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JUEGO DE BRUJAS

JUEGO DE BRUJAS

Status: En proceso
Genre:Completas / Mujer poderosa / Magia / Dominación / Brujas
Popularitas:500
Nilai: 5
nombre de autor: lili saon

Cathanna creció creyendo que su destino era convertirse en la esposa perfecta y una madre ejemplar. Pero todo cambió cuando ellas llegaron… Brujas que la reclamaban como suya. Porque Cathanna no era solo la hija de un importante miembro del consejo real, sino la clave para un regreso que el reino nunca creyó posible.
Arrancada de su hogar, fue llevada al castillo de los Cazadores, donde entrenaban a los guerreros más letales de todo el reino, para mantenerla lejos de aquellas mujeres. Pero la verdad no tardó en alcanzarla.
Cuando comprendió la razón por la que las brujas querían incendiar el reino hasta sus cimientos, dejó de verlas como monstruos. No eran crueles por capricho. Había un motivo detrás de su furia. Y ahora, ella también quería hacer temblar la tierra bajo sus pies, desafiando todo lo que crecía.

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CAPÍTULO VEINTITRÉS: SANGRE NEGRA

Cathanna sintió el aire frío de la madrugada, golpeando su rostro al salir de la torre. Su pecho subía y bajaba de forma errática, su respiración entrecortada por la ira y la desesperación. Su mente repetía las imágenes de los libros que había leído, las historias que hasta ahora habían permanecido ocultas. Brujas quemadas, torturadas, violadas. Mujeres reducidas a nada. Sus manos temblaban. Sus uñas se clavaban en la piel de sus palmas.

Sin pensarlo, salió corriendo hacia la fortaleza. La casa no estaba lejos. Apenas cruzó la puerta, subió las escaleras a toda prisa hasta llegar a la habitación de Loraine quien estaba sentada sobre la cama, con los ojos cerrados y la respiración pausada, como si intentara relajarse. Sin embargo, su tranquilidad se vio interrumpida en cuanto sintió la presencia de alguien más en la habitación. Abrió los ojos y escaneó a Cathanna de arriba abajo con una expresión incrédula.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con el ceño fruncido —. Pensé que dormías ya.

—Llévame con las brujas. —Bajó la mirada por un segundo, antes de volver a alzarla con decisión inquebrantable. No había vuelta atrás —. Ahora, Loraine.

—¿Para qué quieres ir con ellas? —Parpadeo varias veces. No podía confiar, así como así y llevarla al lugar donde las brujas se escondían. No sabía si era una trampa.

—Porque yo soy Cathanna D’Allesandre. Las brujas ansían mi sangre… y se la daré.

Loraine entreabrió los labios, pero no dijo nada. En su rostro apareció una sonrisa lenta, cómplice, cargada de un secreto que solo ella entendía. Sabía exactamente quién era la chica que tenía frente a ella. Porque Loraine no era cualquier mujer. Era una Bruja de la Sombra, capaz de manipular fuerzas que otros apenas comprendían. Había usurpado la identidad de otra, una víctima cuyo destino había sido sellado con un simple susurro de su hermana, una Bruja del Susurro.

Y ahora, contemplaba a Cathanna con una satisfacción oscura. No había necesitado usar la fuerza. No hubo lucha, ni hechizos violentos, ni sangre derramada. No. Cathanna lo había decidido por su propia voluntad. Y eso, más que cualquier magia, hacía de esta victoria algo exquisito.

—Cathanna —comenzó con una voz suave —. No pensé que sería así de fácil.

—¿Cómo hiciste para adentrarte aquí sin que nadie se diera cuenta? —preguntó con una voz serena, mientras se cruzaba de brazos —. ¿Cómo terminaste en la misma casa que yo?

—¿Cómo lo descubriste? —Se levantó de la cama.

—"Descubre la verdad, porque cuando ella regrese, arrasaremos este reino hasta sus cimientos." —Relamió sus labios, acercándose aún más—. Esas palabras fueron suficientes. En un instante, entendí. Desde él principio, lo supiste. Desde el momento en que cruzamos caminos, ya sabías quién era yo… No entiendo como no vi las señales antes. ¿Qué hacía una bruja en este lugar? Ninguna sería tan loca como para meterse en la boca del lobo.

—Eres inteligente. Mi hermana sí que tenía razón contigo.

Cathanna soltó una sonrisa ladeada.

— Y tú, ¿cómo fuiste tan inteligente para simplemente adentrarte aquí?

