Adrien Marlow siempre consideró a Kai Min-Fletcher un completo patán cuya actitud y personalidad dejaban mucho que desear. Era bruto, arrogante y un imbécil que a veces disfrutaba despreciar a los demás, justo el tipo de persona que Adrien detestaba. Por ello creyó que nunca se relacionarían. Pero entonces, en una noche de lluvia, descubrió algo inesperado: ¿Kai estaba llorando? Antes de que pudiera pensar con claridad, los dedos de su mano presionaron el botón de su cámara. Cuando el sonido alertó a Kai, Adrien no era consciente de que, en ese momento, su vida estaba a punto de cambiar… y que, quizá, también cambiaría la vida de alguien inesperado.
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Satisfecho, sale de la tienda con una caja en mano. Meses de trabajo duro valieron por completo la pena: por fin recuperó la cámara que perdió aquel trágico día. Y esta vez, se iba a asegurar de que nada le pasara. El pobre vendedor tuvo que soportar dos horas completas, ya que Adrien se la pasó revisando minuciosamente —una y otra vez— la correa de cada cámara que le mostraban. Si bien podría haber escogido el mismo modelo que tenía antes, quiso probar algo nuevo.
Después de pensarlo mucho, se decidió por una réflex digital de la cual ya había leído buenas reseñas y, lo más importante: la correa pasó su prueba de resistencia. Ahora, un simple empujón no iba a ocasionar un desastre como la última vez.
El aura de Adrien es radiante. No tiene una sonrisa de oreja a oreja, pero cualquiera que lo mire puede notar su buen humor. En definitiva, hoy no hay nada que pueda hacerlo enfadar. Incluso si, en este momento, le llegara un mensaje diciendo que el profesor de Procesos Digitales de Imagen modificó la fecha de entrega del proyecto para antes de lo previsto, no se frustraría ni se quejaría.
Sin esperarlo, a los pocos segundos, su celular emite un leve zumbido, seguido del sonido de una notificación. Extrañado, Adrien lo saca del bolsillo trasero del pantalón y enciende la pantalla. Es un mensaje del grupo de trabajo de esa materia.
"Qué curioso", piensa mientras abre el chat. Justo estaba imaginando una posibilidad absurda como esa. Pero que ocurra algo así... es improbable. ¿O no?
[El profe cambió la fecha para el lunes!!]
Adrien parpadea. ¿En serio? ¿Acaso es adivino? Se suponía que ese proyecto se entregaría la próxima semana. Su equipo ni siquiera ha preparado un avance. Hoy es sábado. Solo tienen dos días para terminarlo. Como era de esperarse, todos los integrantes están enviando mensajes llenos de quejas e indignación en el chat.
Aun así, el buen ánimo de Adrien no se desvanece. Este pequeño contratiempo no es suficiente para arruinarle el día.
Dado que ahora el tiempo es muy limitado, el equipo se organiza de inmediato para reunirse en la biblioteca principal de la universidad. Por suerte, Adrien lleva su laptop en la mochila, ya que planeaba revisar algunas cosas después de estrenar su nueva cámara. Así que no necesita regresar a su departamento: la mayoría de sus apuntes están guardados en la nube.
Cincuenta minutos después, tres miembros del grupo, incluido Adrien, se presentaron en la biblioteca. Faltaban otros dos, pero avisaron que no podrían asistir y se comprometieron a encargarse de la presentación final. Con el equipo parcialmente reunido, se pusieron manos a la obra e iniciaron el trabajo.
Cuando el reloj marca las seis de la tarde, todos están mentalmente agotados... o mejor dicho, casi todos. Mientras los demás apenas tienen energía tras horas de intensa concentración, Adrien —sin rastro alguno de cansancio— aprovecha que ya terminaron para ajustar los componentes de su nueva cámara. Su persistente buen ánimo empieza a irritar al resto. ¿Cómo puede estar como si nada? Para los demás, la tarde fue una completa pesadilla.
—Yo iré por un trago y después a mi casa —avisa una de las integrantes—. ¿Alguien quiere sumarse?
—Me apunto, un trago es justo lo que necesito.
—¿Y tú, Adrien?
—Me quedaré otro rato.
—Bien, entonces nos vemos en clase.
Una vez que sus compañeros se retiran, la biblioteca queda en silencio. Como es sábado, hay pocas personas. Adrien permanece sentado, concentrado en su nueva cámara. Realiza los últimos ajustes: comprueba los anillos de enfoque y zoom, también examina la estabilización y la resolución de imagen. Mirando a través del visor, toma algunas fotos de prueba.
Revisa el resultado en la pantalla. Será mejor hacer pruebas en el exterior. Así que, después de recoger sus cosas, se coloca la correa y deja que la cámara cuelgue de su cuello antes de salir de la biblioteca.
Una suave brisa le roza el rostro, refrescándolo. Los colores del atardecer se han extendido por el cielo y tiñen los edificios del campus de naranja. “¿Qué debería fotografiar?”, se pregunta en silencio. La luz es perfecta para una foto memorable.
Al notar un matorral con flores, Adrien decide acercarse y probar. Así pasó el resto de la tarde, tomando fotos de todo aquello que le pareciera interesante. Para cuando cayó la noche, ya había fotografiado media universidad. Debe admitir que se emocionó demasiado pero, ¿quién no lo haría al estrenar algo nuevo?
Sentado en una banca, Adrien sostiene su teléfono. Estuvo tan absorto en lo suyo que no se dio cuenta de cuándo se le acumularon las notificaciones. Las más destacadas son dos llamadas perdidas de su hermano, seguidas de un mensaje citándolo para comer al día siguiente. Su hermano... ¿cómo estará? Hace tiempo que no se ven.
Adrien le responde confirmando su asistencia, pero justo cuando presiona el ícono de enviar, escucha pasos apresurados acercándose. Medio segundo después, siente cómo el muslo de alguien choca contra su mano y, debido al impacto, el celular se le escapa. Sus ojos azules se entreabren al verlo caer al suelo. La escena le resulta inquietantemente familiar. De inmediato se inclina a recogerlo, solo para descubrir lo peor: la pantalla está rota.
El aura radiante que lo acompañó durante todo el día se desvanece, siendo reemplazada por una nube oscura; su buen ánimo se transforma en frustración. Entre sus posesiones más valiosas, tanto a nivel sentimental como monetario, están sus cámaras. Y eso incluye su teléfono: un modelo con cámaras frontal y trasera de alta gama que casi le costó un ojo de la cara.
Enojado, Adrien alza la vista en la dirección por donde huyó el responsable. Corre rápido y tiene un cuerpo atlético. Extrañamente, esa silueta le resulta familiar. No puede ser… ¿Kai? El ancho de su espalda, la altura, el cabello negro: todo encaja. Sin embargo, está oscuro, y la única luz proviene de las farolas del campus, así que no está seguro. Pero, sea o no Kai, no piensa dejarlo pasar.
Adrien se incorpora de golpe, y se lanza a correr tras él.
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