Bruno se niega a una vida impuesta por su padre y acaba cuidando a Nicolás, el hijo ciego de un mafioso. Lo que comienza como un castigo pronto se convierte en una encrucijada entre lealtad, deseo y un amor tan intenso como imposible, destinado a arder en secreto… y a consumirse en la tragedia.
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No sabía qué esperar de él. Apenas estábamos conociéndonos y, de pronto, sentí cómo me palpaba. Sus dedos recorrieron mi mejilla, la nariz, mis párpados cerrados y, finalmente, mi boca.
—Tus pestañas son largas. Tienes la piel suave y tu nariz parece perfilada. —Hizo una pausa—. Tus labios… húmedos y suaves.
Apartó la mano y yo aún no entendía por qué había hecho eso. Ni tampoco por qué me pedía algo así en lugar de dejar que lo atendiera como se suponía.
—¿Tú…?
—¿No te parece agradable? —preguntó con naturalidad—. Tomar el fresco, sentir paz y no tener miedo.
¿Sin miedo? Justo él, Nicolás, era quien me provocaba nervios. Mi corazón parecía quererse salir del pecho.
—Está fresco, sí —admití—. Pero tú…
—Llevo haciéndolo una semana.
—¿Cerrar los ojos a propósito? —le solté, demasiado directo.
—Al principio me desesperaba, pero ahora me estoy acostumbrando a momentos como este.
—¿Una semana sin ver?
—Así es. Me operaron. ¿No lo sabías?
—Yo…
—¿Mis padres no te dijeron?
—Sí, pero no en qué consistía tu recuperación.
Chasqueó la lengua.
—¡Qué rayos! Tendré que contártelo yo mismo. No puedo ver. La cirugía fue una preparación para mis pupilas.
Su revelación me cayó como un balde de agua. Hasta ese momento entendí por qué necesitaba que alguien lo cuidara.
—No pensé que… no pudieras ver.
El viento agitó las hojas del árbol frente a nosotros.
—¿Sigues con los ojos cerrados?
—Sí.
—¡Genial! Entonces aliméntame así.
—¡Estás loco!
—Un poco.
Reí sin querer.
—Qué bueno que me lo adviertes, lo tendré presente.
Él también rió. ¿Seguía siendo engreído o solo jugaba conmigo?
—Bueno, ¿me alimentarás?
—¿Y por qué no te alimentas tú solo?
—Si pudiera, lo haría. Pero no puedo.
Me mordí el labio. Qué fácil me olvidaba de que su mundo estaba hecho solo de sonidos, aromas y tacto.
—Abre los ojos —dijo sin miedo—. Tengo hambre.
Obedecí.
Al principio todo era turbio. Poco a poco mi visión se aclaró, hasta que lo vi frente a mí. El paliacate cubriéndole los ojos lo confirmaba.
—¿Te operaron de los ojos?
—Sí. Y por eso necesito que me alimentes. Dijiste que habías venido a cuidarme.
Nicolás era alto, con barba espesa de varias semanas y el cabello algo alborotado. Ya no parecía engreído: tenía porte. Era guapo. Me intrigaba el color de sus ojos escondidos.
—Está bien. ¿Quieres…?
—Llévame al sofá. Prefiero desayunar allí.
Fui por la charola y la llevé a la sala.
—¿Te fuiste? Recuerda que no puedo ver.
Me había olvidado de que dependía de mí.
—Perdón. Soy tus ojos.
—¿Eres mis ojos?
Me acerqué de nuevo.
—Ahora lo soy. ¡Qué sorpresa! Mi padre no me dijo que cuidaría al hijo de los patrones… y menos que estuvieras ciego. Tus padres tampoco me lo advirtieron.
—Eres muy franco.
—Perdón, quizá debería callar…
—Habla sin pena. No me molesta.
¿Y entonces por qué antes sí? Sonreí.
—Genial. Vamos a desayunar.
Le tomé la mano. Era enorme y cálida. Lo guié con pasos lentos hasta el sofá.
—Estás aquí porque te obligaron, ¿verdad?
—Sí.
—¿Tus padres?
—Sí. Porque los tuyos necesitaban a alguien que conociera el negocio de tu familia.
—¿Sabes que mi padre es narco?
