En un mundo de apariencias perfectas, Marina creía tenerlo todo: un matrimonio sólido, una vida de ensueño y una rutina sin sobresaltos en el exclusivo vecindario de La Arboleda. Pero cuando una serie de mentiras y comportamientos extraños la llevan a descubrir la verdad sobre Nicolás, su esposo, su vida se desmorona de manera inimaginable.
El amor, la traición y un secreto desgarrador se entrelazan en esta historia llena de misterio y suspenso.
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El susurro de los ecos
La llovizna caía ligera mientras Marina deambulaba por las calles de un barrio antiguo, buscando perderse entre el bullicio del mercado de antigüedades. Los vendedores gritaban, ofreciendo desde relojes oxidados hasta cuadros desgastados por el tiempo. La atmósfera era un caos controlado, pero para Marina era justo lo que necesitaba: ruido para acallar los pensamientos que la perseguían desde que dejó su hogar.
Su mirada vagó hasta un pequeño puesto al final de la calle. Una sombrilla rota protegía la mercancía de la lluvia, y un hombre de cabellos grises y rostro curtido por los años organizaba cuidadosamente objetos que parecían tan antiguos como él. En el centro del desorden, algo brilló.
Un relicario.
No era especialmente llamativo, pero había algo en él que atrajo a Marina como un imán. Sus pasos se detuvieron frente al puesto. El hombre levantó la vista, y una leve sonrisa se dibujó en sus labios.
—Sabía que vendrías, —dijo, su voz ronca pero tranquila.
—¿Perdón? —Marina lo miró, desconcertada.
El hombre no respondió de inmediato. En cambio, tomó el relicario y lo sostuvo entre sus dedos como si fuera algo frágil y precioso.
—Esto no es un simple objeto, señora. Tiene historia. Alma. —Sus ojos se clavaron en los de Marina, y ella sintió un escalofrío.
—¿Cuánto cuesta? —preguntó, intentando sonar práctica, pero su voz salió temblorosa.
—Para ti... nada. —El hombre extendió el relicario hacia ella. Marina lo tomó con cierta vacilación, pero al cerrar su mano sobre el objeto, una sensación extraña recorrió su cuerpo. Era como si algo dentro de ella despertara, algo que no sabía que estaba dormido.
—No puedo aceptarlo sin pagarte, —insistió.
—El precio ya lo pagarás... pero no con dinero. —La sonrisa del hombre se desvaneció. —Ten cuidado, señora. Los recuerdos de otras vidas pueden ser un regalo, pero también una maldición. Algunas almas están entrelazadas más allá del tiempo. Y algunas heridas nunca sanan.
Marina lo miró con incredulidad, pero no pudo evitar preguntarse si el relicario realmente era especial. Guardó el objeto en su bolso y se alejó, intentando ignorar las palabras del anciano. Pero algo en su tono, en su mirada, quedó grabado en su mente.
Una conexión inquietante
Esa noche, Marina regresó al hotel y sacó el relicario del bolso. Lo observó detenidamente. El metal parecía brillar a pesar de la luz tenue de la lámpara. En el centro, había un intrincado diseño que no reconocía: un símbolo que parecía una espiral rodeada de pequeñas líneas cruzadas.
—¿Qué eres? —susurró, sintiendo que hablaba con algo vivo.
Cuando abrió el relicario, vio que dentro había una pequeña inscripción en un idioma que no entendía. Algo en la caligrafía era hipnótico, casi como si la invitara a descifrar su significado.
Cerró los ojos, con el relicario apretado en su mano. Inmediatamente, imágenes comenzaron a invadir su mente: rostros desconocidos, lugares que nunca había visitado, sensaciones que no podía explicar. Entre las imágenes, el rostro del hombre del sueño apareció con claridad. Su mirada era tan intensa como la primera vez, pero esta vez sus labios se movían, pronunciando una palabra que Marina no podía entender.
