Antonella Bernal creyó en las fábulas románticas cuando contrajo matrimonio con Dreiner Ballesteros, su pareja de la universidad. Provenía de una familia humilde de clase media, mientras que él, aunque de antecedentes similares, tenía un ansia desmedida por el éxito. Esta ansia lo impulsó a trabajar sin cesar, lo que permitió que su pequeño negocio floreciera hasta transformarse en una empresa de renombre.
Todo empeoró el día que Paloma Valencia llegó a sus vidas. Heredera de un consorcio hotelero, Paloma era joven, hermosa y llena de confianza. Durante una reunión para firmar un contrato millonario, Dreiner dedicó la velada a elogiarla, dejando a Antonella en un plano secundario. La humillación la atravesó como un cuchillo.
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CAPITULO 3
CAPITULO 3.
Salí de la mansión con un ferviente deseo de venganza en mi corazón. Nunca había experimentado una emoción tan poderosa: un fuego oscuro y cruel que me consumía por dentro. Había pasado de adorar a Dreiner con cada parte de mi ser a desear verlo destruido, convertido en cenizas. Quería aplastarlo con mis propias manos, hacerlo sufrir en cada instante de este tormento que me desgarraba.
Esa noche, mientras el mundo descansaba, elaboré mi plan. Frente al espejo, con los ojos inflamados por la ira y la traición, me prometí a mí misma que no dejaría que me arrebataran nada más. Ni mi identidad. Ni mi libertad. Tenía claro que Dreiner era ambicioso, que su codicia no conocía límites. Y si necesitaba prometerle mi alma al diablo para derrotarlo, lo haría sin pensarlo.
Al amanecer, me arreglé de una forma que no había hecho en años. Vestido negro ajustado, maquillaje perfecto, cabello suelto ondeando como un estandarte. Ya no era la esposa sumisa. Ya no era la mujer que aguantaba en silencio. Era hora de demostrar lo que realmente era Antonella Bernal.
Fui a la empresa como si marchara hacia una batalla.
Pero Dreiner me había tendido otra trampa. Una que nunca vi venir.
Apenas crucé las puertas de cristal, una ráfaga de flashes me deslumbró. Reporteros, cámaras, policías. . . todo sucedió con tal rapidez que apenas pude reaccionar. Me pusieron las esposas delante de todos, entre gritos y empujones. Mi dignidad fue pisoteada mientras sacaban mis pertenencias como si fuera una criminal.
Las acusaciones no tardaron en llegar: malversación de fondos, adquisición de materiales de mala calidad, licitaciones falsas, construcciones ilegales. Aparecieron documentos firmados por mí en cada página, pruebas falsas que me señalaban como la líder de un fraude millonario.
Mi abogado, con una expresión de horror, me dijo la única verdad que no quería escuchar:
—Todo te involucra, Antonella. No hay forma de escapar. Lo mejor sería que te declares culpable.
La fuerza que había reunido durante la noche se desvaneció como polvo en el aire.
No me otorgaron fianza. Me llevaron a una celda fría donde otras mujeres me recibieron con risas burlonas y puños alzados. Me golpearon y me quitaron la poca ropa que llevaba. Me dejaron en un rincón, acurrucada, hecha un ovillo, rota y sin dignidad.
Dejé de hablar. De luchar. Para mí, la vida había terminado, lo perdí todo por un amor que aparentemente solo yo sentía, un amor que ahora que lo pienso era enfermizo.
Los días siguientes fueron una repetición sombría y miserable, la sentencia llegó rápidamente, como un hacha que corta: delitos federales, cadena perpetua. También apareció una cuenta secreta en Suiza, llena de millones que, supuestamente, yo había robado. No podía creerlo. Pero sabía que cada detalle había sido meticulosamente planeado por Dreiner. Yo, la esposa leal, la socia fiel, ahora era vista como la única responsable ante todos.
Mientras me llevaban a la prisión de máxima seguridad, una pequeña televisión en la estación me dio el golpe final: Dreiner, impecable, con una expresión triste, hacía un conmovedor discurso frente a las cámaras.
—Estoy destrozado. . . —dijo, su voz temblando, mientras Paloma, luciendo radiante a su lado, contenía lágrimas falsas—. Nunca pensé que Antonella haría algo así. Pero asumiré la responsabilidad de reparar el daño. . . y seguir adelante.
Y yo, con las manos encadenadas y la mirada vacía, comprendí finalmente: todo había sido una trampa desde el inicio, una que yo por estúpida no quise ver.
Pasaron los meses. Perdí el apetito. No podía dormir. Cada día, mi espíritu se debilitaba un poco más. Hasta que, una noche, unas sombras entraron en mi celda.
Eran mujeres grandes, con tatuajes, y miradas asesinas. Se acercaron en silencio, como lobas hambrientas. Una de ellas, haciendo una mueca cruel, me susurró al oído:
—Esto es un mensaje de Paloma Valencia… Dice que te vayas directo al infierno.
No me defendí. No grité. Acepté cada puñalada como un acto de misericordia. Sentí la sangre caliente fluyendo por mi cuerpo, manchando el suelo. Y con cada golpe. . . me alejaba un poco más de este mundo.
En mi último suspiro, mirando el techo sucio y lejano, murmuré una oración desgarrada:
—Dios. . . sí me concedieras otra oportunidad. . . te prometo que no seré la misma. No merezco este final. Si hay justicia divina. . . que los culpables paguen.
Entonces, la oscuridad me envolvió.
Y morí.
O al menos. . . eso creí.
Bienvenidas a esta nueva historia, gracias a todas la que se toman el tiempo de leer mis novelas, como sabrán yo publico de lunes a viernes, esta novela está en edición, no se enojen es una novela corta, pero sé que les gustara igual que las otras, no se olviden de comentar y dejar sus me gusta quiero saber si les gusta esta trama. Gracias de nuevo por leer mis novelas y no se olviden de seguirme para que les llegue la notificación cada vez que publico. Besos a todas y mil gracias.