El nuevo Capo de la Camorra ha quedado viudo y no tiene intención de hacerse cargo de su hija, ya que su mayor ambición es conquistar el territorio de La Cosa Nostra. Por eso contrata una niñera para desligarse de la pequeña que solo estorba en sus planes. Lo que él no sabe es que la dulzura de su nueva niñera tiene el poder de derretir hasta el corazón más frío, el de sus enemigos e incluso el suyo.
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Redención
Sofía
Sonrío ante las bromas de Adrián.
Tomo mi celular al sentirlo vibrar en mi pantalón.
–¿De nuevo? –pregunta.
Niego con la cabeza mientras le escribo al imbécil que me deje en paz. Es mi primer día libre, y sí, extraño a Mía, pero también extraño conversar con otras personas.
–Olvídalo, se las arreglarán sin mí.
–Debes ser la mejor niñera de todas.
–Sí que lo soy.
–¿Estás juntando dinero para estudiar? –pregunta a Adrián mientras le hace un gesto a su amigo para que nos sirva otra cerveza.
No respondo de inmediato porque no sé qué quiero hacer con mi vida. En las familias de la mafia la mujer siempre ha tenido su papel claro; ser esposa y madre. Pero hablando con Adrián se me ocurrió que tenía más posibilidades que las que creí. Soy adulta, papá no está y puedo tomar mis propias decisiones. Lo malo es que aún no descubro qué quiero hacer con mi vida.
–No lo sé, por ahora estoy disfrutando cuidar de Mía.
–Pensar en el ahora y no estresarse por el futuro es sensato.
Asiento con una sonrisa. Espero que lo sea.
–¿Cómo van tus clases?
Suspira y bebe un buen trago antes de contestar: –En períodos de exámenes. Ha sido… difícil, pero creo que hasta ahora he dado el ancho.
Miro a Adrián mientras habla y decido que es un chico atractivo. Alto, no tanto como él, pero quién lo es. Tiene ojos oscuros y cabello castaño. Hasta ahora ha sido amable y atento. Ha sido el hombre perfecto y no me siento atraída a él.
Soy una idiota.
Pensé que tomar decisiones inteligentes sería más fácil, pero aquí estoy en una primera cita con un agradable hombre y no puedo dejar de pensar en él. Ese maldito beso. Tengo que sacármelo de la cabeza. Tengo que borrarlo con nuevos recuerdos. Sé que podré hacerlo.
–¿Estás bien? –pregunta distrayéndome.
–Eso creo, quiero tomar aire.
–Salgamos, está bastante lleno hoy.
Sigo a Adrián hacia la salida.
–Me siento feliz de que hayas aceptado mi invitación –dice cuando ya estamos afuera.
–Yo también me siento feliz.
–Eres preciosa, Sofía, y no voy a mentirte, no quiero ser solo un amigo para ti.
–¿No? –pregunto con una sonrisa, quizá esto es justo lo que necesito. Un clavo saca otro clavo, ¿no?
–No, quiero ser más que eso.
Me abraza y yo me acerco a él buscando la misma sensación que encontré en los brazos de Gabriele, pero por supuesto las cosas no son tan simples.
No hay nada, ni una chispa, ni un relámpago de calor, nada.
Me acerco a Adrián, desesperada por sentir algo. Me alzo en mis pies y él toma mi rostro en sus manos con cuidado, como si fuera una maldita muñeca, y me besa despacio, de forma tierna y precisa, sin querer dominar el beso, y estoy odiándolo.
Quiero brusquedad, quiero calor, quiero todo lo que tuve cuando besé a Gabriele.
Me alejo, sintiéndome decepcionada y enojada conmigo misma, pero decido no rendirme. Quizá juzgar a un hombre por un beso no es inteligente. Quizá necesito muchos más.
Me obligo a sonreír para volver a besarlo, pero es cuando lo veo.
A Gabriele. Caminando hacia nosotros con un arma en la mano.
Mierda.
–Podrías traerme un poco de agua, no me siento bien –le pido rápidamente a Adrián.
–Claro, voy de inmediato –dice y camina hacia dentro del pub.
Gabriele pasa a mi lado, sin dirigirme una mirada, siguiendo a Adrián. Lo cojo de su brazo con todas mis fuerzas.
–Ni se te ocurra.
–Te besó.
–Sí, sé que lo hizo, pero yo lo quería.
Me mira con sus ojos llenos de violencia. –No tienes idea de qué es lo que quieres.
–Claro que sí, ahora lo quiero a él, vivo –agrego–. Así que guarda el arma antes que alguien llame a la policía –digo mirando a todos lados.
–La policía no hará nada, este es mi territorio.
–No le harás nada, Gabriele, te lo estoy pidiendo. No lo lastimes.
Se ríe sin humor. –¿Crees que me importa lo que tú quieras?
Un frío glaciar recorre mi cuerpo. –Por supuesto que no te importa, lo has dejado en claro muchas veces.
–Sofí, volvamos a casa y podremos hablar.
Niego con mi cabeza. –No quiero hablar contigo nunca más. Tuviste cuatro meses para hablar, ahora vas a escuchar. Déjame en paz.
–No voy a irme –réplica sujetando mis brazos–. Además, no pienso dejarte sola con un desconocido.
–Ese desconocido se llama Adrián, es mi amigo, y me gusta estar con él. Además, soy adulta y si quiero comenzar una relación con él o con cualquier otro es mi problema.
