Patricia Álvarez siempre ha creído que con trabajo duro y esfuerzo podría darle a su madre la vida digna que tanto merece. Esta joven soñadora y la hija menor más responsable de su familia no se imaginaba que un encuentro inesperado con un hombre misterioso, tan diferente a ella, pondría su mundo de cabeza. Lo que comienza como un simple encuentro se convierte en un laberinto de secretos que la llevará a un mundo que jamás imaginó.
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Una promesa difícil de romper
Punto de vista de Daniela
Esta vez mis padres habían perdido por completo la razón. Se creían dueños de nuestras vidas, como si fuéramos meras piezas en su estúpido juego de ajedrez. Pero Alejandro se había plantado, dejando en claro que nadie podría interferir en nuestro futuro. Por primera vez en mucho tiempo, sentí un orgullo inmenso por él. La relación con Patricia lo había transformado, dándole la fuerza necesaria para defender su postura.
La adrenalina de la huida se disipaba lentamente. El recuerdo del auto de mi hermano casi estrellándose contra el muro de la casa me hizo temblar. El silencio de la calle solo era roto por el sonido del motor del auto, un sonido que me tranquilizaba, un sonido que me confirmaba que estábamos a salvo. Pero, ¿por cuánto tiempo?
—¿Qué vamos a hacer? — pregunté, mi voz apenas un susurro cargado de temor. —Nuestros padres tienen una idea fija y no descansarán hasta que se haga su voluntad.
—Ellos no se saldrán con la suya. No somos niños a los que pueden manejar a su antojo —respondió Alejandro, con una calma que no sentía. Me miró, y aunque sus ojos intentaban tranquilizarme, noté la tensión en su mandíbula. Estaba tan asustado como yo.
—Pero pueden arremeter contra Patricia, sabes de lo que son capaces —le dije, aterrada ante la idea.
—Yo me encargo de que ella esté bien. Nadie se atreverá a ponerle una mano encima —dijo con total seguridad, una seguridad que me hacía dudar. Alejandro era muy protector con Patricia, y su amor era tan genuino que me daba una punzada de envidia.
—Por favor, no le digamos nada a Patricia de lo ocurrido esta noche, no quiero preocuparla.
El trayecto al apartamento de Alejandro se sintió eterno. Cuando llegamos y Patricia nos abrió la puerta, la sorpresa en su rostro era evidente.
—La cena con tus padres fue muy rápida —comentó, con el ceño fruncido.
—Mis padres tuvieron un compromiso de última hora y no pudieron quedarse. Así que preferimos traer pizza y cenar contigo —mintió Alejandro sin dudarlo, con una facilidad que me sorprendió.
—¿Seguro que todo está bien? —preguntó Patricia. Confiaba en la inteligencia de mi amiga, y su mirada curiosa me hizo saber que no estaba convencida.
—Sí, mi amor, todo está bien. Ya sabes cómo es Daniela, hizo enojar a nuestros padres y la cena se canceló —dijo, restándole importancia al asunto. Le dio un beso en los labios con una ternura que me hizo querer llorar. —Ahora vamos a cenar, me muero de hambre.
Mientras Alejandro y Patricia se dirigían a la cocina, me quedé sola en la sala, tratando de procesar lo que había pasado. El pánico se apoderó de mí, haciéndome sentir asfixiada. El presentimiento de que esto no se detendría aquí se hizo más fuerte. Sabía que mis padres harían lo que fuera para que nos casáramos con esos dos idiotas.
El rostro de la estúpida de Mariana Suárez apareció en mi mente. La felicidad en su cara cuando su padre anunció que se casaría con mi hermano me dio náuseas. Esa mujer no me caía bien, y sabía que solo estaba interesada en Alejandro por su posición social. Y qué decir de Carlos Figueroa, un promiscuo que malgastaba el dinero de sus padres en fiestas y mujeres. ¡Qué grandes ejemplares nos habían escogido mis padres!
Mi hermano y Patricia volvieron a la sala con la pizza, sacándome de mi ensimismamiento.
—Estás muy callada, ¿todo está bien? —preguntó Patricia, sus ojos llenos de genuina preocupación.
—Sí, es solo que estoy un poco cansada —mentí, forzando una sonrisa.
—Come un poco y luego puedes descansar —dijo Patricia—. Te puedo prestar algo de ropa para dormir.
—Por supuesto. No sé qué está pasando aquí, pero sabes que cuentas conmigo para lo que sea —dijo, tomando mis manos. Sus ojos me miraban con una empatía que me desarmó por completo. Y fue en ese instante que me derrumbé. Todas las emociones que había estado conteniendo se desbordaron, y mis lágrimas cayeron sin control. Estaba aterrada, aterrada de que mis padres se salieran con la suya y me obligaran a casarme con Carlos. Aterrada de perder la poca libertad que me quedaba.
Punto de vista de Alejandro
El amor que Patricia sentía por mí se reflejó en sus ojos, haciéndome sentir que todo estaba bien. Cuando las lágrimas de Daniela cesaron y el cansancio la venció, la ayudé a ir a la habitación de invitados. Ella me vio con una mirada de agradecimiento antes de sucumbir al sueño.
Cuando regresé a la sala, Patricia estaba sentada en el sofá con una expresión de profunda preocupación. No era de las que se dejaban llevar por el pánico, pero la tensión en su rostro me decía que sabía que algo serio estaba pasando. Me senté a su lado, tomé sus manos y, sin más, le conté la "maravillosa" idea que mis padres habían tenido para mi futuro y el de mi hermana. No se sorprendió. Su conocimiento de mi familia era tan agudo que sabía que nunca la aceptarían.
—¿Qué piensan hacer? Sabes que tus padres son de armas tomar y buscarán la manera de que ustedes hagan su voluntad —dijo, con un toque de miedo en sus ojos.
—Nunca te dejaré por esa mujer. Eres el amor de mi vida y la mujer que quiero como mi esposa —respondí con firmeza. Me levanté, caminé hacia mi armario y busqué la pequeña caja de terciopelo rojo. La guardé en mi bolsillo. —Tenía planeado hacer esto en un momento especial, pero creo que este es el momento. Quiero que sepas que te amo y que mi mayor deseo es que pases el resto de tu vida conmigo.
Me arrodillé frente a ella, saqué la caja y la abrí. El brillo del anillo iluminó su rostro.
—Sé que las cosas se pondrán difíciles, pero quiero que enfrentemos todo juntos. Patricia, ¿quieres casarte conmigo?
Las lágrimas se asomaron a sus ojos, y una sonrisa se dibujó en sus labios.
—Sí, mi amor. Sí quiero casarme contigo —respondió, su voz llena de emoción.
El anillo encajó a la perfección en su delicado dedo, sellando nuestra promesa. Al día siguiente, iría con ella a la empresa. Presentaría a Patricia como mi prometida y anunciaría mi compromiso públicamente para que mis padres no tuvieran la manera de impedirlo.
Que buena está la novela