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Flor Del Pensamiento

Flor Del Pensamiento

Status: En proceso
Genre:Acción / Romance / Intrigante / Traiciones y engaños / Apocalipsis
Popularitas:422
Nilai: 5
nombre de autor: Tomás Verón

En un mundo devastado por un virus que desmorono la humanidad, Facundo y Nadiya sobreviven entre los paisajes desolados de un invierno eterno en la Patagonia. Mientras luchan contra los infectados, descubre que el verdadero enemigo puede ser la humanidad misma corrompida por el hambre y la desesperación. Ambos se enfrentarán a la desición de proteger lo que queda de su humanidad o dejarse consumir por el mundo brutal que los rodea

NovelToon tiene autorización de Tomás Verón para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 5

Llego al hotel. Está justo en la esquina de la cuadra, frente al lago. La entrada está desolada: los grandes ventanales han sido destrozados, dejando solo trozos de vidrio esparcidos por el suelo. Un sofá roto yace al lado de una televisión destartalada y una mesa tirada.

Observo dos puertas: una detrás del televisor y otra a la derecha, junto a una escalera. A mi derecha, un mostrador polvoriento me indica lo que alguna vez fue la recepción del hotel.

De repente, escucho voces y pasos. Me escondo tras una columna, agudizando el oído.

— ¿Cómo te va a ganar una mujer? –dice uno de los hombres, burlándose.

— ¡Cállate, imbécil! Me agarró desprevenido –responde el otro, molesto.

Pasan frente a mí y se dirigen hacia la puerta que da a la izquierda. Desde mi escondite, logro observarlos mejor: uno es el hombre con el palo con clavos; el otro, aunque parecía desarmado al principio, lleva una funda de pistola que apenas asoma bajo su campera.

Abren la puerta, revelando un pasillo que conduce a la cocina. Comienzan a buscar entre los utensilios, generando ruido con ollas y cubiertos.

Salgo del hotel con cautela y rodeo el edificio, buscando otra entrada. Las ventanas y balcones de las habitaciones están demasiado altos como para alcanzarlos. Al final, encuentro una puerta trasera que supongo conduce a la cocina, pero es imposible usarla: los hombres están allí dentro.

Suspiro, sintiendo una mezcla de frustración y duda.

"¿Qué estoy haciendo? Están armados y son mayoría. ¿Por qué estoy haciendo esto?"

El odio hacia la humanidad me consume. Antes habría intentado hablar con estas personas, buscar una alianza. Pero después de todo lo que he pasado, prefiero la soledad.

Vuelvo la vista hacia el lago. La nieve cae con más fuerza, cubriendo lentamente la playa entre la calle y el agua. De repente, veo movimiento: seis infectados deambulan por la playa. Un plan peligroso empieza a formarse en mi mente.

Me arrodillo y saco unos petardos de mi mochila, que encontré en una casa abandonada en Don Bosco camino al Cerro Campanario.

Me acerco al frente del hotel, asegurándome de que los hombres siguen ocupados en la cocina. Los ruidos de las ollas me lo confirman. Enciendo un petardo y lo lanzo hacia la calle, cerca de la playa. Corro de vuelta al recibidor del hotel y me escondo detrás del mostrador.

El petardo explota, y los infectados reaccionan al ruido, avanzando rápidamente hacia el origen del sonido.

Los hombres en la cocina dejan de hacer ruido. Puedo imaginar su incertidumbre al escuchar el estruendo y los gruñidos de los infectados. Enciendo otro petardo y lo lanzo hacia la puerta de la cocina. Explota segundos después.

Los infectados, atraídos por el ruido, entran al hotel. Uno de ellos tropieza con los fragmentos de vidrio del ventanal y queda atrapado, gritando enloquecido. Los demás lo ignoran y continúan avanzando.

De repente, la situación se descontrola. De los seis infectados originales, ahora hay más de diez. Los hombres empiezan a disparar y gritar, el sonido de las balas mezclándose con los alaridos de los monstruos.

Espero detrás del mostrador, escuchando el caos. El ruido de las ollas cayendo, los pasos frenéticos y los gritos se desvanecen poco a poco.

Es mi momento.

Saco varias cuchillas caseras de mi mochila. Algunas son cuchillos modificados, otras están hechas de tijeras con mangos improvisados de cuerda o tela. Son armas simples pero efectivas. Un hombre me enseñó a fabricarlas y usarlas hace años.

Me acerco lentamente a la puerta de la cocina. Los gritos me guían.

— ¡Noooo! ¡Ayúdame, Gustavo! –un hombre grita desesperado, sus palabras llenas de pánico.

— Lo siento... –responde Gustavo con la voz rota, casi sollozando.

Llego al marco de la puerta y veo la escena: dos infectados están devorando al hombre del palo con clavos. Su cuerpo yace inerte, con lágrimas secándose en su rostro. Su mirada vacía está fija en Gustavo, que sigue luchando.

Gustavo, sin balas, utiliza una cuchilla de cocina para defenderse. Consigue matar a uno de los infectados, pero el otro, que estaba devorando a su compañero, se lanza sobre él.

Lanzo dos cuchillas al otro que seguia devorando a este hombre. La primera se clava en la nuca del infectado; la segunda solo roza su cuello, pero es suficiente. El infectado cae muerto sobre el cadáver del hombre del palo. Solo quedan ese hombre Gustavo y el infectado.

Gustavo, aunque herido, logra sobrevivir al enfrentamiento. Su respiración es pesada, y sus movimientos son lentos. Camino hacia él con pasos tranquilos, cruzando el umbral de la cocina.

Cuando me ve, sus ojos reflejan odio y desesperación.

— ¿Tú... tú los trajiste? ¡Maldita basu...!

No termina su frase. Una de mis cuchillas lo silencia al clavarse en su garganta con precisión.

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