Gabriel Moretti, un CEO perfeccionista de Manhattan, ve su vida controlada trastocada al casarse inesperadamente con Elena Torres, una chef apasionada y desafiante. Sus opuestas personalidades chocan entre el caos y el orden, mientras descubren que el amor puede surgir en lo inesperado.
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Líneas Borrosas
Capítulo 21
La mañana siguiente trajo consigo una brisa fría y el suave sonido de los árboles agitados por el viento. Elena despertó antes que Gabriel, algo raro considerando que él solía ser el primero en moverse. Con una taza de café en mano, salió al pequeño porche de la cabaña, donde el paisaje le ofrecía un lienzo de calma inigualable. Cerró los ojos unos segundos, disfrutando del silencio y de lo lejos que se sentía del ruido de la ciudad.
—¿Te escapas sin mí? —preguntó una voz grave detrás de ella.
Elena giró la cabeza y sonrió. Gabriel se acercaba aún en pijama, con una taza de café propia en la mano. Su cabello estaba despeinado y sus pies descalzos, una imagen que lo hacía ver completamente distinto del hombre rígido y perfecto que ella había conocido en Manhattan.
—Tienes un talento impresionante para aparecer justo cuando las cosas están tranquilas —bromeó Elena, tomando un sorbo de su café.
Gabriel sonrió levemente y se apoyó en el barandal junto a ella. —¿Y si te dijera que también estoy empezando a disfrutar este silencio?
Elena lo miró de reojo, con sorpresa. —¿El rey de los negocios admitiendo que le gusta un poco de paz? Eso sí que es un titular.
Gabriel dejó escapar una pequeña risa. —No te burles. Simplemente… este lugar tiene algo. Es como si aquí el tiempo se moviera más lento.
—Es lo que siempre me gustó de este sitio —respondió Elena, con la mirada perdida en el horizonte.
Hubo un breve silencio entre ambos, un silencio que no resultaba incómodo, sino contemplativo. Gabriel se giró hacia ella, con una mirada que parecía analizarla con mayor profundidad.
—Ayer… cuando Luisa te preguntó si éramos pareja… no la corregiste.
Elena sintió cómo su pecho se tensaba ligeramente. —No creí que valiera la pena corregirla. Además, ¿qué hubiera dicho? “No, es un matrimonio improvisado porque nos metimos en un lío ridículo.” Seguro habría hecho más preguntas.
Gabriel soltó una risa baja, pero su mirada permaneció seria. —No me molestó.
Elena lo miró sorprendida. —¿Que Luisa pensara que somos pareja?
—Sí. Es extraño, pero no me molestó —confesó Gabriel, más para sí mismo que para ella.
Elena bajó la vista a su taza, intentando ignorar cómo esas palabras le habían provocado un ligero cosquilleo en el estómago. No era el momento de analizar demasiado lo que sentía.
—No te confundas, Gabriel —dijo ella, intentando sonar más ligera—. Esto sigue siendo… temporal. No te acostumbres.
Gabriel asintió, pero no dijo nada. En su mente, las palabras de Elena resonaban como un desafío silencioso. Sabía que había líneas que aún no debía cruzar, pero algo en su interior se preguntaba si realmente quería mantener esa distancia.
A media mañana, decidieron aprovechar el día soleado para caminar por los senderos cercanos a la cabaña. Elena llevaba un abrigo grueso y una bufanda, mientras Gabriel, aunque menos preparado para el frío, caminaba a su lado con las manos en los bolsillos.
—No te veo muy acostumbrado a caminar por estos lugares —comentó Elena, girándose hacia él con una sonrisa divertida.
—No suelo hacerlo —respondió Gabriel, observando los árboles que lo rodeaban—. Mi idea de una caminata suele limitarse a un paseo entre oficinas.
—Qué vida tan emocionante llevas —bromeó Elena, provocando una risa sincera de Gabriel.
Mientras avanzaban por el camino, la conversación fluía con naturalidad. Elena le contó historias de su infancia, de cómo su abuela solía traerla a lugares similares y enseñarle a cocinar.
—Por eso amo ser chef —dijo con un brillo especial en los ojos—. Cada plato que preparo me conecta con ella.
Gabriel la escuchaba en silencio, sorprendido por la pasión que transmitía con cada palabra. Estaba acostumbrado a las personas que hablaban solo de negocios, de cifras y éxitos. Pero Elena… Elena hablaba de cosas reales, de recuerdos que la definían, de momentos simples que realmente le importaban.
—¿Y tú? —preguntó de repente Elena—. ¿Qué recuerdos tienes que te hagan sentir así?
Gabriel se quedó en silencio unos segundos, mirando el suelo como si buscara una respuesta entre las hojas caídas.
—No muchos —dijo finalmente—. Mi infancia no fue como la tuya. Mi padre era un hombre duro, siempre enfocado en el trabajo. Me enseñó que el éxito lo es todo, y que cualquier cosa que no contribuya a eso es una distracción.
Elena lo miró con ternura, notando por primera vez una sombra en su mirada. —¿Y tu madre?
—Murió cuando yo era niño —respondió Gabriel con tono seco—. Apenas la recuerdo.
Elena se acercó un poco más, como si quisiera ofrecerle apoyo sin palabras. —Eso explica muchas cosas de ti, Gabriel.
—¿Ah, sí? —preguntó él con una ceja levantada.
—Sí. Eres un hombre que cree que solo tiene valor si logra algo extraordinario. Pero la vida no se trata solo de éxitos. También se trata de momentos, de personas, de disfrutar lo que tienes justo ahora.
Gabriel dejó escapar un suspiro, como si sus palabras lo hubieran golpeado más fuerte de lo que esperaba. —Quizás tienes razón.
Elena le sonrió suavemente. —Lo que quiero decir, Gabriel, es que tienes derecho a vivir algo real, algo que no necesite ser planeado o medido.
El camino los llevó hasta un pequeño claro donde un arroyo cristalino corría entre las rocas. Elena se sentó en una piedra y miró el agua con fascinación, como si nada más importara. Gabriel, en cambio, la observaba a ella.
Por primera vez en mucho tiempo, sintió que no necesitaba pensar en el futuro ni en lo que vendría después. Solo quería estar allí, en ese momento, con ella.
—Gracias —dijo él de repente, rompiendo el silencio.
Elena lo miró con curiosidad. —¿Por qué?
—Por enseñarme que hay otra manera de ver el mundo —respondió Gabriel con sinceridad.
Elena sonrió, y por un momento, las líneas entre lo que era real y lo que no empezaron a borrarse.