Elena, la preciosa princesa de Corté, una joya, encerrada en una caja de cristal por tanto tiempo, y de pronto es lanzada al mundo, lanzada ante los ambiciosos, los despiadados, y los bárbaros... Pureza destilada ante la barabrie del mundo en que vivía. ¿Que pasará con Elena? La mujer más hermosa de Alejandría cuando el deseo de libertad florezca en ella como las flores en primavera. ¿Sobrevivirá a la barbarie del mundo cruel hasta conseguir esa libertad que no conocía y en la cuál ni siquiera había pensado pero ahora desa más que nada? O conciliará que la única libertad certera es la muerte..
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Capitulo 21
Devon se encontraba en el campamento de la frontera, con el sol poniéndose lentamente detrás de las montañas que delineaban el horizonte. Con sus veintiún años, su apariencia era imponente. Sus ojos rojos como la sangre y su cabello plateado, cortado de manera que enmarcaba su rostro anguloso, le daban un aire peligroso y magnético. Su cuerpo había ganado musculatura, haciéndolo más atractivo y masculino que nunca.
A pesar de su aspecto severo, había algo en su expresión que parecía diferente en ese momento. Mientras caminaba hacia un pequeño río cercano, con un sobre en la mano, los soldados a su alrededor lo observaban con respeto y cautela. Sin embargo, uno de los caballeros notó algo que rara vez se veía, una casi imperceptible sonrisa se formaba en los labios de Devon.
El caballero, sorprendido por esa visión inusual, miró a su capitán, quien estaba a su lado.
—Capitán, ¿estoy viendo bien? ¿El joven duque está sonriendo?
El capitán, Garrick, miró a Devon con una mezcla de comprensión y resignación.
—Así parece.
—¿tiene idea a que se debe?
Preguntó con curiosidad el caballero.
—No hay que ser entrometidos en los asuntos de tu maestro.
Dijo al principio Garrick, sin embargo, brindó una respuesta al curioso joven.
—Está leyendo una carta de su hermana.
El caballero arqueó una ceja, intrigado.
—¿Hermana? Entonces es esa princesa.... Verdaderamente existe.
—Ten cuidado en como hablas, se trata de la princesa de Cortés, tu maestra, entre ella y la Reina es difícil decir quien es la dama más noble de este Reino. Y sobre todo no te atrevas a hablar sobre ella frente al joven Duque... Ni una sola palabra.
—Lo siento capitán, es solo... Usted sabe, los rumores...
—Que te he dicho...
—Disculpe capitán, no volverá a suceder... ¿Quién diría que un tipo como él tendría debilidad por su hermana?
El capitán soltó una leve risa sin humor y negó con la cabeza.
—No es una debilidad... Diría que es todo lo contrario y más...
Para Devon, aquellas cartas eran más preciosas que cualquier victoria en el campo de batalla.
Devon, sin apartar la vista del papel, leyó con atención cada palabra escrita por Elena. Sus ojos rojos brillaban con una intensidad que pocas veces se veía en él, y sus labios, aunque apenas curvados, reflejaban un sentimiento que contrastaba profundamente con la dureza de su entorno.
Después de unos minutos, dobló la carta con cuidado, como si estuviera manejando un objeto frágil, y la guardó en el bolsillo interno de su uniforme. Este era un ritual para él, un pequeño acto de devoción que repetía con cada carta que recibía de su hermana.
Luego, su mirada se endureció al ver al otro sobre en sus manos. Este era diferente, uno que no tenía la delicadeza de la escritura de Elena, en el resaltaba el sello de Mascia y el nombre de Isabella.
Sin una palabra, Devon miró el sobre con disgusto. El caballero, que seguía observándolo, estaba a punto de preguntar algo, pero el capitán le puso una mano en el hombro deteniéndolo, anticipando su pregunta, dijo.
—Y esa es una carta de su prometida...
El caballero abrió los ojos con sorpresa.
—Oh,de la señorita Isabella, la vi una vez, ella sin dudas es hermosa… pero por su reacción, parece que no le agrada en absoluto.
El capitán asintió.
—Así es. Nunca ha mostrado interés en ella...
