Renace con una nueva oportunidad para ser feliz, amando a los caballos como en cada vida...
El mundo mágico también incluye las novelas
1) Cambiaré tu historia
2) Una nueva vida para Lilith
3) La identidad secreta del duque
4) Revancha de época
5) Una asistente de otra vida
6) Ariadne una reencarnada diferente
7) Ahora soy una maga sanadora
8) La duquesa odia los clichés
9) Freya, renacida para luchar
10) Volver a vivir
11) Reviví para salvarte
12) Mi Héroe Malvado
13) Hazel elige ser feliz
14) Negocios con el destino
15) Las memorias de Arely
16) La Legión de las sombras y el Reesplandor del Chi
17) Quiero el divorcio
18) Una princesa sin fronteras
19) La noche inolvidable de la marquesa
20) Ni villana, ni santa
21) Salvando a mi Ernesto
22) Cartas para una princesa
23) Ya te olvidé
24) Dulce Prisión
25)Secretos de una poción
26) La venganza de Leia
27) Recuerdos de mi futuro
28) Una esposa para el príncipe maldito
29) Una madrastra reencarnada
** Todas novelas independ
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Madame Clarisse
Días después, Astrid se levantó temprano, decidida. El clima era perfecto para montar, pero su vestido largo y delicado no era lo más adecuado. Así que fue directamente al despacho de su padre.
Astrid: Padre, quería pedirle algo un poco inusual.
Duque Ashton: (levantando la vista de sus documentos) ¿Inusual? Eso suena intrigante. Dime, hija.
Astrid: Quisiera… ropa para cabalgar. Ropa de verdad. No vestidos.
El duque arqueó una ceja, sorprendido por la firmeza en su voz. Por un instante, pareció querer protestar, pero la mirada decidida de Astrid lo detuvo.
Duque Ashton: (suspirando) Supongo que te refieres a pantalones, ¿verdad?
Astrid: (sonriendo) Exactamente. No puedo aprender bien si tengo que preocuparme de no pisar el vestido.
El duque se quedó en silencio unos segundos, luego asintió con una media sonrisa.
Duque Ashton: Está bien. Hablaré con la modista. Pero no quiero que esto sea tema de conversación entre las damas del salón. Ya sabes lo que dirian…
Astrid: (riendo suavemente) Lo prometo, padre.
Horas después, la modista, una mujer vivaz de cabello gris y ojos curiosos llamada Madame Clarisse, llegó a la mansión con cintas, telas y un entusiasmo que llenó la habitación.
Madame Clarisse: ¡Oh, señorita Astrid! Que idea tan moderna. Hace años que no me piden algo así. ¡Una dama con pantalones! ¡Qué audacia!
Astrid: (riendo) Espero no causarle problemas. Solo quiero poder montar sin miedo a tropezar.
Madame Clarisse: ¡Por favor! Será un placer. Ya tengo en mente un diseño elegante, discreto, pero con estilo.
Mientras tomaba medidas y discutía las telas, Clarisse hablaba sin parar, imaginando combinaciones de colores y detalles.
Madame Clarisse: Podriamos hacer el corset ajustado, que marque su figura pero sin perder la movilidad. Algo juvenil, propio de una señorita de quince años, claro está. Y los pantalones… firmes, pero comodos.
Astrid se sonrojó un poco, sin saber muy bien cómo reaccionar ante tanta emoción.
Astrid: Me dejaré guiar por su experiencia, Madame Clarisse.
Madame Clarisse: ¡Oh, confíe en mí, señorita! Cuando lo vea, su padre se sentirá orgulloso, y su hermano… bueno, probablemente se quede sin palabras.
Astrid no se limitó a dejar todo en manos de Madame Clarisse. Mientras la modista dibujaba los primeros bocetos, ella misma comenzó a hacer sugerencias, guiada por los recuerdos difusos de su vida anterior, cuando cabalgaba sin miedo junto a Sombra.
Astrid: (señalando el diseño) Si ajustamos las costuras aquí, será más fácil mover las piernas al montar. Y el corset… podría tener un refuerzo en la espalda, pero sin apretar tanto. Necesito poder respirar bien cuando galopo.
Madame Clarisse: (asombrada) ¡Vaya, señorita! Habla como toda una guerrera. ¿De dónde aprendió tanto?
Astrid: (sonriendo) Supongo que… lo llevo en la sangre.