—Lo sé. Lo que no entiendo es por qué no contrataron a un cuidador profesional. Yo solo soy un muchacho. No esperes mucho.
Pareció sonreír.
—¿Y qué podría esperar de ti?
—Ni idea. Solo que aprenderé sobre la marcha.
Lo observé mientras movía los labios al hablar. No podía verme, pero yo lo sentía demasiado presente.
—¿Cuántos años tienes?
—Dieciocho. Tu papá me dijo que tienes veintiocho.
—¿Qué más te dijeron mis padres?
Llené una cuchara y la acerqué a sus labios. Abrió la boca. La imagen me dio risa interna: como alimentar a un bebé.
—Me dijeron que tenías un carácter de la fregada y que debía ayudarte a sentirte bien.
Él masticó y tragó.
—¡De la fregada estoy ahora! No puedo ver.
—Bueno, sí, pero tampoco tanto.
—¿Por qué lo dices?
Le di otro bocado.
—Mira dónde vives: casa de lujo, todo lo necesario… y ahora alguien que te cuida. Eso no es estar tan mal. Hay gente de verdad fregada, y aun así sigue adelante. Lo tuyo es temporal.
Guardó silencio, lo estaba procesando.
—¿Tu familia sí está fregada?
—Pa’ qué te digo que no, si sí. Por eso estoy aquí. Mi papá me obligó a aceptar este trabajo. Hasta me dio unas cachetadas. Estoy aquí a la fuerza.
—¿Y por qué precisamente tú?
—Tu padre le ofreció dinero a cambio de alguien discreto y dócil, que supiera callar por lo del narcotráfico. Como mi papá le debe dinero a un tío, me usó para pagar.
Yo no me sentía tan dócil ni tan recatado.
—Pero aquí la pasarás bien.
—Eso espero. Nomás y te pones pesado, y sí te dejo. No me gusta dejarme si me tratan mal.
—¿Carácter chistoso, dices? Más bien fuerte.
—Pues sí. Hace rato en el viaje sentía que me quería ahorcar… y ahora estoy como niño bien, en modo sirviente. ¿Quieres café?
Sonrió.
—Está bien.
—Aunque no soy tu sirviente, ¿eh?
Le acerqué la taza y bebió unos tragos.
—¿No te gusta serlo?
Solté una risa.
—La neta no. Estoy aquí porque mi papá siempre fue mozo. Como ya terminé la prepa, quiere que me curta. Además, ya quiere casarme, y como yo no quiero… pues se enoja.
—¿Tu papá quiere que ya te cases?
—Sí. Pero es una larga historia.
Asintió.
—Entonces usarás tus vacaciones para cuidarme.
—Sí. Ya te dije que me obligaron. Valora mi compañía, porque no sé nada de cuidar enfermos, pero aprendo rápido.
La confianza crecía. No me dio miedo mostrarme tal cual era.
—Tengo ganas de ir al baño. ¿Podrías llevarme?
Me quedé helado.
¿Llevarlo al baño? Si no podía comer solo, ¿tampoco podría…? Tragué saliva.
—Está bien. ¿Del uno o del dos?
—Solo orinar.
Rodé los ojos.
—Sale. Vamos.
El baño olía a manzana con canela.
—Ya estamos. El inodoro está detrás de ti. Te espero afuera.
—¿Y si chorreo todo el piso?
—Pues siéntate. No es tan difícil.
No me sentía preparado para esto. Cuidar a alguien limitado significaba más de lo que pensé.
—Te aviso cuando esté listo.
—Genial. Te espero.
—Aunque… deberías ayudarme con el pantalón.
Me tensé de golpe.
—Supongo que sí… —me acerqué, miré el paliacate sobre sus ojos y, conteniendo la respiración, desabroché su cinturón y el botón del pantalón—. Listo.
—Gracias.
—Me gritas cuando pueda entrar.
Cerré la puerta tras de mí y respiré hondo. Nunca imaginé que cuidarlo sería así… y apenas era el primer día.
Nico me gusta... quiero saber más!!!
unos capítulos más, porfaaaaa
Estoy encantada de leerte nuevamente 🤗
Voy leyendo todas tus novelas de a poco...
Dejo unas flores y pronto algún voto!!! por favor no dejes de actualizar, me gusta mucho como viene esta historia 💪♥️