—Use mi magia y la de mi hermana —su sonrisa apareció lenta, como un secreto compartido solo entre ellas —. Hicimos en pocas horas todo esto para llegar a ti, Cathanna. Déjame decirte que pensé que sería una estupidez, pero aquí estás, frente a mí.

—Eso sí que es arriesgado.

—Te acostumbras con el tiempo a hacer cosas arriesgadas.

—¿Y Loraine es tu verdadero nombre?

Ella chasqueó la lengua.

—Soy Agatha.

—Es un nombre perfecto para una bruja.

—Dale los créditos a mi hermosa madre.

Ella le ofreció la mano y Cathanna la tomó sin dudar. Pero, en lugar de chasquear los dedos como lo hacían los cazadores, una densa bruma negra comenzó a surgir desde los pies de Agatha, serpenteando en el aire como si tuviera vida propia.

Cathanna sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras la bruma las envolvía por completo. Tenía un fuerte olor que no sabía identificar, podría asemejarse al humo que dejaba una casa siendo quemada.

En cuestión de segundos, ambas desaparecieron justo en el instante en que Zareth irrumpía en la habitación de Cathanna. Miró alrededor con el ceño fruncido, su pecho subiendo y bajando con respiraciones agitadas. No tenía idea de dónde buscarla más. Se pasó las manos por el cabello con frustración, hasta que su mirada se posó en la cama.

Los libros.

Se acercó rápidamente, tomó uno y lo abrió. Las palabras escritas en sus páginas le hicieron comprender cómo Cathanna había llegado a hacer aquellas preguntas tan precisas. Pero lo que más lo inquietaba era quién le había dado esos libros. No recordaba que en el castillo existiera ninguno como esos.

—Mierda.

Cathanna y Agatha aparecieron en medio de un bosque denso, justo frente a una entrada cubierta de ramas y enredaderas. Agatha se agachó y pasó con facilidad, siendo seguida por Cathanna. Cuando estuvieron del otro lado, Agatha se percató del uniforme de su compañera.

—Mierda, tu uniforme.

—¿Qué tiene?

—No es bueno que lo tengas en este lugar.

Sin perder tiempo, la tomó del brazo y ambas se echaron a correr. No podían ser vistas con ese uniforme en ese lugar.

El bosque que las rodeaba era parte de Swellow, un refugio oculto entre la espesura, donde las personas podían entrar sin ser detectadas. Agatha conocía ese lugar mejor que nadie; ahí había nacido. Su progenitora la había abandonado en ese bosque hacía 130 años, dejándola con la mujer que se convirtió en su madre.

Las brujas podían vivir cientos, incluso miles de años, pero muchas practicaban el Sauli, un antiguo ritual en el que terminaban con sus propias vidas, ya sea por aburrimiento de la vida, o por evitar que alguien más las asesine.

Cuando finalmente llegaron a su destino, Agatha abrió la puerta sin dudar. El interior era sombrío. No había muebles, solo cuadros colgados en las paredes, y un cocodrilo dormía en una esquina, respirando de manera pausada. De repente, unos pasos resonaron en el pasillo, seguidos de un intenso aroma a canela que impregnó la habitación.

—Agatha… —una voz grave rompió el silencio —. La trajiste. —su mirada afilada terminó en Cathanna —. Tú…

—Soy Cathanna —una sonrisa forzada apareció en sus labios —. Estoy aquí porque deseo que ella vuelva.

—¿Por qué tomaste esta decisión de manera voluntaria?

Cathanna apretó los puños, sintiendo un ardor en la garganta.

—Porque me cansé de Valtheria. Me cansé de que nos hagan ver siempre como menos, como si fuéramos débiles, como si nuestro único propósito fuera esperar a que un hombre nos defienda —su voz tembló mientras sus ojos se cerraban con fuerza —. No voy a seguir esperando a que otro decida por mí. No voy a quedarme de brazos cruzados mientras nos mantienen encadenadas. Si traerla de vuelta significa romper esas cadenas, entonces lo haré sin dudar

Alira entrecerró los ojos, viéndola de arriba abajo, con un cierto dejo de desconfianza. Le indico que la siguiera por un estrecho pasillo hasta llegar a una habitación en el fondo, oscura y espaciosa. En el centro, un círculo tallado en el suelo formaba la figura de una serpiente enroscada sobre una calavera.

—Iré por las demás.

Cathanna respiro con pesadez, dando vueltas en la habitación como si eso pudiera cambiar el nudo que se formaba en su pecho debido a la ansiedad del momento. Tomaba grandes bocanadas de aire, mientras que Agatha, recostada en la puerta, con los brazos cruzados, la observaba de arriba abajo.