Devon, ajeno a la conversación, lanzó la carta de Isabella al río con una expresión de asco. El sobre flotó en la corriente durante unos momentos antes de desaparecer de la vista, arrastrado por las aguas.
Garrick lo había observado lo suficiente, como para saber tan sólo por su reacción de quiénes se trataban las cartas que leía. Las de Elena, las trataba como un tesoro, y las de Isabella con desprecio. En cuanto las recibía, las arrojaba al río, las quemaba, o las rompía en pedazos. Jamás leyó una.
El caballero, que no entendía a que se debía la aversión de Devon hacia Isabella, no pudo evitar sentir una ligera preocupación.
—Aun así, tratar de esa manera a quien será su esposa…
Antes de que pudiera terminar, el capitán lo interrumpió con una mirada seria.
—No menciones eso delante de él. No te conviene. Provocarías un disturbio que ninguno de nosotros quiere enfrentar.
El caballero comprendió el consejo y asintió, decidiendo retirarse discretamente.
Devon permaneció un rato más junto al río, mirando el agua correr, sus pensamientos eran una maraña que solo el podía entender. Finalmente, se dio la vuelta y regresó al campamento, con la última carta de su hermana segura en su uniforme, un pequeño consuelo en medio de la brutalidad de los enfrentamientos intermitentes con los salvajes y las intrigas que lo rodeaban.
Así como en el norte del Reino existían conflictos, en el sur hace un par de años, también surgieron algunos.
Específicamente se hablaba del levantamiento en armas de algunos remanentes de los Reinos Unidos, que aún creían que podían invadir Alejandría como en el pasado, cuando algunos de los que actualmente formaban parte de ese Reino lo habían hecho.
Quién tuvo que defender esas fronteras, por ser el más cercano a ella y por ser quien poseía las fuerzas militares necesarias, y sobre todo por la orden del Rey, fué el Duque Monterreal.
El Duque Monterreal, junto a su hijo Theodore se dedicaron a combatir en el sur, apenas medio año llevaban ahí cuando recibieron a un nuevo integrante inesperado.
El Rey envío a su hijo bastardo para que sirviera al Reino, y lo puso bajo el mando del Duque.
Cuando él Duque lo vio lo miro con seriedad, en ese momento estaba afilando su espada, de un instante a otro la espada estuvo apuntando al cuello del joven, este no parecía atemorizado.
—¿viene en representación de la casa real o como carne de cañon?
Preguntó sin rodeos, mirando por sobre el hombro del joven, se enfrentó a la mierda dubitativa del caballero que acompañaba a Bastian, este respondió con ambigüedad.
—El joven está aquí para servir...
El Duque no pareció conforme con esa respuesta, mirando directamente a los ojos del muchacho dijo.
—¿A qué has venido muchacho, a buscar gloria...a pasar desapercibido, o a morir?
Luego de un momento de silencio, Bastian que estaba parado con una postura militar perfecta y sus ojos dorados con una calma hasta inquietante dijo.
—No importa lo que yo quiera Señor. Desde ahora estoy bajo sus órdenes y las cumpliré.
El Duque, bajó la espada lentamente y luego de un momento solto una carcajada que dejo atónitos a todos los que lo escucharon, se acercó a Bastian y puso su mano en su hombro, despiadadamente dijo mientras miraba al caballero que lo acompañaba.
—Te han convertido en un perro fiel... No deberías estar aquí, ¿imaginas quien debería ocupar tu lugar?
Hubo silencio, el caballero que escoltaba a Bastian observaba todo sin reaccionar más de lo necesario, su función ahí era reportar todo sobre Bastian al Rey.
Desde entonces habían pasado dos años, y los invasores finalmente parecían ser vencidos por completo.
Cientos de historias sobre Bastian y Theodore y sus desempeños en el campo de batalla surgieron de esos enfrentamientos. Algunas, eran ciertas, otras tantas eran falsas, pero ninguna de ellas podría retratar verdaderamente la brutalidad a la que tuvieron que someterse ambos jóvenes a tan corta edad, aunque exteriormente no parecían afectados, sólo ellos conocían las verdades cicatrices que les dejo aquella guerra.