Complejo De Amigos

El viernes por la tarde, Amelia decidió que necesitaba un respiro. Después de días llenos de tensión entre Axel, Stiven y su propia confusión emocional, sintió que lo mejor sería alejarse por un tiempo y rodearse de las personas que siempre la habían apoyado: sus mejores amigas, Natalia y Camila.

Cuando les propuso la idea de un fin de semana juntas, ambas no dudaron en aceptar. Natalia, siempre entusiasta, sugirió que fueran a la casa de su tía en el campo, un lugar tranquilo donde podrían desconectarse por completo de la ciudad y de todo lo que las agobiaba. Camila, más reservada pero igual de emocionada, estuvo de acuerdo. Amelia sintió un alivio inmediato al saber que pasarían esos días lejos de todo el drama que la había estado consumiendo.

El sábado temprano, las tres se encontraron en la estación de autobuses. Natalia llevaba una mochila enorme llena de snacks y juegos, mientras que Camila cargaba una cámara para documentar el fin de semana. Amelia no llevaba más que lo esencial, pero por primera vez en mucho tiempo, se sentía ligera.

El viaje fue relajante, con risas constantes y conversaciones que fluían naturalmente. Las amigas evitaron tocar temas delicados, sabiendo que Amelia necesitaba distraerse, no hablar de Axel ni de Stiven.

— ¿Sabes? Esto es justo lo que necesitábamos — dijo Natalia mientras el autobús recorría el paisaje campestre. — Nada de chicos, nada de problemas... solo nosotras.

— Amén a eso — respondió Camila, levantando una botella de agua como si brindara.

Amelia sonrió, agradeciendo en silencio el apoyo incondicional de sus amigas.

La casa de la tía de Natalia era acogedora, rodeada de árboles y con una vista espectacular de las montañas. El aire fresco y la tranquilidad del lugar hicieron que Amelia se sintiera renovada al instante. Pasaron la tarde explorando los alrededores, tomando fotos y hablando de recuerdos de su infancia.

— ¿Recuerdan cuando hicimos esa pijamada y juramos que nunca dejaríamos que los chicos nos complicaran la vida? — preguntó Natalia mientras recogían flores silvestres.

Camila se echó a reír.

— Sí, creo que Amelia rompió ese juramento primero.

Amelia rodó los ojos, aunque no pudo evitar reírse también.

— Bueno, creo que todas sabemos que los juramentos de pijamada no cuentan como contratos legales.

La risa de las tres llenó el aire, y por un momento, Amelia sintió que todo lo demás desaparecía.

Por la noche, se instalaron en la sala de la casa, con una mesa llena de pizza y dulces. Mientras jugaban a un juego de cartas, Camila rompió el hielo con una pregunta que Amelia sabía que tarde o temprano surgiría.

— ¿Y qué vas a hacer con Axel y Stiven?

Amelia dejó las cartas sobre la mesa, suspirando.

— No lo sé. Axel quiere que luchemos contra todo, pero... siento que ya estoy luchando demasiado. Y Stiven... bueno, creo que todavía no confío en él.

— Es normal sentirte así — intervino Natalia. — Has pasado por mucho. Pero recuerda, Amelia: nadie puede obligarte a decidir. Lo importante es que estés bien contigo misma.

— Exacto — agregó Camila. — Si uno de ellos realmente te quiere, te dará el tiempo que necesites.

Amelia asintió, sintiendo que las palabras de sus amigas le daban una perspectiva más clara. Quizás era eso lo que necesitaba: tiempo y espacio para encontrarse a sí misma antes de decidir algo.

El domingo, después de un desayuno tardío, las tres amigas pasaron la mañana haciendo un picnic cerca de un lago. Camila tomó varias fotos de las tres juntas, y Amelia se dio cuenta de cuánto extrañaba momentos como esos: simples, llenos de risas y sin complicaciones.

Mientras observaba el agua, Amelia tomó una decisión importante. Por ahora, iba a enfocarse en sí misma y en las personas que realmente la hacían feliz, como Natalia y Camila. No iba a dejar que Axel ni Stiven definieran su vida.

— Gracias, chicas — dijo de repente, rompiendo el silencio.

— ¿Por qué? — preguntó Natalia, sorprendida.

— Por estar aquí. Por recordarme quién soy cuando yo misma lo olvido.

Sus amigas sonrieron, y Natalia le lanzó un trozo de pan como broma.

— Para eso estamos, Amelia. Siempre.

Cuando el fin de semana terminó y regresaron a la ciudad, Amelia se sintió más fuerte. Sabía que los problemas seguirían ahí, pero también sabía que no tenía que enfrentarlos sola. Por ahora, iba a disfrutar de su vida, rodeada de las personas que realmente la querían por lo que era. Lo demás, con el tiempo, encontraría su lugar.