—-¿Estás nerviosa? —le pregunto sin alejarse de su posición.

—Dime quién no tendría nervios al estar en esta situación —rio de manera torpe.

Tras unos minutos, Alira regresó acompañada de otras brujas. Todas eran diferentes, pero poseían una belleza inquietante, casi irreal, como si no pertenecieran a este mundo. Pero fue una, la última en entrar, que hizo que su corazón se detuviera de golpe. Era Azlieh, estaba diferente, su cabello era blanco, al igual que sus ojos. Ambas miradas se encontraron.

—¿Azlieh? —preguntó con incredulidad —. ¿Eres una bruja?

—Sorpresa —sus labios se curvaron en una sonrisa lenta, como un depredador disfrutando el juego —. Es un gusto volver a verte, Cathanna. Luces igual de hermosa que siempre.

Ella no esperó mucho para ir con Azlieh y abrazarla con fuerza. Se sentía bien al reconocer un rostro familiar, pero al mismo tiempo, extrañada.

—¿Cómo fue que…?

—Todo fue un plan de las brujas, Cathanna. —Puso sus manos en sus hombros —. Perdóname por no haber sido sincera contigo desde un principio, pero no puede hacerlo, no cuando quería que no tuvieras miedo.

—Pero…

—-Debes entrar al círculo —la interrumpió —. Te aseguro que todo estará bien. Ya esperamos mucho para hacernos escuchar. Nuestras voces harán ecos en las calles de la ciudad. Todo por lo que una vez luchamos, será real. Y tú nos ayudarás.

Cathanna asintió, con algo de miedo. Respiró hondo y entró en el círculo. Las miradas seguían sus pasos con una emoción creciente en su pecho. Agatha tomó el cuchillo que su madre le pasó, el cual brillaba bajo la suave luz de las velas que las brujas tenían en sus manos. Cathanna se alarmó, tragando duro.

Agatha se adentró, miro a Cathanna antes de tomar su brazo. Levantó la manga de esta hasta su hombre.

—Es por el bien de nuestra raza —le dijo, poniendo el cuchillo en la zona —. Toma aire y no te concentres en el dolor.

El cuchillo abrió su carne. Un grito desgarrador escapó de sus labios. Bajo la mirada a la herida de donde brotaba sangre oscura, más espesa que la normal. Se deslizaba de su brazo hasta caer al suelo, expandiéndose por cada línea del círculo, provocando que este comenzara a brillar. Y un temblor sacudió la habitación pocos segundos después, haciendo que todas cayeran al suelo. Entonces, el suelo se abrió con un crujido aterrador, como si miles de personas estuvieran sufriendo debajo de ella.

Y de esa abertura emergió una mano. Era pequeña y huesuda, cubierta de carne putrefacta que apenas lograba ocultar los huesos. Se aferró al suelo con desesperación, tratando de salir. Las miradas se encendieron más de emoción, pero Cathanna retrocedió en el suelo, con el corazón martillando en su pecho.

La mujer salió por completo, dejando ver su carne podrida, su ropa ensangrentada, su rostro con gusanos y los huesos de sus mejillas. Y entonces un nuevo grito escapó de Cathanna. La impresión de la imagen era muy grotesca para ella. Las ganas de vomitar no se hicieron esperar.

Sus manos temblaron, mientras retrocedía aún más. Aquella mujer se acercaba a ella, a paso torpe, casi erráticos. Al alcanzarla, cayó de rodillas, tomó su brazo con desesperación y comenzó a beber de su sangre como si se trataba del agua que quitaba la sed. Cathanna abrió la boca, soltando un gemido fuerte de dolor. No era solo su sangre lo que le arrebataba… era su esencia, parte de su alma.

Poco a poco, Verlah comenzó a cambiar. Su carne, antes podrida y descarnada de su cuerpo, se regeneró con una lentitud escalofriante. Su piel adquirió un tono pálido y terso, mientras su cabello crecía hasta rozar el suelo, negro como la más oscura de las noches, sedoso y brillante. Cathanna elevo la mirada a ella. Era una mujer hermosa, más de lo que hubiera imaginado alguna vez.

Se inclinó lentamente y alzó una mano, acercándola al rostro de Cathanna. Sus dedos fríos rozaron su piel. Sus miradas se encontraron. Un escalofrío recorrió la espada de cada una, como una corriente eléctrica.

—Mi hija… —Su voz era un susurro, como si revelara un secreto prohibido—. Mi pequeña hija. Por fin vuelvo a verte después de tantos años.

