Mi Castigo

Encerrada en mi celda me puse a pensar en todo lo que había sucedido, me sentía realmente muy mal, recién caía en la maldita realidad, ya no quería estar más en este sitio horrible. Quería mirarme en un espejo y ver mi reflejo, ver en lo que me había convertido. De seguro la sociedad ahí afuera me repugnaba y me odiaba por lo que había hecho.

Días enteros sin ver el sol radiante, días enteros viviendo en una burbuja sin salidas, no quería volverme loca, mi razón quería olvidar la pesadilla que había vivido. Mi realidad con Darío había terminado, y era momento de volver a la otra realidad.

—Tu abogado vino a verte— me dijo la guardia y me llevó a la sala de visitas.

Enzo era el único rostro bueno que veía, tenía algo que me atraía, me arregle un poco la ropa, a pesar de eso, sabía que estaba muy desalineada y horrible para sus ojos.

—Te traje algo para comer— me dijo poniendo una bandeja en la mesa donde me senté.

La comida que me daban en la cárcel era horrible, mi apetito desaparecía cuando veía la bandeja de alimentos. Mi peso corporal disminuyó en esos días, mi apariencia daba susto, si me vieran todos los que me conocían, nunca me reconocerían.

—Gracias— le dije, por fin comería algo de verdad.

Él me veía con pena, pero al verme comer sintió alivió, porque sentía que estaba haciendo una buena caridad, pero la verdad era otra. No quería que muriera sin antes verme pagar por lo que había hecho. Me estaba alimentando, para luego destruir mi vida.

—¿Está rico?— me preguntó.

—¡Muy rico!...

—Tienes que llegar saludable al juicio.

—¿Qué pasa si no llegó al juicio?

—Aurora, ¿no quieres salir de aquí?

—Sí, quiero.

—Entonces déjame ayudarte—dijo tomando mi mano.

Sentí su piel cálida y suave, mi corazón ya no aguantaba más, mi abogado me causaba sensaciones, esas sensaciones de las que no puedes explicar, si lo seguía viendo sería mi perdición, de alguna manera me recordaba a Darío y esto no me hacía bien.

—No quiero tu ayuda, solo quiero que dejes de ser mi abogado y te vayas.

—¿Por qué?

—Porque cuando estoy a tu lado miles de sensaciones se desatan en mi pecho y no puedo controlarlo. Quiero escapar para no herirte.

"No podrás herirme más de lo que ya lo has hecho, al quitarme a mi hermano" pensó.

—¿Cómo podrías herirme?

—No quiero verte más, gracias por la comida— dije y me levanté para irme.

Pero él fue más rápido que yo sujetando mi mano para evitar que me valla.

—¿Estás segura de que no quieres verme más?— preguntó algo serio.

Estaba segura de que sería la última vez que lo vería, si no lo hacía ahora seguro no tendría otra oportunidad, tenía que arriesgarme y sacarme esta espinilla que me molestaba. Presione mis labios con los suyos lo más rápido que pude, sentí como sus labios se deslizaban contra los míos, él también tenía ganas de sentir esta sensación porque ambos lo estábamos disfrutando. Nuestro beso duró segundos, pero lo suficiente para darnos cuenta de que la conexión que existía entre nosotros expandía un interés más haya de lo imaginado quebrando muros ya existentes. Éramos rivales, si las circunstancias fueran diferentes ya nos hubiésemos quitado la ropa para darnos una oportunidad, pero mi locura me impedía a seguir con este juego.

—Fue lindo conocerte, espero no volverte a ver— dije y le pedí a la guardia que me sacara lo más pronto de ahí.

"Esto no puede ser", gritó sacudiendo la mesa con la fuerza de sus manos. Se quedó quieto con la mirada perdida reviviendo el beso que nos habíamos dado unos segundos atrás.

El sitio falso y sucio donde me encontraba no lo podía tolerar más, era momento de volver a casa y asumir mi rol en esta sociedad interrumpida por personas como yo. Llame a mi padre, le dije que me inculparon de asesinar a dos personas y que estaba encerrada, que viniera por mí. Aún principio se enojó mucho, porque me fui de casa a vivir con Darío por capricho, sin su consentimiento.

Mis padres eran gente de poder, manejaban una cadena de empresas muy importantes en el país. La sociedad en la que nací no aceptarían con buenos ojos si estaría involucrada en escándalos, nunca se lo dije a Darío, por el temor a que dejará de tratarme como a cualquier persona.

Mi madre no quiso peder ningún segundo más, se puso un pañuelo en la cabeza y sus anteojos de sol y vino a verme, tenía miedo de ser reconocida.

—¿Mi amor que has hecho?— me preguntó muy angustiada tomando mis manos.

—¡Mamá, perdón!

—¿Aurora?.

—Sácame de aquí mamá. Te prometo que haré todo lo que quieras, pero sácame de aquí, antes de que me suicide— le supliqué con unas lágrimas en los ojos.

—¿Aurora, que estupidez estás diciendo?

—¡Yo...!, no quise hacerlo mamá, pero no se lo digas a papá por favor. Fue todo tan rápido.

—Hablaré con tu padre, no hables con nadie, no compliques más las cosas, pronto estaremos en casa mi amor— me abrazó muy fuerte.

Confieso que en sus brazos me sentía como una niña, necesitaba sentirme querida. De tras de cada abrazo hay una realidad silenciosa, una realidad que estaba arruinando mi vida. Me equivoqué con mis decisiones, quería volver al inicio y pintar la verdad con una mentira que no hiriera a nadie, pero eso era imposible.

—¿En qué tanto piensas que no me estás escuchando Enzo?— con la voz elevada le interrumpió su madre, cerrando la puerta de su oficina.

—Perdón mamá, el caso de Aurora me tiene la mente trabajando— le respondió volviendo de sus recuerdos.

—Amor, te dije que dejes ese caso fuera de nuestras vidas, no te hará bien.

—Mamá, ¿Se te olvidó que esa mujer nos quitó a Darío?—aumentó la voz golpeando su escritorio.

Su mirada transmitía odio y venganza, recordó el beso que le di, "maldita loca, no vas a lograr confundirme, no voy a estar tranquilo hasta verte destruida", pensó.

—¡No!, no se me olvida, las pruebas fueron muy claras.

—Perdón mamá, no quise alterarme— se disculpó y la abrazo.

No quise llegar a sus vidas para romper sus sueños y destruir su felicidad. Los cuentos de hadas, los bellos cuentos de amor y los príncipes, distorsionaron mi mente y me obligaron a querer tener una. Creí que Darío era mi más bella historia de amor.