"UNA MADRE DESESPERADA, UN SALVADOR AMENAZANTE
¿Qué límites cruzarías por salvar a tu hijo?
Adelaida, una madre desesperada, hará cualquier cosa para proteger a su hijo, incluso si significa sacrificar su orgullo.
Pero cuando Kento, un misterioso y poderoso hombre, se convierte en su única esperanza, Adelaida se encuentra atrapada en una red de rencor y pasión.
Kento, su redentor y verdugo, no sabe que Adelaida es la clave para desentrañar su propio pasado.
¿Podrá Adelaida salvar a su hijo y descubrir la verdad detrás del enigmático Kento?
Descubre esta historia de amor, venganza y redención."
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ℂapítulo ℂuatro
La policía estaba fuera de la mansión con una orden de desalojo. Era muy triste lo que le estaba pasando a Adelaida, pues de un momento a otro no tenía donde vivir y fuera de eso con un niño enfermo.
Josefina, el ama de llaves de la mansión, apenas la vio, corrió con Francis, que lo tenía en sus brazos para abrazar a Adelaida. Que veía asombrado todo lo que estaba pasando. Sus pocas pertenencias estaban en la calle y un abogado se le acercó informando de manera escueta que debía desalojar la mansión.
—Mi niña Adelaida, yo les insistí que debían esperarla para sacar sus cosas. Pero como venían junto a varios agentes de la policía, no me lo permitieron. Como pude, empaqué sus cosas y las del niño. Ellos las cogieron y la tiraron en la calle como si no valieran nada —le explicaba entre llantos Fina, y su niño también lloraba. Eso era lo que más rompía el corazón de Adelaida, ver llorar a su niño.
—Tranquila, mi Fina, hiciste lo que pudiste y te lo agradezco —Adelaida miraba con tristeza sus pocas pertenencias, mientras cargaba a su niño para consolarlo.
A ella no le importaba que su difunto exesposo la llenara de cosas caras. Y menos después de que nació su bebé enfermo.
Como presagiando el futuro, ahorraba cada euro del poco dinero que le pasaba cada mes François para la manutención de su hijo y del cual gastaba solo lo estrictamente necesario.
De esa manera llegó a tener unos pocos ahorros, debía sacarlos ahora de la mansión junto a su medallón y no sabía cómo hacerlo. Hasta que, como si le leyera el pensamiento, la señora Josefina le pasó su cartera.
—Mi niña, acá están sus ahorros y el medallón. Gracias a Dios, que no me lo revisaron, pues lo saqué como si fueran mis pertenencias —Adelaida se sorprendió ante lo que le dijo su querida ama de llaves.
—¿Cómo así, Fina? ¿También la desalojaron? —Peguntó, confundida, con una mezcla de sentimientos entre rabia y tristeza.
—No, mi niña, yo renuncié. No quiero trabajar en esa casa con sus nuevos habitantes. Y mucho menos con lo que le hicieron. Eso no es ético, mi lealtad es con usted y mi pequeño Francis —le confesó su querida Fina tomándola de las manos.
—Fina, ¿y ahora qué harás? ¿A dónde vas a ir? ¿Qué vas a trabajar? —Adelaida la llenaba de miles de interrogantes.
—Ya mismo nos vamos los tres para mi casita. Y no te preocupes por mí que yo ya estoy recibiendo mi pensión. No es mucho, pero nos da para vivir modestamente —le explica con optimismo, tratando de levantarle el ánimo a Adelaida.
—Gracias, Fina, eres como una madre para mí —la abraza hasta que son interrumpidas por uno de los policías.
—Señora Adelaida DuPont, este es el acta de desalojo. Ya la puede firmar para que se vaya —le hace entrega del documento y le exige que se retire del lugar que fue su hogar.
Mientras Adelaida devuelve el documento firmado, Dimas, su ex chófer, consiguió que un amigo suyo llevara sus pocas pertenencias en su camioneta. Y en un último acto de gratitud ante su antigua patrona, no le cobró por el acarreo.