Despertó con un jadeo, el relicario aún en su mano. Miró el reloj. Había pasado solo una hora desde que se había recostado, pero el cansancio en su cuerpo era como si hubiera corrido una maratón.
Encuentro con lo desconocido
Al día siguiente, incapaz de quedarse encerrada en la habitación, Marina decidió regresar al mercado. Tenía preguntas, y el anciano parecía ser la única persona que podía responderlas.
Sin embargo, cuando llegó al puesto, estaba vacío. Ni rastro del hombre, ni de su mercancía. Un vecino del mercado, que vendía relojes viejos, notó su desconcierto.
—¿Busca a alguien, señora?
—Al hombre que estaba aquí ayer. Tenía un puesto de antigüedades.
El hombre frunció el ceño. —No hay nadie aquí desde hace meses. Ese puesto ha estado vacío.
Marina sintió cómo el suelo parecía tambalearse bajo sus pies. —Eso no puede ser. Lo vi. Incluso hablé con él.
El vendedor la miró con una mezcla de lástima y curiosidad. —Quizás se confundió. O tal vez era un espíritu. —Se rió, pero Marina no encontró nada gracioso en su comentario.
Con el corazón acelerado, regresó al hotel, pero esta vez el relicario no le dio respuestas. Solo silencio.
Un paralelo oscuro
Mientras tanto, Nicolás se encontraba en el estudio de Samuel, una habitación decorada con libros antiguos y muebles de diseño. Samuel sostenía una copa de vino mientras examinaba un libro polvoriento que parecía fuera de lugar en un espacio tan moderno.
—¿Qué es eso? —preguntó Nicolás, señalando el libro.
—Una reliquia familiar. —Samuel sonrió, pero había algo forzado en su expresión. —No te preocupes por eso.
Nicolás, sin embargo, no podía apartar la vista del objeto. Había algo en la portada, un símbolo grabado que le resultaba familiar. Una espiral con líneas cruzadas.
—Creo que lo he visto antes, —dijo Nicolás, acercándose.
Samuel cerró el libro de golpe. —Quizás lo soñaste. —Su tono era cortante, pero su sonrisa volvió a aparecer casi al instante. —Ven, hay algo más interesante que quiero mostrarte.
La tensión era palpable, pero Nicolás decidió no insistir. Sin embargo, mientras Samuel salía de la habitación, Nicolás aprovechó para tomar una foto del libro con su teléfono.
La revelación
Esa noche, Marina volvió a soñar. Esta vez, el hombre del bosque estaba más cerca que nunca. Podía ver cada detalle de su rostro: la curva de su mandíbula, el brillo de sus ojos, la intensidad en su expresión.
—Estás más cerca de recordar. —dijo él, su voz resonando como un eco. —Pero debes tener cuidado. El fuego consume tanto como ilumina.
—¿Qué significa esto? —preguntó Marina, desesperada. —¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?
El hombre extendió una mano hacia ella, y esta vez ella no se retiró. Cuando sus dedos se tocaron, una oleada de calor la atravesó, y de repente estaba en otro lugar: una gran casa antigua, con paredes de madera y una chimenea encendida. En el centro de la sala, un hombre que se parecía a Nicolás discutía con otra persona.
El sueño se desvaneció antes de que pudiera entender más, pero Marina despertó con una palabra grabada en su mente: Ecos.
Al otro lado de la ciudad, Nicolás observó la foto del libro en su teléfono y escribió el símbolo en un buscador de internet. El primer resultado lo dejó helado: "El vínculo de las almas entrelazadas."
Antes de que pudiera leer más, un mensaje de Samuel apareció en su pantalla:
—No sigas buscando respuestas que no quieres encontrar.
Nicolás levantó la vista, sintiendo que alguien lo observaba, pero estaba solo. O eso pensaba.
Las piezas estaban cayendo en su lugar, pero las sombras aún guardaban secretos que ninguno de ellos estaba preparado para enfrentar.