—¿Hija? —Cathanna preguntó con confusión—. Yo no puedo ser tu hija. Pasaron muchos años desde tu muerte. Cuatro siglos en concreto.

—Sí lo eres —sonrió mostrando sus torcidos dientes —. Recuerdo tu nacimiento como si fuera ayer. Recuerdo el dolor desgarrador cuando te abriste paso desde mis entrañas… y recuerdo, aún más, el tormento que sufrí a manos de tu padre, mi propio padre. Todavía lo tengo presente en mi mente.

Cathanna sintió una punzada al analizar esas palabras. Abrió la boca para hablar, pero no encontraba palabras que soltar. ¿Qué podría decirle? ¿Qué entendía su sufrimiento? No era así, no entendía esa sensación. Su padre nunca la tocó de una manera inapropiada, nunca la miró de la manera que los demás hombres solían verla.

—Nunca quise tener hijos —dijo Verlah con voz amarga—. Siempre me creí fuerte, una revolucionaria que no permitiría que nadie se interpusiera en mi camino. Te amé de la misma manera en que te odié… Porque, aunque naciste de un abuso, sabía que no era tu culpa.

Cathanna sintió un nudo en la garganta. Cada palabra pronunciada por Verlah se hundía en su pecho como una daga afilada.

—Mi padre… Aquel hombre al que tantos admiraban. Mi padre, el hombre que juró estar a mi lado, amarme y protegerme… fue quien más daño me hizo. ¿Sabes lo que siente el alma cuando aquellos que nos trajeron al mundo nos dan la espalda? Yo lo amaba, más que a cualquier otra cosa. Pero él… él me odiaba. No porque alguna vez me lo haya dicho, sino porque sus acciones lo gritaban.

—¿Qué fue lo que él te hizo? —Cathanna apenas pudo encontrar su voz —. Dímelo, por favor. ¿Qué te hizo ese hombre?

—Abusaba de mí —su voz tembló —. Convertía mi existencia en un infierno cada vez que sus labios tocaban mi piel de forma lasciva. Y de ese acto forzado naciste tú. Mi hija. ¿Sabes el dolor que sentí al traer al mundo el fruto del hombre que me destruyó? Un hijo que nunca pedí, que jamás quise. Solo quería una cosa: libertad. Odiaba a la corona porque, al igual que mi padre, estaba podrida. Eran violadores, abusadores, hombres que se creían dueños de nosotras.

Cathanna tragó saliva. Todo dentro de ella estaba revuelto, hecho pedazos. Pero había algo en esas palabras que la tocaban de una manera profunda e innegable. En cierta parte, se entendía, porque las dos habían pasado por un momento traumático, aunque no de la misma manera.

—Yo… —sus palabras parecían no querer salir —. Estoy contigo, Verlah.

Verlah abrió los ojos ligeramente antes de entrecerrarse con un destello curioso

—¿Mi hija está conmigo?

—No puedo ser tu hija…

—La última de mis descendientes es sangre de mi sangre, carne de mi carne. Y tus ojos… —Su voz tembló aún más—. Son el producto de una violación incestuosa, el reflejo de las lágrimas que derramé cuando mi padre me destruyó. Eres la única persona que los tiene… tan cristalinos como una gota de lágrima.

El silencio que siguió fue más atronador que un grito de guerra.

Cathanna parpadeó, una, dos veces, pero las palabras seguían allí, clavadas como dagas en su mente. Los ojos que tanto había amado ahora eran el reflejo de un llanto crudo, desgarrador. Las náuseas la asaltaron con la violencia de una ola, quemándole la garganta, pero se obligó a contenerlas. Su cuerpo temblaba, sus pensamientos eran un torbellino sin salida. No sabía qué hacer, qué decir.

A su alrededor, el aire era denso, sofocante. Nadie se movía. Nadie respiraba. Todas en la sala estaban atrapadas en el mismo abismo de incredulidad y sorpresa.

—Tus ojos son el recuerdo de mi sufrimiento.

Cathanna estaba en shock. Sus ojos seguían abiertos, su pecho subiendo y bajando con rapidez. El mareo, todo seguía ahí.

—Lo siento mucho —dijo respirando con más dificultad —. Lo siento.

—No es culpa de ese bebe que nació hace años, ni la tuya por ser su reencarnación.

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Sandra Ocampo
quiero el final
Sandra Ocampo
q paso sé supone q está completa ,tan buena q está
Erika García
Es interesante /Proud/
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