Así, las dos mujeres, junto al pequeño Francis, se dirigieron a su nueva vida.
Luego de media hora de recorrido llegaron a uno de los “banlieues” de Versalles, que son los barrios humildes de la ciudad, donde, encima de un vetusto taller, se encuentra la casita de Fina.
—Bienvenidos a mi humilde hogar —Fina abre la puerta después de subir unas desvencijadas escaleras, dejando ver el interior de una hermosa casita bien organizada y cuidada.
—Es muy linda, Fina, ¡me encanta! —Adelaida le dijo sinceramente, al entrar con su niño Francis.
—Que va, mi niña. Nada comparado con la mansión que tenías —decía Fina avergonzada.
—Sabes que eso a mí nunca me deslumbró. Esa mansión era solamente un lugar donde vivía con mi niño. Pero mira, menos mal, nunca la tomé como mía. —Y era verdad, Adelaida nunca se acostumbró a los lujos que François le daba.
Fina agachó la cabeza con pena, pues era verdad lo que decía Adelaida. Ella nunca fue apegada a las cosas materiales, y mucho menos a la mansión.
—Tienes razón, mi niña. Pero esos desalmados de los Pinault nunca debieron echarte de la mansión y mucho menos con el niño enfermo —Fina aún no entendía por qué lo habían hecho.
—Según mi difunto marido, Francis es un bastado. ¡Ay Fina, ojalá y se esté quemando en la última paila del infierno! Es un infeliz dudar de mi fidelidad. Pero ya no lloremos sobre la leche derramada. Necesito encontrar un trabajo urgente, los medicamentos de Francis no se pueden suspender. —Eso era lo que más le preocupaba ahora a las mujeres.
—En la mañana hablé con Margarita, mi comadre. Me dijo que necesitan con urgencia una empleada doméstica en la mansión en que ella empezó a trabajar como ama de llaves, pero exigen que no pase de los cuarenta años. Por eso yo no puedo tomar ese trabajo. Ve tú, que si te lo dan, yo cuido a Francis mientras trabajas —le propuso Josefina.
—Siii, acepto, acepto. Mañana mismo voy, dile a tu comadre que me interesa y que lo voy a tomar.
Así, Adelaida fue recomendada por Josefina para trabajar de empleada doméstica en una lujosa mansión. Lo único que sabe de su empleador es que es un magnate de las plataformas digitales y aplicaciones de video, llamadas “KenKi digital”.
La mansión donde entró a trabajar era muy similar a la que era de ella. Se presentó con el ama de llaves, la cual le enseñó todas las instalaciones y lo que debía hacer.
Al día siguiente que empezaba a trabajar, salió de la pequeña casa bien temprano. Adelaida debía viajar desde Versalles hasta París y tomar un tren directo que sale desde Versailles Chantiers a Paris Gare Montparnasse. De ahí tomar la línea seis que la lleva hasta el lujoso barrio de Neuilly-sur-Seine, luego caminar cinco cuadras y al final del sendero llega a la majestuosa mansión de Kento Kimura.
Era su primer día y aunque llevaba años sin tener que mover un dedo debido a que tenía empleadas a su servicio, no olvidó que por mucho tiempo fue la encargada de hacer el aseo en el orfanato y después en su pequeña habitación de la pensión donde vivía antes de conocer a François.
Ese día, en particular, debía hacerle la limpieza al despacho del señor Kento así como le indicó Margarita. Llevó sus elementos de aseo y se agachó a limpiar el gran escritorio de roble negro con líquido protector de madera. Cuando de un momento a otro sintió que dos manos la tomaron del hombro, arrastrándola afuera del despacho, tirándola afuera, en mitad del recibidor de la mansión. Mientras una voz masculina gritaba:
—¿Maldita perra que haces aquí? ¡¿Quién diablos te permitió de nuevo la entrada!?