Esther era la hija ilegítima de una familia acaudalada, cuya hermana decidió irse por "amor" con el hombre que ella tanto amaba. Él contra de Arthur, un vaquero muy apuesto, era su pobreza y cuando su hermana sintió en carne propia lo que era el hambre, decidió abandonarlo junto a su hija recién nacida, para irse con su amante.
Pese a que su cuñado intentó por todos los medios salir adelante, no tuvo de otra más que recurrir a ser un bandido, encontrando así su muerte y la de su hija. Por eso, usando su habilidad secreta, Esther hará un trato con el mismo diablo y si logra traer de regreso las almas de ellos, que han reencarnado en otro mundo, dentro de la historia de "La amante del embajador" este haría que por fin ellos tuvieran un final feliz.
¿Logrará darle una nueva vida a su cuñado?
¿Podrá su sobrina al fin tener una existencia tranquila?
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CAPÍTULO 4
En tanto que Penélope miraba con dolor a su cuñado, pese a todo, él era un buen hombre, pero como ella, ambos estaban atados entre la espada y la pared.
Si su piel fuera de un color claro, el apuesto hombre fuera un tomate andante; sin embargo, aquello no fue impedimento para que todos los sirvientes lo observaran iracundo, entrando con cólera en su despacho, destrozando todo lo que allí había adentro. Se había olvidado incluso de su único hijo, un pequeño de nueve años que, al escuchar todo el alboroto, tuvo que esconderse bajo su cama, asustado.
Maldiciendo el haber aceptado en primer lugar el puesto de embajador, que anteriormente le había pertenecido a su fallecido padre, Alexander se sentó en el piso mientras bebía a lo loco varias botellas de vino. No es que le doliera la infidelidad, pero le hacía sentir impotente el nivel de poder que personas como ella, malvadas a más no poder, tenían sobre sus acciones.
Recapacitando lo poco que el alcohol le dejaba, sintiéndose infeliz, ya que si su esposa podía jugar ese juego, pensó que él también podía hacerlo. No obstante, para eso necesitaba ayuda, así que llamó a su asistente; sin embargo, este se encontraba tan profundamente dormido que aún le costaba levantarse y llegar al tiempo que el embajador quería.
—¿Qué ocurre?—preguntó Penélope.
Su cuñada había bajado, ataviada con su pijama y una cofia que cubría su largo cabello negro, exaltada tras el bullicio. Fue así que, luego de recibir una explicación del mayordomo principal de Alex, quien no se atrevía a entrar a su despacho, ella tomó la iniciativa.
—¡Lady Penélope!—gritó el mayordomo en vano.
La mujer no solo había ingresado de rapidez a la oficina de Alex, sino que había cerrado con seguro está. Dejándose guiar por la luz de la luna, la cual era la única en el sombrío lugar, pudo encontrar al esposo de su hermana, cabizbajo, observando a tientas la botella casi vacía de vino en sus manos.
La mujer no solo había ingresado de rapidez a la oficina de Alex, sino que había cerrado con seguro está. Dejándose guiar por la luz de la luna, la cual era la única en el sombrío lugar, pudo encontrar al esposo de su hermana, cabizbajo, observando a tientas la botella casi vacía de vino en sus manos.
—¿Penélope?—preguntó en un susurro.
Su cuñada tenía un aroma en particular que siempre le llamó la atención; sin embargo, bajo sus grises y gruesas ropas, era lo único "especial" que mostraba a simple vista. Un olor propio de rosas con jazmín mezclado, pero sin ser fuerte como para ser empalagoso.
—Aquí estoy, mi lord—le respondió arrodillándose frente a él.
—Ser encontrado así por una mujer—dijo en voz baja limpiando una de sus lágrimas—¿Soy muy patético, no?
—Si usted es patético—respondió ayudándolo a levantarse—¿Entonces, qué es mi hermana?
Con cuidado, la mujer ayudó a su cuñado a llegar hasta el sofá; no obstante, al momento de dejarlo sentado, terminó cayendo en sus brazos, por lo que tuvo que sentarse en sus piernas para intentar reacomodarse. Pero, justo cuando iba a apartarse, su cuñado la abrazó con fuerza, mientras se embriagaba con su aroma, hundiendo su nariz en su cuello.
—Me gusta tu perfume—dijo mientras seguía oliendo—¿Cuál es?
Su idea era, antes de ir a algún burdel, poder comprar ese mismo perfume y hacer que su amante lo usara. Ya que, si su esposa era capaz de utilizar su estatus para engañarlo, entonces, él lo haría.
—¿Piensa que alguna mujer lo use?—preguntó.
Alex levantó sorprendido su mirada, curioso por saber como fue que Penélope se dio cuenta de sus intenciones. La mujer, mordiéndose un poco los labios, acarició con suavidad las orejas de su cuñado y con dulzura se acercó a su oído.
—En media hora, si es capaz de aguantar, lo estaré esperando en su habitación—le dijo en un susurro antes de morder su oreja—no se arrepentirá.
Alexander se quedó estático, luchando entre su estado de embriaguez y su estado de sorpresa por la actitud de su cuñada, la cual se había ido tan solo un segundo, manteniendo su compostura firme como antes.
Mareado a más no poder, se dio cuenta qué había pasado cuarenta de los treinta minutos de espera que su cuñada le había dicho, por lo que, curioso por saber lo que pasaría, anhelando que aún estuviera ella pese a los 10 minutos de demora, subió ante la atenta mirada de los últimos criados en turno, rumbo a sus aposentos.
Al principio lo que vio fue oscuridad, ni siquiera su chimenea fue encendida y tampoco había permitido a su mayordomo ingresar para ayudarlo.
—O tiene miedo o piensa que esto no es real—preguntó.
—¿Penélope?—preguntó.
Estaba tan mareado del sueño que, ni siquiera, pensó que la mujer al frente de él fuera realmente su cuñada.
El cabello largo de la joven caía en una bella cascada, mientras su cuerpo se marcaba gracias a aquella bata de seda blanca que contrastaba aún más con su bella piel.
Lo más curioso fue que aquella mujer, pese a que ya sabía quién era, portaba un antifaz blanco que cubría la mitad de su cara.
—¿Cómo entraste sin que los demás te vieran?—cuestionó sentándose en su cama.
—Tengo mis trucos—respondió sentándose de nuevo en sus piernas—Alex...
Al sentir como, de manera seductora, su cuñada lo empujó hacia atrás, mientras su busto se abría, permitiendo ver gran parte de su piel, Alex sintió un mareo aún más fuerte que el provocado por el vino.
El suave toque de las manos de Penélope y su aroma embriagador lo envolvieron en una nube de deseo y confusión. Pero, incluso en su estado, no podía dejar de pensar en su esposa y en el abismo creciente entre ellos, producto de su cruel traición.
Penélope notó su vacilación y, con una sonrisa que mezclaba comprensión y desafío, se acercó aún más, sus labios casi rozando los de él.
—No pienses en mi hermana—susurró, sus dedos jugando con un mechón de su cabello—esta noche, solo quiero que olvides todo lo demás. Déjate llevar, Alex.
Alex cerró los ojos, intentando luchar contra la mezcla de culpa y deseo que lo invadía. Pero la cercanía de Penélope, su calidez y su aroma, lo estaban venciendo.
i puedan ser felices cuando todo termine😮💨😮💨