Aldana una joven doctora que cuando con un prometedor futuro, cambia su destino al cometer un gravisimo error...
NovelToon tiene autorización de abbylu para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
capítulo 24
El calendario marcaba ya las treinta semanas de embarazo. Aldana comenzaba a hincharse con facilidad, su espalda dolía más que nunca y el simple hecho de levantarse del sofá era toda una hazaña. Aun así, seguía siendo fuerte. O, al menos, lo intentaba cada mañana, cuando se peinaba frente al espejo y se repetía que podía con esto.
Leonardo trabajaba desde casa, convertido en una especie de enfermero multitarea. Richard se encargaba de las compras, cocinaba, y Sarah… Sarah observaba. Siempre a cierta distancia, como si temiera romper algo con solo acercarse.
Esa tarde, mientras Aldana leía en el sillón con una almohada sobre las piernas y una infusión de manzanilla humeando en la mesita, Sarah se acercó con pasos tímidos.
—¿Te molesta si me siento contigo un momento? —preguntó con una voz que parecía más joven de lo habitual.
Aldana la miró, sin levantar completamente la vista del libro. Dudó. Luego asintió.
Sarah se sentó al borde del sillón, con las manos sobre las rodillas. Había algo tembloroso en su postura, como si las palabras le pesaran demasiado.
—¿Cómo te sientes hoy?
—Cansada —respondió Aldana, sin rodeos—. Con acidez. Y con los pies hinchados como globos. Pero… el bebé está bien. Y eso es lo único que importa.
Sarah asintió. Hubo un silencio largo, interrumpido solo por el leve sonido de la taza sobre el platito.
—He estado pensando mucho en todo —dijo al fin—. En lo que te hice pasar. En lo que no vi. Y en lo que sí vi... pero no quise enfrentar.
Aldana cerró el libro con lentitud, dejándolo sobre su vientre.
—¿Y qué viste, mamá?
Sarah tragó saliva.
—Vi a una niña que siempre trataba de complacer. Que quería demostrar que era suficiente… pero a la que nunca le di espacio para ser ella misma. Vi a alguien que necesitaba a su madre, y yo… estaba demasiado ocupada exigiendo perfección. Pensé que, si te hacía fuerte, te protegía. Pero solo te hice sentir sola.
Aldana la observó largo rato. No había enojo en sus ojos, pero tampoco consuelo inmediato.
—No sé si puedo perdonarte todavía —dijo con honestidad—. Pero te estoy dejando estar aquí. Y eso ya es un comienzo.
Sarah asintió, limpiándose discretamente una lágrima con la manga del suéter.
—Lo sé. No espero que me perdones rápido. Solo… quiero hacerlo bien esta vez. A mi ritmo, al tuyo. Como tú lo necesites.
Aldana suspiró, dejando caer la cabeza hacia atrás.
—Podrías empezar masajeándome los pies —dijo finalmente, en un intento por aliviar la tensión.
Sarah soltó una risa temblorosa.
—Claro. Sería un honor. Aunque hace años que no hago algo así…
—Créeme, no puedes hacerlo peor que Leonardo —murmuró con una leve sonrisa.
Y por primera vez en mucho tiempo, ambas compartieron una risa auténtica. Pequeña, frágil, pero real.
Esa noche, mientras Leonardo acariciaba su vientre y sentía las pataditas del bebé, Aldana cerró los ojos en silencio. No todo estaba resuelto. No todas las heridas estaban sanadas. Pero, al menos, las grietas comenzaban a llenarse con algo parecido al perdón. Y más pronto de lo que ambas imaginaban, todo ese odio y rencor comenzaría a transformarse en amor.
Y eso ya era más de lo que Aldana había imaginado meses atrás.
---
Por otra parte, en Londres…
La boda se había aplazado sin nueva fecha. No por falta de amor —o eso quería creer Laura—, sino por la urgencia de otras prioridades. Sarah les había contado con voz quebrada el delicado estado de Aldana, y tanto ella como Richard decidieron quedarse en Los Ángeles hasta que todo estuviera bajo control.
Sebastián, aunque asintió en silencio cuando se lo comunicaron, no pudo evitar sentir una punzada extraña en el pecho. Su Aldana estaba embarazada. Muy embarazada. Y no de cualquier hombre.
De Leonardo.
La noticia había sido como una bofetada. No pudo felicitarlo. No pudo siquiera encontrar palabras neutras. Porque, en el fondo, algo dentro de él se resistía a aceptar que ese fuera el final de una historia que había vivido en silencio. Desde el amor que nunca fue. Desde la lealtad que ahora se sentía traicionada.
Cuando llegaron al departamento, Aldana estaba recostada en el sofá con las piernas en alto y un enorme cojín detrás de la espalda. Laura entró con una sonrisa amplia y una bolsa de regalos en la mano.
—¡Hola, futura mamá! —dijo con una alegría algo forzada, acercándose para abrazarla con cuidado—. Te traje cositas. Unas mantitas, baberos, y… chocolates. Porque eso siempre ayuda.
Aldana rió con suavidad.
—Gracias. Necesitaba un poco de azúcar y menos drama.
Laura se sentó a su lado, tomando su mano con calidez. Sebastián, en cambio, se quedó de pie cerca de la puerta, mirando alrededor sin saber muy bien dónde posar la mirada. Leonardo apareció desde la cocina, dándoles la bienvenida con cortesía, aunque su tensión era evidente.
—Sebastián —dijo finalmente—. Gracias por venir.
—No vine por ti —respondió él, con un tono seco que dejó el aire helado por un instante.
Aldana frunció el ceño.
—¿Pueden, por favor, no hacer esto aquí?
Leonardo asintió. Dio un paso atrás, mordiéndose la lengua.
Laura miró a su prometido con atención. Lo había notado desde hacía días: ese modo en que evitaba las conversaciones, la forma en que sus ojos se perdían como si su mente estuviera a kilómetros. Pero ahora, en esa respuesta cortante, había algo más.
—¿Sebas? —susurró, cuando por fin lograron quedarse a solas en el pequeño balcón del departamento—. ¿Estás bien?
Él miró hacia la calle con las manos en los bolsillos.
—Sí… no es nada, solo estoy cansado por el viaje.
Laura bajó la mirada, sintiendo esa punzada de miedo que siempre llegaba cuando él le mentía. Forzando una sonrisa, asintió en silencio.
El ambiente en la sala se había vuelto tenso de pronto, y Leonardo, notándolo, intervino:
—Necesito salir a comprar unas cosas. Sebastián, acompáñame.
El tono que usó no dio espacio a réplica. Sebastián, al ver el rostro serio de su hermano, asintió. Una vez fuera del departamento, preguntó:
—¿A dónde vamos?
—A donde podamos hablar.
No dijo nada más, y Sebastián simplemente lo siguió en silencio hasta la salida.
Hay otra que si pueden y desean aborta, si no quieres un bebé, hay muchas maneras de cuidarnos .
LOS BEBES NO PIDIERON VENIR A MUNDO PARA SUFRIR !!