La vida de Lucía era perfecta… hasta que invadieron el reino. Sus padres murieron, su hermano desapareció, y todo fue orquestado por su tío, quien organizó una revuelta para quedarse con el trono.
> Lo peor: lo hizo desde las sombras. Después del ataque al palacio, él supuestamente llegó para salvarlos, haciendo retroceder al enemigo y rescatando a la pequeña princesa, quedando así como un héroe ante todos.
> ¿Podrá Lucía descubrir la verdad y vengar a su familia?
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Bastante peligrosa para alguien que ofrece manzanas
Ya habían pasado dos horas. El silencio en la cabaña comenzaba a pesar.
—¿No tienes hambre? —pregunté, rompiendo la quietud.
—Un poco —respondió él, su voz tranquila, casi melancólica.
—Pues yo tengo mucha. Creo que cuando llegamos vi unas manzanas afuera —dije, sintiendo cómo la idea de algo fresco y crujiente me impulsaba a moverme. Me apresuraba a salir de la cabaña.
—¡Espera! —la voz de Richard me hizo detenerme en seco—. Puede ser peligroso.
Me giré, una sonrisa tranquilizadora en mi rostro. —Solo saldré un momento.
—Yo iré por ellas —se ofreció, dando un paso adelante.
—No, tú no vas. Estás herido en el brazo —le recordé, mi tono firme.
—Solo es una herida superficial —insistió, aunque su expresión mostraba un atisbo de dolor.
—Aun así, no lo fuerces —le dije, mi preocupación genuina.
Salí, el aire fresco de la noche acariciándome el rostro. Encontré las manzanas, recogí algunas y regresé a la cabaña.
—¿Quieres unas? —le ofrecí, extendiendo la mano con las frutas.
—Sí —contestó, una leve sonrisa iluminando su rostro mientras aceptaba una.
Nos pusimos a comer en silencio, cada mordisco un pequeño placer. Hasta que de pronto, él rompió la calma, su mirada fija en mí.
—Tengo curiosidad... ¿Qué hacías por este lugar? Tengo entendido que pocas personas tienen permiso para acercarse al lago.
Guardé silencio, sopesando mis palabras. No quería revelar demasiado, pero su pregunta era directa.
—¿No me contestarás? Entonces adivinaré —dijo, sus ojos observándome con una intensidad fascinante.
Me limité a mirarlo, una pequeña sonrisa asomando en mis labios.
—Tengo dos hipótesis —continuó—. La primera, que descarto porque me ayudaste, es que eres una asesina.
Hice una mueca, sin poder evitarlo, pero no dije nada.
—La segunda: eres buena con la espada, y estabas justo en territorio de los Lauren. Eso me hace pensar que eres un soldado. ¿Cierto?
Sus palabras eran precisas, casi inquietantes. —Eres muy perspicaz... Sí, soy un soldado —respondí, mi voz firme, pero sin añadir más detalles. No iba a decirle exactamente quién era a un completo desconocido.
Él me miró, y en sus ojos vi una mezcla de admiración y una curiosidad que parecía ir más allá de lo superficial. —Aparte de ser hermosa, eres un soldado interesante.
—¿Siempre eres así de curioso? —le pregunté, mi tono teñido de intriga.
—Solo cuando tengo frente a mí a una mujer misteriosa y valiente —respondió él, su voz suave, casi juguetona. Decidí cambiar el rumbo de la conversación—. ¿Y tú? ¿Qué hacías cerca del lago, si pocos tienen permiso?
—Digamos que tengo mis propios secretos —replicó, devolviéndome la mirada con una sonrisa—. Aunque, si tú me cuentas uno, yo podría revelarte uno mío. Intercambio justo, ¿no crees?
Me encogí de hombros, una sonrisa dibujándose en mis labios. —No confío mucho en los intercambios justos. Siempre hay alguien que sale ganando más.
