La última bocanada de aire se le escapó a Elena en una exhalación tan vacía como los últimos dos años de su matrimonio. No fue una muerte dramática; fue un apagón silencioso en medio de una carretera nevada, una pausa abrupta en su huida sin rumbo. A sus veinte años, acababa de descubrir la traición de su esposo, el hombre que juró amarla en una iglesia llena de lirios, y la única escapatoria que encontró fue meterse en su viejo auto con una maleta y el corazón roto. Había conducido hasta que el mundo se convirtió en una neblina gris, buscando un lugar donde el eco de la mentira no pudiera alcanzarla. Encontrándose con la nada absoluta viendo su cuerpo inerte en medio de la oscuridad.
¿Qué pasará con Elena? ¿Cuál será su destino? Es momento de empezar a leer y descubrir los designios que le tiene preparado la vida.
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Capitulo XXIV Un momento de paz
La corte estalló en murmullos. El Rey miró a Alistair, cuyo rostro era de piedra. Este ataque era ineludible. Era una obligación legal firmada ante un testigo de la corona, y ponía a prueba el valor más preciado de Alistair: su honor.
Si él honraba el contrato, perdía a Elena y la estabilidad emocional que ella le había dado, pero mantenía su palabra. Si lo ignoraba, su reputación como hombre de honor se haría pedazos.
Miranda, ahora al lado de Valeska, miró a Elena con una sonrisa de victoria: el pasado había ganado.
Alistair, sin embargo, no miró el documento. Miró a Elena. Ella no se había desplomado; estaba de pie con la misma firmeza con que había enfrentado al Capitán Thorne. Le sonrió, una sonrisa de confianza y desafío.
Elena le estaba diciendo: Yo destruí las cartas; ahora destrúyeme este contrato.
Alistair se adelantó, su voz retumbó en el salón, calmando los murmullos.
—La Baronesa Valeska y Lady Miranda tienen razón. El documento existe. Yo, Alistair, firmé este acuerdo bajo el convencimiento de que la Condesa que tomaba por esposa no deseaba estar a mi lado. Mi honor me obligaba a darle una salida una vez que el deber estuviera cumplido.
Hizo una pausa dramática.
—Pero la mujer que firmó ese contrato ya no existe. Murió en el accidente. La mujer que está a mi lado es la Condesa Elena Alistair. Es la mujer que me ha demostrado lealtad, valor y una eficiencia estratégica inigualables. Ella ha defendido mi nombre, mi Casa y mi honor, y me ha dado una confianza que no había conocido nunca antes.
Alistair se acercó a Elena y tomó su mano con una firmeza absoluta.
—Por lo tanto, yo, Conde Alistair, anulo la anulación. El contrato que firmé con la obligación, ha sido superado por el pacto de amor y confianza que he forjado con la nueva Condesa Elena. Mi honor me obliga a defender a la mujer que me eligió.
Se giró hacia Valeska y Miranda. —La Condesa Elena y yo permanecemos casados. Y para demostrar la permanencia de nuestro vínculo y la salud de nuestro linaje, permítanme hacer un anuncio.
Alistair apretó la mano de Elena con ternura y dirigió una mirada de triunfo a la corte.
—Mi esposa, la Condesa Elena, está embarazada.
La sala estalló. Valeska se quedó sin aire, su rostro blanco como el pergamino. No solo Alistair había ignorado el contrato, sino que había asegurado el futuro de su linaje en el mismo instante de la revelación. El heredero sellaba el matrimonio para siempre.
Elena sintió que las lágrimas picaban en sus ojos. Ella no sabía que estaba embarazada (aún), pero entendió el sacrificio y la fe detrás de su audaz mentira. Alistair había apostado su honor por ella.
El Conde había elegido el amor y la confianza por encima de la regla y el deber. El juego había terminado.
Terminada la reunión en la presencia del rey tanto Elena como Alistair salieron del lugar, sus manos entrelazadas y el orgullo de haber derrotado a la Baronesa Valeska reflejado en sus rostros. Sin embargo, un nuevo problema estaba a la orden del día.
—Realmente no estoy embarazada, creo que fuimos muy lejos al decir eso. — comento Elena cuando estuvieron solos en la intimidad de su habitación.
—Estoy seguro de que si no lo está pronto lo estará, ahora no te preocupes por eso. — La calma de Alistair era tal que se la contagio a su esposa.
—La Baronesa no se quedará así, ella y mi madre buscarán la manera de separarnos. — Elena sentía que esas dos mujeres estaban detrás de algo más. Ya que Alistair no era el noble con mayor rango en la corte.
—Dejemos de pensar en eso y mejor centremos nuestra atención en buscar ese heredero de la casa Alistair.
Sin muchos rodeos ambos se entregaron a la pasión que solo los enamorados podían lograr, la noche fue larga y el amanecer tardo un poco más en llegar.
Con la derrota de la Baronesa en público y la audaz declaración de Alistair en presencia del Rey no solo invalidó el acuerdo de anulación, sino que destruyó la reputación de la Baronesa Valeska y Miranda de la Garza. Intentar sabotear el matrimonio y la paz del reino con un contrato olvidado era un acto de traición social y política.
Valeska, despojada de sus aliados y humillada, fue discretamente invitada por la corte a "pasar una larga temporada de reflexión" fuera de la capital. Se convirtió en una nota a pie de página, un ejemplo de la nobleza que priorizaba el rencor sobre la estabilidad.
Miranda de la Garza sufrió un destino más amargo. Su propio esposo, al enterarse de que ella había intentado destruir el matrimonio de su hija y, consecuentemente, la paz del reino, la desterró a una de sus propiedades más remotas. La familia De la Garza ya no era una amenaza; su único legado se había convertido en la vergüenza.
En cuanto al Capitán Leo Thorne, la Condesa Elena y el Conde Alistair usaron su influencia para garantizar que fuera reasignado a un puesto militar permanente en las fronteras más lejanas, asegurando que el fantasma de la traición nunca regresara a sus vidas.
Los meses siguientes fueron los más pacíficos y productivos que la Hacienda Alistair había conocido. Elena cumplió su promesa de eficiencia, revolucionando la administración. Introdujo un sistema de "gestión de inventario" para la bodega y un "protocolo de recursos humanos" para la servidumbre, que si bien se llamaban con términos de la época, eran puramente modernos y funcionaban con una precisión asombrosa. Alistair, por su parte, se convirtió en el defensor incondicional de su "visionaria" esposa.
La verdad del futuro de Elena nunca fue revelada al mundo, pero se convirtió en un secreto compartido que definía su matrimonio. Alistair, aunque nunca admitió creer literalmente en los "avances tecnológicos" o la "brujería digital", respetaba la mente de Elena como si fuera un poder incomprensible pero real.
Una tarde, mientras revisaban los libros de cuentas en el estudio, Elena sonrió y deslizó su mano sobre la de Alistair.
—Conde, el anuncio que hizo en la corte... ¿recuerda?
—Claro que lo recuerdo, Condesa. Una excelente pieza de estrategia política —respondió Alistair, devolviéndole el apretón.
—Pues parece que nuestra eficiencia ha rendido sus frutos. El heredero de la Casa Alistair ya no es una estrategia, sino un hecho.
Los ojos de Alistair, siempre sobrios, brillaron con una alegría profunda e incontrolable. Se levantó y tomó a Elena en sus brazos, alzándola en el aire.
—Has salvado mi honor, has asegurado mi linaje y has traído la felicidad a esta Casa, Elena. Eres la mujer más extraordinaria que he conocido, seas de esta época o de diez siglos en el futuro.