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Un Hogar En El Apocalipsis

Un Hogar En El Apocalipsis

Status: En proceso
Genre:Sci-Fi / Apocalipsis / Zombis
Popularitas:1.2k
Nilai: 5
nombre de autor: Cami

El mundo cayó en cuestión de días.
Un virus desconocido convirtió las calles en cementerios abiertos y a los vivos en cazadores de su propia especie.

Valery, una adolescente de dieciséis años, vive ahora huyendo junto a su hermano pequeño Luka y su padre, un médico que lo ha perdido todo salvo la esperanza. En un mundo donde los muertos caminan y los vivos se vuelven aún más peligrosos, los tres deberán aprender a sobrevivir entre el miedo, la pérdida y la desconfianza.

Mientras el pasado se desmorona a su alrededor, Valery descubrirá que la supervivencia no siempre significa seguir con vida: a veces significa tomar decisiones imposibles, y seguir adelante pese al dolor.
Su meta ya no es escapar.
Su meta es encontrar un lugar donde puedan dejar de correr.
Un lugar que puedan llamar hogar.

NovelToon tiene autorización de Cami para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

16

​La luz de la mañana se abrió paso entre la espesura del bosque, filtrándose por las rendijas de la cabaña con un brillo gris y prometedor. El aire interior era frío y denso, pero no olía a miedo. Olía a madera, a polvo de tierra y al leve, metálico aroma de la pistola que Derek mantenía posada sobre sus rodillas.

​Derek seguía despierto. Había montado guardia toda la noche, sus ojos cansados explorando las sombras danzantes que proyectaba la vela hasta que esta se consumió en un charco de cera. Su vigilancia había sido monótona: el graznido de un pájaro, el crujido del ajuste de los troncos de la cabaña, y la respiración regular de sus hijos. Ahora, con el primer aliento del sol, sentía el cuerpo rígido, pero su mente estaba clara y extrañamente en calma. Había cumplido.

​Valery se despertó con un sobresalto, aunque sin el terror de la noche. Su corazón se aceleró al instante, recordándole la pesadilla con una punzada fría, pero se obligó a respirar. Tardó un momento en comprender dónde estaba: en la tierra apisonada, aferrada a una llave inglesa, bajo la luz tenue que entraba por las grietas. La había vencido el sueño, pero solo por unas horas, y sentía la diferencia.

​Al ver a su padre, sentado, inmutable y sereno en su puesto, una ola de alivio la recorrió. Había mantenido la vigilia. Había mantenido a raya la oscuridad.

​—Buenos días —murmuró Valery, su voz grave por el sueño y la sequedad.

​—Día siete —respondió Derek, guardando la pistola en la mochila sin estridencias—. Estamos vivos.

​Luka se removió en la litera, y un momento después, despertó, sus ojos azules buscando primero a su padre, luego a su hermana. Su mano se dirigió inmediatamente al camioncito rojo junto a su dinosaurio.

​La urgencia del día se impuso sin necesidad de palabras. Valery se acercó a los suministros y tomó la última botella con los pocos sorbos de agua turbia que quedaban.

​—El agua es la prioridad uno —declaró, volviéndose hacia Derek, cuyo rostro se endureció ante la inminente decisión—. No podemos usar más de esta hasta que la hayamos hervido. No nos queda combustible para el SUV para hervir litros y litros en la estufa. Necesitamos encontrar la fuente.

​—Ir yo —dijo Derek, poniéndose de pie con decisión. La calma de la vigilia había cimentado su propósito.

​Valery frunció el ceño. Se acercó al mapa, que había extendido sobre la mesa con dos piedras para mantenerlo plano.

​—No —replicó Valery, sacudiendo la cabeza—. Tu misión es Luka. El peligro sigue siendo la gente del pueblo. Si alguien nos siguió o nos está buscando, la carretera principal está a solo unos cientos de metros. Si hay un encuentro, tú tienes el cuchillo de caza y el conocimiento para proteger la cabaña. Yo soy más rápida y silenciosa.

