Júlia es madre soltera y, tras muchas pérdidas, encuentra en su hija Lua la razón para seguir adelante. Al trabajar como empleada doméstica en la mansión de João Pedro Fontes, descubre que su destino ya había sido trazado años atrás por sus familias.
Entre jornadas extenuantes, la facultad de medicina y la crianza de su hija, Júlia construye con João Pedro una amistad inesperada. Pero cuando sus suegros intentan reclamar la custodia de Lua, ambos deben unirse en un matrimonio de conveniencia para protegerla.
Lo que comienza como un plan de supervivencia se transforma en un viaje de descubrimientos, valentía y sentimientos que desafían cualquier acuerdo.
Ella luchó para proteger a su hija. Él hará todo lo posible para mantenerlas seguras.
Entre secretos del pasado y juegos de poder, el amor surge donde menos se espera.
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Capítulo 4
Abrí los ojos intentando descubrir dónde estaba. Miré alrededor.
—¡¿Dónde estoy?!
—Doctor, ha despertado.
Me di cuenta de que estaba en el hospital. Enfermeros y médicos se acercaron a mí.
—¿Dónde está mi hija? Y mi marido, Marcelo, Marcelo... —Intenté levantarme, me sujetaron.
—Necesita ser sedada, o su condición puede empeorar.
—No, por favor...
—Necesitas calmarte, querida, o te vamos a sedar.
Intenté calmarme.
—Voy a examinarte, después responderemos todas las preguntas. Sé que estás asustada, pero no te preocupes, tu hija está bien.
Sentí que parte de la preocupación se aliviaba, pero me dolía el pecho. Me examinaron y entonces pidieron que la psicóloga viniera a contarme lo que había sucedido. Sentí que algo no estaba bien.
—¿Dónde está mi marido? Quiero verlo. Y mi hija, ¿dónde está Lua?
—Julia, ustedes sufrieron un accidente de coche. Un conductor ebrio se saltó el semáforo en rojo y chocó contra su coche. Lua está bien, solo sufrió rasguños y está en observación.
—¿Y Marcelo? Él está con Julia, ¿no es así?
—Querida, lo siento mucho, pero tu marido no resistió las heridas, falleciendo en el lugar.
Sentí que mi mundo se derrumbaba. La psicóloga continuó hablando, pero allí ya no oía nada. Las lágrimas corrían sin parar, mi corazón pareció desgarrarse y sentí un dolor aún mayor que el del parto. Mi amor, se había ido.
Lloré, lloré durante horas. La psicóloga se quedó conmigo en todo momento, hasta que conseguí ir a ver a Lua.
—¿Ya puedes ir allí?
—Sí, necesito a mi hija y sé que ella también me necesita.
En la habitación donde estaba Lua, entré y me encontré con la madre de Marcelo sosteniéndola en brazos. Me miró con todo el odio del mundo.
—Tú, tú deberías haber muerto en ese accidente. No mi hijo, no mi Marcelo. Ahora todo lo que me queda es Lua, mi nieta, el legado de Marcelo aquí en esta tierra.
No conseguí decir nada, solo llorar. Me acerqué para coger a Lua, ella no me dejó.
—Señora, por favor, ella es la madre de Lua —dijo la psicóloga acercándose y quitando a Lua de sus brazos para entregármela.
Sostuve a mi pequeña en brazos, estaba visiblemente asustada, pero sonrió al verme y me abrazó fuerte, como si supiera que necesitaba ese abrazo.
—Aprovecha mientras puedas, Julia. Tan pronto como sepultemos a mi hijo, vendré a buscar a mi nieta.
Salió de la habitación y me derrumbé de nuevo, siendo sostenida por la psicóloga.
—No puedo quedarme aquí, ella me quitará a mi hija.
—Ella no puede, tú eres la madre de ella.
—Ellos tienen dinero, nombre, me van a quitar a mi hija.
—Ten calma, mientras estén aquí, estarán seguros.
Salió de la habitación y me quedé sola con Lua. Yo sabía que no estaba segura allí, sabía que intentarían quitarme a Lua. Y yo no me quedaría allí, esperando que eso sucediera.
Aquella madrugada, huí del hospital. Fui a nuestro apartamento, preparé una maleta con lo básico para mí y para Lua. Teníamos un dinero guardado en casa para eventualidades y unos ahorros en nuestra cuenta conjunta. Cogí nuestros documentos, una camisa de Marcelo que me encantaba cuando él la vestía, nuestras fotos de familia y salí de allí, de aquel que fue nuestro hogar durante ese poco tiempo, pero feliz tiempo, en el que vivimos los tres, juntos.
Cogí un taxi hasta la estación de autobuses. Miré todos los destinos posibles, busqué el más lejos posible que mi dinero pudiera pagar.
—Por favor, quiero un billete para Salvador.
—Documentos, por favor. —Entregué mi documento y el de Lua.
—Julia Paranhos y Lua Paranhos Medeiros, ¿es así? Es un viaje de placer.
—¡Sí! Vamos a visitar a unos parientes.
El empleado me entregó el billete, yo sabía que en un viaje en autobús las exigencias serían menores. Entré con Lua, partimos aquel día temprano, rumbo a lo desconocido, lejos de aquellas personas que querían quitármela. Lejos del lugar donde fui más feliz en mi vida, pero también donde dejé mi mayor dolor. Sin poder despedirme de Marcelo, sin nadie, además de mí y del pedazo que él me dejó, nuestra Lua.
