Isabella Dupont ha pasado su vida planificando una venganza que espera borrar el dolor de su infancia. Abandonada a los cinco años por su madre, Clara Montserrat, una mujer despiadada que traicionó a su familia y robó la fortuna de su padre, Isabella ha jurado destruir el imperio que su madre construyó en Italia. Bajo una identidad falsa, Isabella se infiltra en la constructora internacional que Clara dirige con mano de hierro, decidida a desmantelar pieza por pieza la vida que su madre ha levantado a costa del sufrimiento ajeno.
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Capítulo 3
Salieron del edificio y caminaron hasta el viejo coche de Jean-Luc, un Renault 5 azul, un modelo antiguo que había visto días mejores. El coche estaba lleno de abolladuras y arañazos, testimonio de los años de descuido, pero aún funcionaba, y eso era suficiente para Jean-Luc.
Isabella se subió al asiento del pasajero mientras su padre encendía el motor con dificultad. El coche rugió y vibró, pero finalmente arrancó. Se dirigieron hacia las afueras de París, donde el campo ofrecía un respiro de la asfixiante vida de la ciudad. Isabella miraba por la ventana, recordando los días en que sus paseos al campo eran frecuentes, antes de que todo se desmoronara.
Mientras conducían, Jean-Luc intentaba mantenerse concentrado en la carretera, pero su mente estaba en otra parte, llena de pensamientos amargos y recuerdos dolorosos.
—Isabella, he estado pensando… —empezó a decir, su voz llena de una energía forzada—. Un amigo en Montreal me ha ofrecido un trabajo. Es en un despacho de arquitectos. Quieren que me vaya para allá y empiece de nuevo.
Isabella lo miró sorprendida, sin saber si creer en lo que escuchaba.
—¿De verdad, papá? —preguntó, esperando que fuera cierto—. ¿Vas a aceptar?
Jean-Luc asintió, con una sonrisa torcida en su rostro.
—Sí, claro que sí. Seremos tan ricos como antes, te lo prometo. Tendremos todo lo que perdimos y más. —Su voz temblaba ligeramente mientras hablaba, como si intentara convencerse a sí mismo tanto como a su hija—. Seremos felices otra vez, Isabella. No como ahora… no como…
Su voz se apagó, y la sonrisa se desvaneció de su rostro. Su mente volvió a Clara, a la mujer que los había traicionado y abandonado. La ira y el dolor se mezclaron en su interior, formando un nudo de resentimiento que no podía deshacer.
—Esa maldita… —murmuró entre dientes, sin darse cuenta de que estaba hablando en voz alta—. Esa maldita perra… cómo pudo hacernos esto… cómo pudo dejarte…
Isabella sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar a su padre. Sabía que el rencor de Jean-Luc hacia su madre era profundo, pero cada vez que lo mencionaba, algo en él cambiaba, como si la amargura lo consumiera aún más.
Jean-Luc, perdido en sus pensamientos, no vio el coche que se acercaba rápidamente por la intersección. Un Peugeot 406 gris, que avanzaba a gran velocidad, no tuvo tiempo de frenar cuando Jean-Luc intentó cruzar la carretera. El impacto fue brutal.
El sonido de metal contra metal resonó en el aire, seguido del crujido de los vidrios rotos y el chirrido de las llantas mientras ambos coches se deslizaban sobre el asfalto. El Renault 5 fue lanzado hacia el borde de la carretera, girando sobre sí mismo antes de detenerse bruscamente contra un árbol.
Isabella sintió un dolor agudo en su cabeza y en su brazo derecho, el golpe la dejó desorientada, pero no inconsciente. El olor a gasolina y humo llenaba sus pulmones, mientras el sonido distante de las sirenas se acercaba. Intentó moverse, pero su cuerpo estaba adolorido y sus piernas parecían no responder.
—¡Papá! —gritó con todas sus fuerzas, su voz quebrada por el miedo.
Miró hacia el asiento del conductor y vio a Jean-Luc, con la cabeza apoyada contra el volante, inconsciente. Sus piernas estaban atrapadas bajo el metal retorcido del coche, y un charco de sangre comenzaba a formarse en el suelo.
—¡Papá, despierta! —volvió a gritar, mientras intentaba salir del coche.
Con esfuerzo, Isabella logró abrir la puerta y salir tambaleándose. Sus piernas se sentían débiles, y el mundo a su alrededor giraba, pero sabía que tenía que encontrar ayuda. Alguien del coche que los había golpeado salió tambaleándose, pero Isabella no se detuvo a ver quién era.
Unos minutos después, las sirenas llegaron, y paramédicos y bomberos comenzaron a rodear la escena. Isabella, llorando y en shock, fue apartada del coche por uno de los paramédicos mientras otros intentaban sacar a Jean-Luc de los restos del Renault.
—¡Mi papá! ¡Tienen que sacarlo! —gritaba Isabella, mientras un paramédico intentaba calmarla, abrazándola suavemente para evitar que viera la escena completa. Isabella, entre sollozos y dolor, no dejaba de mirar hacia el coche donde su padre seguía atrapado. El equipo de emergencia trabajaba con rapidez, pero el daño era evidente. Jean-Luc estaba atrapado, con las piernas prensadas entre los pedales y el metal deformado.