—Entonces déjame ganar un poco —dijo, inclinándose apenas hacia mí, sus ojos fijos en los míos—. Prometo no abusar de la ventaja.
Una risa se escapó de mis labios, a pesar de querer verme seria. —Eres bastante encantador para alguien con el brazo herido.
—Y tú bastante peligrosa para alguien que ofrece manzanas —replicó, devolviéndome la mirada con una intensidad que me hizo sonreír.
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En la finca de los Lauren, el duque estaba visiblemente preocupado, su andar nervioso lo delataba mientras rondaba de un lugar a otro. Se detuvo frente al ventanal que ofrecía una vista panorámica del extenso bosque, susurrando con angustia:
—Esto no puede estar pasando... —murmuró, la voz cargada de inquietud—. La princesa Lucía debió haber regresado hace horas. ¿Y si algo le ha sucedido?
La duquesa Dayana, sentada con una elegancia innata en un diván de terciopelo azul, observaba a su esposo. Su semblante era sereno, pero en la profundidad de sus ojos se adivinaba una inquietud contenida. A su lado, se encotraba su hija Rosalin.
El día anterior, al llegar a la finca, el duque Lauren y la duquesa Dayana habían acordado tener una cita especial. Planeaban un paseo por el pueblo y una cena romántica en el restaurante favorito de la duquesa. Hacía tiempo que no disfrutaban de un tiempo de calidad como pareja, especialmente porque el duque había estado en la frontera. Por ello, un mes atrás, le había pedido a su mayordomo que hiciera una reserva. Sabía que conseguir un lugar en aquel restaurante tan codiciado era una tarea difícil, pero la fama del lugar había sido suficiente para que el mayordomo lograra la ansiada reservación. Sin embargo, ahora todos esos planes se veían empañados por la ausencia de la princesa Lucía. Según uno de los soldados de la princesa, ella había salido temprano a montar, y desde entonces, habían transcurrido muchas horas sin noticias suyas.
—Mandaré a los guardias a buscarla —anunció el duque Lauren a su esposa e hija, la decisión firme en su voz.
Rosalin intervino con una calma que contrastaba con la agitación de su padre:
—Padre, no creo que le haya pasado nada malo. Seguro ya no tarda. Además, es una excelente jinete y sabe usar la espada. Tú y mamá ya tenían planes. La princesa aparecerá pronto. A veces pierde la noción del tiempo, tal vez se distrajo con el paisaje del lago. No dudo que aparezca en un rato.
El duque se volvió hacia su hija, su rostro reflejando una mezcla de frustración y preocupación.
—Es que no entiendes, Rosalin —replicó, su tono volviéndose más intenso—. Le prometí al Rey que cuidaría de su sobrina, y ya está perdida en el segundo día aquí.
—No te alteres, querido —dijo la duquesa Dayana, su voz suave, pero firme, intentando apaciguar los ánimos—. Rosalin tiene razón. Esperemos un rato más. Si no llega en una hora, mandaremos a buscarla.
—Sí, padre, la princesa Lucía llegará, ya verás —añadió Rosalin, con una sonrisa tranquilizadora.
—¿Una hora...? —repitió el duque, su mirada fija en el imponente reloj de péndulo que marcaba las cinco en punto. Respiró hondo antes de añadir—: Está bien. Pero si no aparece antes del anochecer, movilizaré a todos los soldados disponibles. No descansaremos hasta encontrarla.
La duquesa asintió, su mano, acariciando el brazo de su esposo.
—Así sea, mi amor. Pero confiemos en que regresara.
Rosalin, por su parte, se levantó y se acercó a la ventana, sus ojos escrutando la línea de árboles que bordeaba la finca, una silenciosa plegaria en sus labios. La tensión en la habitación era palpable, cada tic-tac del reloj parecía amplificar la creciente ansiedad.
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"Creo que ya pasó bastante tiempo, no veo que ellos sigan afuera", le digo a Richard, sintiendo una punzada de impaciencia.