La modista la miró con curiosidad, pero no preguntó más. Juntas, eligieron telas resistentes pero suaves, un tono azul oscuro con detalles plateados, y botas altas de cuero que le daban un aire elegante y firme.
Pasaron varias semanas hasta que el conjunto estuvo terminado. Cuando Astrid se lo probó por primera vez, frente al gran espejo de su habitación, apenas pudo creerlo. Se veía diferente.. más segura, más viva.
Astrid: (en voz baja, mirándose) Ahora sí… así puedo ser yo misma.
El día que estrenó su atuendo, montó a Valiant con la naturalidad de quien lo ha hecho toda la vida. Los sirvientes la miraban maravillados mientras cruzaba el patio principal del ducado, su cabello rojo suelto moviéndose con el viento y la sonrisa iluminándole el rostro.
Durante esas tardes, recorría los prados, los bosques y los caminos del ducado, siempre acompañada de James o de algún guardia a la distancia, aunque ella apenas los notaba. Lo único que sentía era la libertad.
Astrid: (riendo mientras acaricia el cuello de Valiant) Gracias, amigo. Ahora sí puedo cabalgar sin miedo, sin límites.
El sonido de los cascos contra la tierra resonaba como una melodía familiar. Astrid sabía que, aunque Sombra no estuviera allí, una parte de su espíritu seguía cabalgando con ella en cada galope, en cada rayo de sol que tocaba su rostro.
Y así, semana tras semana, la joven del cabello rojo se convirtió en una imagen cotidiana en el ducado.. la hija del duque que desafiaba las costumbres, cabalgando libre, elegante y llena de vida, como si hubiera nacido para ello.
El día de su decimosexto cumpleaños, la mansión Huxley se llenó de luz, música y risas. Los sirvientes iban y venían con bandejas de dulces, las flores adornaban cada rincón del gran salón, y un centenar de invitados llegaban con obsequios envueltos en cintas brillantes.
Astrid, radiante, descendió por la escalera principal con un hermoso vestido color lavanda, adornado con encaje y perlas pequeñas. Su cabello rojo caía en ondas suaves sobre sus hombros, y sus ojos azules reflejaban una alegría genuina.
Cuando llegó el momento de los regalos, todos esperaban ver joyas, perfumes o libros de poesía. Pero su padre y su hermano se adelantaron con una caja larga y elegante, envuelta en terciopelo azul.
Duque Ashton: (con una sonrisa orgullosa) Feliz cumpleaños, mi querida hija. Antony y yo pensamos que este regalo… es el más adecuado para ti.
Astrid: ¿Para mí? ¿Qué será?
Abrió la caja con cuidado, y al verla, sus ojos se iluminaron. Dentro había una fusta finamente trabajada, botas de montar nuevas y un juego de riendas personalizadas, con su nombre.. Astrid Huxley-- grabado en letras plateadas.
Los invitados se miraron entre sí, murmurando confundidos.
- “¿Una fusta?”
“¿Para una dama?”
- “Qué extraño regalo…”
se escuchaba en voz baja.
Pero Astrid no oyó nada. Sus manos temblaban de emoción mientras sostenía las riendas.
Astrid: ¡Padre, Antony! Es… es perfecto. ¡No podrían haberme hecho más feliz!
Antony rió y cruzó los brazos con tono burlón.
Antony: Pensé que te habías vuelto toda una dama, con ese vestido y esas flores. Pero parece que sigue siendo la misma hermana que prefiere el barro del establo a los salones de baile.
Astrid: jajaja Tal vez… pero esta dama sabe montar mejor que tú.
El duque soltó una carcajada, mientras Antony fingía ofenderse.
Duque Ashton: Déjala, hijo. Si ese es su gusto, entonces no hay regalo más noble que aquel que le da libertad.
Astrid abrazó a su padre con ternura, sintiendo en el pecho una calidez inmensa. Por primera vez en mucho tiempo, se sentía plenamente comprendida y amada.
Esa noche, mientras bailaba con su hermano entre risas y pequeñas burlas, pensó que, aunque los demás no entendieran su felicidad, ella lo hacía..
[No necesito joyas… tengo algo mucho mejor: una nueva vida, un hogar, y a quienes amo.]
Y entre música y risas, bajo las lámparas del gran salón, Astrid Huxley celebró su cumpleaños más feliz, con el corazón lleno de gratitud y la mirada puesta en el amanecer del día siguiente, cuando volvería a cabalgar con Valiant por los campos del ducado.