Atrevete Amar Al Mafioso

Julia siempre había sabido que su vida familiar estaba lejos de ser un refugio. Desde la muerte de su madre, el vacío en su hogar se llenó de intrusos: una madrastra ambiciosa y una media hermana con una capacidad única para tomar lo que no le pertenecía.

Aquella mañana, Julia había decidido tomar el desayuno en casa de su padre, un esfuerzo por mantener la paz a pesar de lo que le costaba estar allí. El ambiente, sin embargo, era tan gélido como las miradas que recibía de Eliana, su media hermana, quien jugaba distraídamente con una cuchara mientras la observaba con una mezcla de desdén y diversión.

—Qué sorpresa verte aquí, Julia —comentó Eliana, su voz cargada de una falsa dulzura—. Pensé que ya no tenías tiempo para la familia.

Julia levantó la mirada, calmada pero directa.

—Al menos yo no tengo tiempo para rodearme de falsos.

Eliana arqueó una ceja, fingiendo indignación.

—Eso fue cruel. Y yo que estaba pensando en pedirte consejos... ya sabes, sobre cómo ser tan exitosa como tú.

Julia dejó la taza de café con un golpe suave pero firme.

—No necesitas mis consejos. Eres bastante buena tomando las cosas de los demás por tu cuenta.

Eliana rio suavemente, inclinándose hacia atrás en su silla como si acabara de recibir un cumplido.

—Ay, hermanita, me encanta tu sentido del humor.

—No somos hermanas.

El tono de Julia fue cortante, una daga que logró borrar la sonrisa del rostro de Eliana por un instante antes de que su madrastra, Patricia, entrara en la habitación con una sonrisa ensayada.

—Julia, querida, me alegra verte —dijo Patricia, su tono tan artificial como el perfume caro que llevaba—. Tu padre estará encantado.

Julia reprimió un suspiro. Ver a Patricia siempre despertaba en ella un dolor punzante, un recordatorio de cómo había llegado a su vida. Era la mujer que había destrozado a su madre, el motivo por el cual su mundo se había derrumbado.

—No estoy aquí por ti, Patricia.

La sonrisa de Patricia no flaqueó, pero la dureza en sus ojos se hizo evidente.

—Qué lástima, porque yo siempre he tratado de hacerte sentir como parte de esta familia.

Julia la miró con una frialdad que podría congelar el aire.

—No necesito sentirme parte de algo que nunca existió.

Patricia, acostumbrada a las respuestas afiladas de Julia, simplemente tomó asiento al lado de Eliana, quien ya había recuperado su sonrisa burlona.

—Por cierto, Julia, ¿supiste que Eliana está trabajando en una nueva empresa de diseño? —comentó Patricia, cambiando de tema con la misma naturalidad con la que cambiaba de aliados.

Julia alzó una ceja, incrédula.

—¿Diseño? ¿Desde cuándo te interesa?

Eliana se encogió de hombros con una expresión de falsa modestia.

—Oh, siempre me ha interesado. Simplemente pensé que era hora de seguir los pasos de alguien tan talentosa como tú.

Julia sabía exactamente lo que estaba haciendo. Eliana siempre había tenido esa habilidad de apropiarse de las cosas que Julia valoraba, como si fuera un juego para demostrar que podía quitarle lo que quisiera.

—¿Siguiendo mis pasos o tratando de robarlos? —replicó Julia sin rodeos.

Patricia intervino antes de que la conversación escalara.

—Deberías estar orgullosa, Julia. Después de todo, la familia debería apoyarse mutuamente.

Julia se levantó, incapaz de soportar más.

—Apoyarse, claro. Pero yo prefiero no ser la escalera de nadie.

Tomó su bolso y salió de la habitación, dejando a Patricia y Eliana intercambiando miradas satisfechas.

Esa tarde, Julia intentó concentrarse en sus propios proyectos, pero las palabras de Eliana seguían resonando en su mente. No era la primera vez que intentaba imitarla o quitarle algo, pero esta vez sentía que iba más allá. Era como si Eliana estuviera decidida a ocupar cada espacio que le pertenecía, incluso aquellos que Julia no estaba dispuesta a ceder.

Su teléfono vibró, y al mirar la pantalla, sintió un ligero alivio. Era Adrián.

"¿Cómo va el día, reina?"

Julia frunció el ceño, no porque el mensaje la molestara, sino porque le costaba admitir que, de alguna forma, le agradaba recibirlos.

"Sobreviviendo al circo familiar. ¿Y tú? ¿Aterrorizar al mundo?"

La respuesta llegó casi al instante.

"Solo si el mundo se interpone entre tú y yo."

Julia rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír. Adrián tenía esa capacidad de desarmarla incluso a la distancia.

Sin embargo, su momento de distracción se vio interrumpido por un nuevo mensaje, esta vez de un número desconocido.

"Deberías tener cuidado, Julia. No todos los que están cerca de ti quieren lo mejor para ti."

Frunció el ceño, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. No sabía quién lo había enviado ni qué significaba exactamente, pero algo le decía que las sombras de su vida estaban a punto de oscurecerse aún más.

Por la noche, mientras se preparaba para dormir, Julia recibió una llamada de su padre. Aunque no quería responder, sabía que no tenía opción.

—¿Qué quieres? —preguntó sin rodeos.

—Hablé con Patricia y Eliana. Me dijeron que fuiste grosera con ellas esta mañana.

Julia dejó escapar una risa amarga.

—¿Eso te dijeron? Qué sorpresa.

—Julia, ¿no puedes hacer un esfuerzo por llevarte bien con ellas?

—¿Llevarme bien con la mujer que destruyó a mamá y con la niña que intenta ser yo? Claro, suena muy razonable.

Su padre suspiró, agotado.

—No es bueno para la familia que siempre estés creando conflictos.

Julia apretó los dientes, tratando de controlar su ira.

—La familia dejó de ser importante para ti el día que decidiste reemplazarnos.

Colgó antes de que pudiera responder, sintiéndose más sola que nunca. Pero al mismo tiempo, una chispa de determinación comenzó a arder en su interior. No iba a dejar que ni Patricia ni Eliana la derrotaran, y mucho menos que su padre siguiera dictando su vida.

Si querían jugar con ella, iban a descubrir que Julia no era alguien que se dejara vencer fácilmente.