Él asiente, su mirada perdida por un momento en la oscuridad que se cierne sobre nosotros. "Sí, espero que ya no estén", responde, con un murmullo bajo. "Creo que será mejor regresar".
Lo observo, la decisión ya tomada en su postura. "Dime, ¿quieres que te lleve en el caballo?", le pregunto, ofreciendo la última cortesía antes de separarnos.
Richard niega con la cabeza, una leve sonrisa cruzando sus labios. "No es necesario. Mis hombres ya deben de saber dónde estoy".
"Si así lo deseas, no hay problema", respondo, aceptando. "Adiós", digo, dándome la vuelta para emprender mi camino hacia la salida.
Un instante después, su voz me detiene en seco. "Te volveré a ver", pregunta.
Me giro lentamente, con una sonrisa en mi rostro. "No lo sé... tal vez", respondo, dejando la puerta abierta y saliendo del lugar.
Al salir de la cabaña, subo al caballo con rapidez. Lo hago correr a todo galope por el sendero serpenteante. Necesito llegar cuanto antes a la finca. Los duques deben estar preocupados, y no sé qué excusa darles. ¿Les digo la verdad? Que había asesinos merodeando cerca... No, eso podría alarmarlos demasiado. Podrían avisar a mi tío, y él me obligaría a regresar al reino. Y no quiero eso. Apenas es el segundo día aquí. No, mejor no decir nada. No todavía.
Después de un largo rato cabalgando, finalmente diviso la finca entre los árboles. Me dirijo directo a las caballerizas. Al desmontar, escucho voces alteradas dentro del establo.
—¡Apártate! Voy a sacar un caballo —dice Mark con urgencia.
—¡Espera un poco más! —responde otra voz, tensa—. Sé que estás preocupado, pero debemos ir juntos. No conocemos bien el terreno.
—¡No lo entiendes! Fue mi culpa. Yo mismo ensillé el caballo para que la princesa saliera a pasear. Pero no ha regresado en todo el día. ¡Apártate, necesito ir a buscarla!
Entro al establo con paso firme.
—No hace falta, soldado. Ya he regresado.
Ambos se giran de golpe.
—¡Princesa! —exclaman al unísono.
Mark se adelanta, visiblemente aliviado.
—Estábamos muy preocupados, Alteza. No regresó en todo el día. Pensamos que algo le había ocurrido.
—Solo me distraje más de lo debido. El paisaje es hermoso y el tiempo se me fue volando. Desencilla el caballo, por favor. Debo ir a ver a los duques.
—A sus órdenes, princesa —dice Mark, inclinando la cabeza.
Sin más, salgo del establo y me dirijo al salón principal. Al entrar, veo a los duques sentados junto a Roselin, que se pone de pie al verme.
—Buenas tardes, duques... Roselin. Lamento la demora.
Roselin corre hacia mí y me abraza con fuerza.
—¡Lucía! ¿Dónde estabas? Nos preocupaste muchísimo. Pensamos que te había pasado algo.
—Salí a dar un paseo. Quería ver el lago que me mencionaste, Roselin. Es realmente hermoso. Pero perdí la noción del tiempo... y luego decidí visitar la cabaña del bosque. Me quedé dormida allí. Tal vez aún estaba cansada del viaje. Lamento haberlos preocupado.
El duque me observa con el ceño ligeramente fruncido.
—Está bien, princesa... aunque su explicación me deja algunas dudas.
La duquesa interviene con una sonrisa suave.
—Lo importante es que ha regresado sana y salva. Si desea retirarse a su habitación, por supuesto.
—Gracias, duquesa. Eso haré.
Roselin me toma del brazo antes de que me marche.
—¿Estás segura de que estás bien? ¿No pasó nada extraño?
La miro con una sonrisa tranquila, aunque por dentro aún siento el peso de lo vivido.
—Estoy bien, Roselin. Solo necesito descansar un poco.