Secretos, envidia, poder, dinero y traiciones, son el ingrediente perfecto para un desenlace trágico.
La traición aveces viene de la propia sangre, y la lealtad se paga con ella también.
El día que descubrió la verdad, el mundo de Érika se tambaleó.
La traición de una persona querida, la muerte de su padre y la revelación de que ella era la heredera de aquel secreto familiar tan bien guardado, la empujaron a una nueva realidad, todo es nuevo y peligroso para ella, podrá lograr seguir su vida?
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Capitulo 4 - Traiciónes
Cuando abrieron los bolsos, la expresión de Roberto cambió drásticamente.
—¡¿Pero qué mierda es esto?! —dijo Roberto, cambiando totalmente su semblante.
Dentro de los bolsos había unas bolsas plásticas cerradas herméticamente llenas de algo inesperado. Al abrir una de las bolsas, el hedor de la muerte lleno el aire. Javier retrocedió espantado, su rostro era testigo del horror.
—¡La puta que los parió! —gritó Roberto, su voz llena de rabia y desesperación. Al fondo de uno de los bolsos, había un papel doblado. Lo sacó y lo desdobló rápidamente, dejando caer una foto que traía adjunta. Su expresión se endureció al leer la nota y ver esa foto.
—¡¿Qué mierda es esto?! Viejo, ¿Qué pasa?—preguntó Javier un poco desesperado y muy horrorizado.
—Tu primo. Eduardo... ¡Esos pedazos de carne picada son tu primo!.—dijo Roberto antes de estallar en ira.
—¡Nos traicionaron! —exclamó Carlos, justo cuando el eco de disparos resonó en la distancia.
El pánico se apoderó del grupo, excepto por Roberto, está no era la primera vez para él. Los cinco comenzaron a correr hacia las camionetas, muy agitados.
—¡Vayan a las camionetas! ¡Traigan las armas la puta madre, dale, dale carajo! ¡La puta que los parió a estos rusos hijos de puta! ¡Hay que hacerlos mierda!—gritaba Roberto, su voz era una mezcla de desesperación y furia.
Los disparos se hacían más intensos y cercanos. El sonido de las balas atravesando el aire era ensordecedor. Javier sintió el miedo apoderarse de él, pero la adrenalina lo impulsó a seguir corriendo.
—¡Dale pendejo, no te quedes atrás!—gritó Carlos, mientras ayudaba a Javier que casi se cae en el camino.
Llegaron a las camionetas y Roberto abrió la caja de una de ellas, sacando varias armas. Les lanzó un rifle de asalto a cada uno de sus hombres y a su hijo. El prefirió su Colt Python .357 con cartuchos 38 especial, esa es su revólver personal.
—¡A estos hijos de puta les voy a llenar el culo de plomo!—gritó Roberto, mientras daba instrucciones a sus hombres — No sean pelotudos, cúbranse bien —dijo mientras usaban los vehículos como escudo.
Los atacantes se acercaban, sus siluetas apenas visibles entre los árboles y las sombras del crepúsculo. Los disparos volvieron a resonar después de unos eternos minutos de silencio, y el intercambio de fuego comenzó.
—¡Estos soretes, nos la van a pagar!—gritó Roberto, disparando a las figuras en movimiento.
Javier, con las manos temblorosas, apuntó y disparó. El ruido era ensordecedor, y cada bala que salía de su rifle resonaba en su pecho. El miedo y la adrenalina se mezclaban en una tormenta de emociones que nunca había experimentado.
—¡Che viejo, hay que irnos a la mierda de acá! ¡Son demasiados! —gritó Javier, tratando de hacerse escuchar sobre el estruendo de los disparos.
—¡No nos vamos una mierda! ¡Esos hijos de puta, tenemos que matarlos! —respondió Roberto, obstinado. La furia en sus ojos era palpable, una mezcla de rabia y determinación.
Los atacantes se acercaban más, y la situación se volvía desesperada. Luis recibió un disparo en el cuello y cayó muerto instantáneamente, mientas Pedro recibió uno en las costillas, definitivamente estaban mal parados ante atacantes que posiblemente serían asesinos expertos.
—¡Hay que irnos, nos van a cagar matando a todos! —gritó Carlos, viendo abatidos en el suelo a sus dos compañeros.
Sin terminar de hablar, recibió un disparo en la cabeza.
—¡Viejo, déjate de romper las pelotas! ¡Vámonos a la mierda! ¡Nos van a hacer mierda! —insistió Javier, con la voz casi quebrada por el miedo y la desesperación.
Roberto, finalmente salió de su frenesí de rabia, y entendió la gravedad de la situación. Con un gesto rápido le indico a Javier que se prepare para subir a la camioneta.
—¡Dale subí a la camioneta, yo te cubro dale!—grito Robert, mientras Javier intentaba abrir la puerta.
Rápidamente, luego de que Javier entrara, Roberto se sentó al volante y piso el acelerador, el motor rigiendo mientras arrancaban.
Los disparos seguían, pero la distancia crecía. La camioneta se tambaleaba un poco por el terreno accidentado y lleno de baches, el corazón de Javier seguía latiendo con mucha fuerza en su pecho.
—¿Estás bien? —preguntó Roberto, mostrando por primera vez, un signo de preocupación por su hijo...
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