–Eres adulta, pero no eres libre.
–Si lo dices por Mía…
–No lo digo por Mía y lo sabes –me corta.
Acaricio mis sienes cuando comienzo a sentir dolor de cabeza. Qué manera de dar señales contradictorias.
–No te entiendo, Gabriele.
–Ya somos dos –responde.
Miro sus hermosos ojos tratando de leer sus pensamientos, pero no puedo. Y ni siquiera sé si quiero intentarlo.
–¿Estás bien? –pregunta Adrián mirando a Gabriele–. ¿Este sujeto te estaba molestando? –me interroga mientras me pasa una botella con agua.
–No, tranquilo. Es mi jefe –lo presento.
–¿Algún problema? –pregunta Adrián preocupado.
–Ninguno –contesto.
–Sí, Mía te necesita –interrumpe Gabriele.
–Mía está con Anna.
–Está conmigo –dice apuntando hacia un auto al frente de la calle.
–¿Dejaste a la bebé sola en el auto? –pregunto sin poder creer lo irresponsable que es.
No espero respuesta y corro hacia el auto. Al llegar me doy cuenta que Mía está llorando, pero cuando me ve comienza a estirar sus bracitos hacia mí.
Desabrocho el cinturón, que por suerte no la estranguló y la cojo en mis brazos.
Me giro sintiéndome furiosa. –¡Eres un imbécil! –le grito–. Podrían haber robado el auto, o a Mía, podría haberse asfixiado. –Lágrimas caen de mis ojos.
–No sabía.
–No sabes nada, Gabriele, ese es el puto problema. No sabes cómo ser padre, no sabes respetar mi privacidad y mi espacio. Si no fuera por Mía renunciaría en este momento –agrego mientras beso la mejilla de Mía.
–Sofi…
–Cállate, no quiero escucharte en este momento.
–¿Quieres que llamemos a servicios sociales? –pregunta Adrián mirando a Gabriele con animosidad nuevamente.
–Apártate –ordena usando su voz de Capo, una voz que obliga a retroceder a cualquiera, y Adrián no es la excepción.
–No te preocupes –digo calmándome–. Debo irme con Mía, te llamo más tarde.
–¿Segura? –pregunta indeciso sin dejar de mirar a Gabriele.
–Sí.
Adrián se despide como el caballero que es y quedo sola con el imbécil que no sabe qué decirme.
Abro la puerta de atrás del auto y me subo con Mía en brazos, no es lo más seguro, pero al menos es mejor que sentarla adelante con un cinturón que podría estrangularla.
Gabriele enciende el auto y se incorpora al tráfico sin decir nada. Mejor para él porque me siento tan furiosa que podría matarlo en este momento.
¿Por qué Anna lo dejó a cargo de Mía? Sé que es su padre, pero es la última persona a que le confiaría a la pequeña.
–Ma ma –dice Mía y mi cuerpo se congela–. Ma ma ma.
–¿Ella acaba de decir mamá? –pregunta Gabriele tan estupefacto como yo.
–Mama ma mama –sigue balbuceando.
–Oh, cielo, no soy tu mamá, soy Sofía –le explico mientras no puedo dejar de llorar. Mía ha dicho su primera palabra.
–Ma ma mama –insiste.
–Oh, mi preciosa, no soy tu madre.
–Eres lo más cercano que tiene a una madre –dice Gabriele.
–Mierda. No quería… la niña no puede creer que yo soy su madre, soy solo su niñera. En algún punto tendré que irme… No quiero que sufra por mi culpa.
Mía sigue balbuceando la palabra mamá mientras succiona mi mentón, haciéndome sentir peor.
–Tienes que casarte. Mía tiene que tener una familia.
–¿Disculpa?
–¿Estás sordo o qué? Mía tiene derecho a tener una familia, a tener una madre, hermanos, ya ha perdido mucho, no puedes quitarle ese derecho también.
–No volveré a casarme –masculla.
–Bueno, no te cases, pero deberías comprometerte con una mujer amable, que pueda aprender a amar a Mía. Por favor, ella se lo merece.
–No.
–Entiendo que si amabas a tu mujer sea duro volver a empezar…
–No la amaba –me corta–. Ese es el problema, no la amaba y nunca podré amar a nadie.
–No entiendo.
–No siento como los demás lo hacen. No siento empatía cuando estoy torturando a alguien, no siento remordimiento, lo que es bueno para el negocio. No puedo sentir.
–¿No puedes sentir amor?
–No.
–¿Y Mía?
Gabriele nos mira por el retrovisor. –Cuidaré de ella, pero no puedo ofrecerle más que eso.
–Pero es tu hija –contradigo.
–Lo sé, pero no puedo cambiar quién soy –susurra luego de unos minutos.
Abrazo con más fuerza a Mía y beso la cima de su cabeza, necesitando encontrar un poco de calor ya que la confesión de Gabriele congeló mi cuerpo.
Recuerdo a papá y mi corazón se parte al darme cuenta que Mía nunca conocerá el amor parental. Juro en este momento que mientras esté a su lado le entregaré todo el amor que haya en mí porque ella no merece menos que eso.
Miro a Gabriele y mi corazón se rompe un poco más. Vivir así debe ser tan solitario. Quisiera abrazarlo también como lo hago con Mía, pero sé que no debo hacerlo. Quisiera poder salvarlos a ambos, pero hay personas que están más allá de la redención.
Quizá Gabriele sea uno de ellos.