabeza con un gruñido débil… pero su estómago traicionó su orgullo. El hambre era demasiado fuerte. Finalmente abrió la boca y aceptó el alimento, despacio, con vergüenza contenida.

Ginger le dio de beber, sosteniendo el frasco con cuidado para que no se atragantara. Luego limpió con delicadeza la sangre seca de una herida en su ceja, aplicó el ungüento con manos firmes pero suaves.

Alban tensó los músculos, molesto por la cercanía.

- No me toques… -

Pero no tuvo fuerzas para apartarla.

Sus gruñidos se apagaron poco a poco. La resistencia dio paso al cansancio. Al dolor que ya no podía sostener solo.

- ¿Por qué haces esto? ¿Qué ganas tú? -

Ginger dudó un segundo.

- Nada Y quizá por eso puedo hacerlo.-

Terminó de vendarle la herida y se apartó apenas, respetando el espacio que él aún necesitaba.

- No te pido que confíes en mí.. Solo… resiste. Yo me encargaré del resto.-

Alban cerró los ojos un instante.

No dijo que sí.

No dijo que no.

Pero cuando Ginger se levantó para irse, él habló de nuevo, con un hilo de voz:

- Si me mientes… - susurró- …te odiaré más que a todos ellos.

Ginger se detuvo en la puerta.

- Entonces no te mentiré - respondió- . Nunca.

Y al salir, dejó tras de sí algo más que comida y cuidados.

Dejó una grieta mínima, casi invisible…

en el muro que Alban Mortis había levantado alrededor de su corazón.