—¡Tranquila, pequeña! —le dijo el paramédico con voz suave pero firme—. Estamos haciendo todo lo posible para sacar a tu papá de allí. Va a estar bien.
Isabella, temblando, se dejó guiar por el paramédico hasta una ambulancia cercana, donde la sentaron en la parte trasera. Otro paramédico comenzó a revisarla, asegurándose de que no tuviera heridas graves. Tenía un corte en la frente que sangraba lentamente, y su brazo derecho estaba magullado y adolorido, pero por suerte, no parecía haber fracturas. Sin embargo, su mayor preocupación seguía siendo su padre.
—Por favor… —susurró Isabella, con lágrimas rodando por sus mejillas—. Salven a mi papá…
Mientras tanto, los bomberos finalmente lograron abrir el coche con las herramientas hidráulicas, conocidas como “mandíbulas de la vida”. Jean-Luc fue sacado del vehículo con sumo cuidado, pero estaba inconsciente, y su pierna derecha estaba visiblemente aplastada, con una herida abierta que sangraba profusamente.
El doctor del equipo médico, el mismo Doctor Lefevre que había atendido a Jean-Luc durante sus crisis anteriores, estaba presente en la escena y asumió el control del tratamiento de emergencia. Al ver el estado de Jean-Luc, su expresión se endureció, sabiendo que la situación era crítica.
—Tenemos que estabilizarlo y llevarlo al hospital de inmediato —dijo el Doctor Lefevre a su equipo—. Hay que detener la hemorragia, pero temo que la pierna derecha está demasiado dañada. Probablemente tendremos que amputar para salvarle la vida.
Isabella, desde donde estaba sentada en la ambulancia, escuchó las palabras del doctor y sintió un dolor profundo en el pecho. No podía creer lo que estaba sucediendo. Todo había cambiado en un instante, y ahora su padre, la única familia que le quedaba, estaba al borde de perderlo todo.
El Doctor Lefevre se acercó a la ambulancia, con las manos llenas de sangre y la expresión seria.
—Isabella —dijo con voz calmada pero firme—, tu papá está muy mal. Vamos a llevarlo al hospital, pero quiero que sepas que vamos a hacer todo lo posible para salvarlo.
Isabella asintió, sin poder hablar, sintiendo que las palabras se ahogaban en su garganta. La llevaron en otra ambulancia, mientras Jean-Luc era trasladado en la primera, con el Dr. Lefevre al mando de la operación. Isabella se quedó en silencio durante todo el trayecto, mirando a través de la ventana del vehículo de emergencia, mientras el paisaje de París pasaba a su alrededor como un borrón.
Al llegar al hospital, Isabella fue llevada a una sala de espera mientras los doctores se apresuraban a llevar a Jean-Luc al quirófano. Las horas pasaron lentas, interminables, mientras Isabella se sentaba sola, con las rodillas recogidas contra su pecho y los ojos enrojecidos por las lágrimas.
Finalmente, el Doctor Lefevre salió del quirófano, su bata manchada de sangre y una expresión cansada en su rostro. Se acercó a Isabella con cuidado, sabiendo que las noticias que traía no eran buenas.
—Isabella… —empezó con voz suave—. Tu padre está vivo, pero tuvimos que amputarle la pierna derecha para salvarlo. Ha perdido mucha sangre, y está en condición crítica. Haremos todo lo posible para que se recupere, pero quiero que estés preparada. Va a ser un camino difícil para él… y para ti también.
Isabella sintió que el suelo bajo sus pies se desmoronaba. Las palabras del doctor resonaban en su mente, pero apenas podía procesarlas. Lo único que sabía era que su vida, que ya había sido difícil, ahora se enfrentaba a un nuevo y devastador desafío.
—¿Puedo verlo? —preguntó en un susurro, casi temiendo la respuesta.
El Doctor Lefevre asintió.
—Podrás verlo pronto, pero por ahora, necesitamos que descanse. Puedes quedarte aquí en el hospital hasta que esté fuera de peligro.
Isabella asintió, pero en su interior, una mezcla de miedo, dolor y desesperanza comenzaba a crecer. Se quedó sola en la sala de espera, abrazando sus piernas y deseando con todas sus fuerzas que todo esto fuera solo una pesadilla, de la que pronto despertaría. Pero sabía que no era así. Sabía que la realidad era incluso más dura que sus peores temores. Y con esa comprensión, se aferró a la pequeña esperanza de que, de alguna manera, tanto ella como su padre encontrarían la fuerza para superar lo que venía. Pero en su corazón, algo había cambiado para siempre.
tiene buen argumento,
hasta el final todo esto está emocionante.
y lo peor es que está arrastrando así hija a ese abismo.
cual fue la diferencia que se quedará con el.
a la vida que si madre le hubiese dado..
Isabella merece tener un padre en toda la extensión de la palabra.
no te falles ni le falles.
la narración buena
la descripción como empieza excelente 😉🙂
sigamos..
la historia promete mucho