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Capitulo 2:
El mensaje me golpeó con la fuerza de una piedra lanzada directo al pecho:
"mi Reyna", cuánto tiempo sin saber de ti, ¿podremos vernos? Te extraño."
El asco me recorrió de inmediato, desde el estómago hasta la garganta.
Mis dedos temblaron sobre el ratón y cerré la ventana casi al instante, como si con eso pudiera borrar también la sensación de suciedad que me dejaba leerlo.
No entendía si era un enfermo que se convencía a sí mismo de otra realidad o si simplemente había decidido ignorar el peso de sus actos.
Pero lo que él me hizo tiene un nombre.
Y no importa si es aquí o en la mismísima China:
violación.
Mi respiración se agitó.
Sentí ese nudo en el estómago, el mismo que me había acompañado cada noche desde entonces.
Y, sin quererlo, los recuerdos me arrastraron de vuelta.
RECUERDOS
—Mamá, papá, prometo que no voy a tardar. Estaré aquí antes de la una de la madrugada. —Mi voz sonaba ansiosa, casi rogando.
Pablo me había invitado a una fiesta en su casa y no quería perder la oportunidad de compartir con sus amigos, de sentirme parte de su mundo.
Mi padre me miró con esos ojos serios que siempre lograban hacerme dudar.
—Mi princesa, ese chico no me da buena espina —dijo, con un tono firme que se clavó en mi pecho.
Me hervía la sangre.
Me crucé de brazos, conteniendo la rabia que me provocaba su desconfianza.
—Papá, ¡es mi novio! Y él nunca me ha faltado al respeto —recalqué, alzando la voz más de lo que debería.
Mi madre intentó suavizar la tensión, como siempre lo hacía.
—Ernesto, solo por esta vez déjala ir. Yo tampoco estoy de acuerdo en que vaya, pero… ella ya tiene veintidós años. Sabe cuidarse sola. —Sus palabras buscaban equilibrio, pero en mi interior sentí que me entregaban un voto de confianza que no quería defraudar.
Mi padre se pasó una mano por el cabello, frustrado, como si algo dentro de él le gritara que no debía ceder.
Finalmente suspiró y accedió.
—Está bien —dijo seco, sin mirarme a los ojos—. Pero tu hermano te llevará.
Un alivio me recorrió el cuerpo.
La emoción me nubló el juicio y lo abracé antes de que cambiara de opinión.
—¡Gracias, papá! Te lo prometo, voy a regresar temprano.
Esa promesa fue la primera que rompí.
Mi hermano me acompañó hasta la casa de Pablo, conduciendo el auto que mis padres le habían prestado.
Apenas llegamos, estacionó frente a la puerta y se inclinó hacia mí.
—¿Segura que no quieres que me quede? —
preguntó, desconfiado, con esa expresión que nunca podía esconder.
Rodé los ojos.
—Estaré bien, no seas exagerado. Es solo una fiesta, todos van a estar allí.
Él me observó unos segundos más, como si quisiera leer algo detrás de mi sonrisa forzada.
Pero al final se resignó.
—Está bien… pero cualquier cosa me llamas.
Asentí con rapidez, bajé del auto y caminé hacia la puerta iluminada de la casa de Pablo.
Nunca imaginé que ese sería el comienzo de mi peor pesadilla.
—¿Necesitas que me quede contigo? —
preguntó mi hermano, con esa mezcla de desconfianza y protección que siempre me incomodaba un poco.
Sacudí la cabeza, intentando sonar segura, aunque por dentro tenía ese cosquilleo extraño que no quise interpretar.
—No te preocupes, puedes irte a casa. Gracias, hermanito. —
Forcé una sonrisa, y él terminó devolviéndomela, como si quisiera transmitirme calma.
—Vendré por ti faltando un cuarto para la una —me advirtió, mirándome con seriedad.
Asentí sin darle mayor importancia.
Un abrazo rápido y luego lo vi marcharse en el auto, perdiéndose entre las luces de la calle.
Respiré hondo y me giré hacia la entrada.
Las puertas estaban abiertas de par en par, y el sonido de la música retumbaba hasta el suelo, vibrando en mi pecho.
El aire olía a alcohol mezclado con perfume barato y humo de cigarrillo.
Personas que apenas conocía bailaban, reían, se abrazaban como si el mundo fuera un carnaval sin fin.
Me abrí paso entre la multitud, saludando con un gesto tímido a quienes cruzaban sus miradas conmigo, hasta que lo vi.
Pablo estaba en la cocina, inclinado frente al refrigerador mientras acomodaba botellas de licor como si fueran tesoros.
Me acerqué hasta la isla, apoyando mis manos en la fría superficie de mármol.
—Hola, amor. Sorpresa. —
Mi voz sonó ligera, juguetona, como si realmente no hubiera tenido que convencer a medio mundo para estar allí.
Él levantó la mirada y sonrió, con un dejo de sorpresa en sus ojos.
—¡Vaya! Pensé que a Rapunzel nunca la iban a dejar salir de su torre. —
Soltó su típica broma, esa que siempre me hacía rodar los ojos, pero esta vez solo sonreí.
Pablo se dio la vuelta hacia el refrigerador, buscó algo en su interior y, segundos después, giró de nuevo hacia mí con una cerveza en la mano.
Ya estaba destapada.
—Toma. —
Me la extendió con naturalidad.
La miré con duda.
La espuma en la boquilla delataba que había sido abierta hacía unos minutos.
Mis dedos se quedaron flotando a pocos centímetros del vidrio, indecisos.
Él lo notó de inmediato.
—La había destapado para mí, pero puedes beberla tranquilamente. —
Me sostuvo la mirada con esa seguridad que me desarmaba, como si todo lo que dijera fuera incuestionable.
Tragué saliva.
En mi interior una pequeña voz gritaba que algo no estaba bien, pero la apagué.
Pablo era mi novio.
El chico al que había defendido con uñas y dientes frente a mi padre esa misma tarde.
¿Qué sentido tenía desconfiar de él ahora?
Tomé la botella y le di un sorbo.
El líquido frío me bajó por la garganta, arrastrando consigo mi resistencia.
Me convencí de que estaba exagerando, de que todo estaba bien, de que allí nada malo podía pasar.
Me equivoqué.