Curvas Del Destino

Cuando el volvió con las tazas, no me preguntó nada más.

Me extendió una, y yo la acepte con manos temblorosas.

El café estaba muy caliente, pero el calor me ayudó a calmar la tensión.

-         ¿Por qué me trajiste aquí? – pregunté yo finalmente, con los ojos clavados en la taza.

-         Porque no podía dejarte con él… - respondió él, con voz grave – Porque no soporto la idea de que estés con alguien más.

-         ¿Y eso por qué? Apenas me conoces, Luzbel.

-         ¿Tú tampoco me conoces y aun así confías en mí lo suficiente como para quedarte esta noche?

Yo me quedé en silencio.

No era una respuesta.

Era un desafío.

El departamento de Luzbel, estaba decorado con un estilo minimalista, tonos oscuros y luz tenue.

Las paredes estaban adornadas con pinturas abstractas, y la biblioteca en el rincón rebosaba de libros que parecían haber sido leídos una y otra vez.

Era frío, elegante… muy Luzbel.

-         ¿Te gusta leer? – pregunté yo, señalando los estantes.

Luzbel se encogió de hombros.

-         A veces. Me gusta escaparme de la realidad… cuando me pesa demasiado.

-         ¿Y qué parte de tu realidad te pesa?

Hubo una pausa.

Por un segundo, yo pensé que él no respondería.

-         Tener que ser el sucesor de algo tan grande como el imperio empresarial que construyó mi padre, que todos me miren como si yo fuera su reflejo.

Eso no era lo que yo esperaba oír.

Era como ver una grieta en el muro que Luzbel siempre parecía tener alrededor.

-         Yo… entre a la universidad por una beca – confesé yo – Y todos me ven como si yo no perteneciera. Como si cada paso que doy lo tuviera que justificar. Así que, aunque nuestras vidas sean distintas, tal vez… tampoco elegí todo esto.

Luzbel me miró.

Sus ojos oscuros eran intensos, pero pude ver que se suavizaron un poco.

-         Te vi el primer día – me dijo, sorprendiéndome – No en la cafetería, fue el primer día que llegaste a la universidad, te vi desde el salón de administración. Caminabas junto a Daniela. Tenías esa cara de “no sé qué demonios hago aquí”, pero aun así… levantaste la barbilla como si no fueras a dejar que nadie te tumbara.

Yo solté una pequeña risa.

-         Estaba aterrada.

-         Lo note, pero aun así caminaste.

Silencio.

Ambos nos miramos.

Por primera vez, sin juicio.

Sin desconfianza.

Solo curiosidad.

Solo sinceridad.

Luzbel puso música suave de fondo, algo instrumental.

Luego se quitó el saco y lo dejó en el respaldo de la silla.

Se sentó frente a mí, sin invadir mi espacio.

-         ¿Tienes miedo de mí, Lina?

Yo parpade.

-         Si… o mejor dicho antes si.

-         ¿Y ahora?

-         Ahora… no lo se. Me confundes.

-         ¿Y eso te molesta?

-         Me molesta no saber si lo que haces es real o si solo me estás manipulando porque estas aburrido – le dije con firmeza.

Luzbel no se rio.

No se ofendió.

-         Yo no te puedo ofrecer amor, Lina. – dijo sin rodeos – Me gustas, pero yo jamás me voy a enamorar de ti. Ya no tengo esa capacidad de amar.

No supe qué responderle.

Le gustaba, pero jamás me iba a amar.

-         No soy menos. – dije yo.

-         Lo se.

Ya era la media noche.

Yo me quité los zapatos y me senté más cómoda en el sofá, metiendo los pies bajo mi misma.

Luzbel me ofreció una manta.

El gesto fue sorprendentemente amable.

-         ¿Tienes hambre?

-         Un poco…

Luzbel fue a la cocina y trajo una caja de pizza medio vacía de la nevera.

-         No te imaginaba comiendo pizza – brome yo.

-         No soy tan sofisticado como crees – replicó él con una medio sonrisa.

Comimos.

Hablamos.

Reíamos por cosas simples.

Yo descubrí que Luzbel odiaba las películas de terror y que de niño quería ser pianista.

Yo le conté que me encantaban las novelas antiguas y que mi sueño era tener mi propio bufete de abogados.

-         No me mires así - dije yo en un momento.

-         ¿Así cómo?

-         Como si estuvieras viendo a alguien que no deberías ver.

-         ¿Y si lo estoy haciendo?

-         Entonces… no pares

El ambiente cambió sutilmente.

El silencio volvió a invadir la habitación, pero ya no era incomodo.

Era expectante.

-         ¿Dormirás conmigo? – pregunto Luzbel en voz baja.

-         ¿Quieres que lo haga?

-         Si

Yo asentí.

Me levante y camine hacia el ventanal, observando las luces de la ciudad.

Estaba loca.

Cómo era posible que haya accedido, yo ni siquiera he dado mi primer beso.

Pero, aunque Luzbel, solo me ofrecía caricias.

Yo no pude evitar desearlas.

Él me había dicho que no me podría dar amor, le gustaba, pero solo sería un pasatiempo para él.

Y aunque yo no estaba enamorada de él, por alguna extraña razón lo deseaba.

-         A veces pienso que esto… tu y yo, ni siquiera deberíamos estar en la misma habitación – dije con la voz casi rota – Somos demasiado distintos.

-         O tal vez somos demasiado parecidos – replicó él, poniéndose de pie también.

Cuando se acercó, no me tocó.

Se limitó a estar junto a mí.

A compartir el mismo aire.

El mismo peso invisible.

Yo giré el rostro y lo mire.

Y entonces el se acerco mas a mí y me beso.

Fue lento.

Sin prisas.

Sin violencia.

Como si cada parte de él, estuviera pidiéndome permiso.

Como si el fuego que había entre nosotros por fin pudiera arder sin consumirnos.

Yo no lo aparte, sabía que estaba jugando con fuego.

Sabía que podía salir lastimada.

Pero por alguna razón, en ese momento no me importaba.

El seguía besándome.

Me levanto la falda y empezó a acariciar mis muslos.

La respiración de Luzbel era acelerada al igual que la mía.

Nos separamos un momento y nos miramos a los ojos, me estaba pidiendo permiso para seguir.

Yo solo asentí con la cabeza.

El me cargó, como si yo no pesara nada.

Me llevo hasta su habitación y me dejó en su cama suavemente.

Me beso otra vez, esta vez con más deseo, con más fuerza.

Como si quisiera recordarme que yo iba ser solo suya.

Me separé un momento y le dije.

-         Luzbel… yo… no he hecho esto con nadie más. – mi voz estaba temblorosa, por el deseo.

Los ojos de Luzbel se abrieron con sorpresa, pero después mostraron un deseo casi quemador.

-         Seré amable – dijo para después besarme otra vez.