​—Y tú eres la estratega —la voz de Derek se elevó, esta vez con una firmeza que no había usado en el bosque—. Eres la que piensa dos pasos adelante. Si me matan, pierdes un par de manos y un guardaespaldas. Si te matan a ti, perdemos la cabeza. No podemos permitirnos ese riesgo. Yo salgo a buscar el arroyo. Es mi turno de ser el explorador.

​Valery lo miró fijamente, evaluándolo con una intensidad casi clínica. Él tenía razón. Su valor estratégico era demasiado alto para arriesgarlo en una tarea relativamente simple de exploración. Además, la pesadilla de anoche, aunque aterradora, había reforzado su miedo a la vulnerabilidad. Necesitaba estar cerca de Luka.

​—Muy bien —cedió Valery, cada palabra era una concesión—. Un arroyo corre cuesta abajo. Subimos y buscamos señales: zonas más verdes, árboles diferentes, un olor a humedad distinta. Y debes volver al primer sonido de alerta o al primer rastro de civilización.

​—¿El límite de tiempo? —preguntó Derek.

​—Dos horas —dijo Valery, sin dudarlo—. Dos horas y si no has regresado, asumo que algo te ha encontrado. Luka y yo nos moveremos, pero no volveremos a la carretera principal. Nos adentraremos más al bosque.

​Era el pacto habitual, frío y brutal, pero Derek asintió. Él sabía que Valery no estaba siendo cruel, sino necesaria.

​—Estaré de vuelta con agua antes de que te des cuenta.

​Valery le entregó la botella vacía, la llave inglesa (que Derek, por instinto, metió en su mochila junto a la pistola, sabiendo que era el arma más práctica en un cuerpo a cuerpo) y un trozo de barra de cereal.

​—Y una cosa más —dijo Valery, deteniéndolo antes de que cruzara el umbral—. No dispares la pistola. No por agua. A menos que la vida de alguien dependa de ello, el silencio es nuestra mejor defensa aquí.

​—Entendido. Silencio —confirmó Derek.

​Derek salió de la cabaña y se adentró en la neblina matutina. Valery, sin perder tiempo en mirar su partida, se puso inmediatamente manos a la obra. Con Luka sentado en el suelo, jugando tranquilamente con su camión y los bloques de madera, ella tomó el cuchillo multiusos que había encontrado en el SUV. Su nueva prioridad: crear un perímetro de alerta silencioso y primitivo.

​Encontró viejos alambres de púas olvidados en el suelo y latas vacías que el anterior ocupante había dejado apiladas. Valery comenzó a tender las latas en pequeños grupos alrededor del perímetro inmediato de la cabaña, uniéndolas con el alambre de púas y pequeñas ramas para que fueran invisibles a la altura del suelo.

​Su mente, concentrada en el problema de ingeniería de la trampa, se sintió limpia por primera vez en días. Cada lata, cada alambre, era un ladrillo más en el muro que levantaba entre su familia y el mundo. La fragilidad de la noche había sido reemplazada por la fuerza de la acción.

​Mientras tanto, el reloj mental de Valery, un tic-tac inaudible de miedo y cálculo, ya había comenzado su cuenta regresiva de dos horas.

Empezó a limpiar el interior de la cabaña más a profundidad cuando notó el rincón más sucio, marcado por una trampilla de madera oculta bajo una vieja alfombra.

Valery bajó al sótano pequeño, húmedo y fresco. El lugar no era un almacén de comida, sino un arsenal. Encontró una ballesta de caza robusta con una docena de flechas, y una escopeta de corredera de calibre 12 con una caja de cartuchos bien conservados.

El hallazgo reescribió las reglas una vez más. Subió ambas armas dejándolas junto a sus coasa.

Cuando las dos horas se cumplieron. Valery se detuvo. El pacto era claro. Se dirigió al rincón, tomó la mochila y comenzó a meter las latas de frijoles. Estaba lista para dejar la cabaña, para abandonar el refugio por la seguridad de Luka.

En ese instante, el silencio del bosque se quebró.

No fue la pistola. Fue el murmullo continuo y bajo de agua en movimiento, y el sonido seco de unas botas al subir la cuesta.

Derek emergió de la línea de árboles. Estaba empapado, pero sonreía. Llevaba dos botellas llenas hasta el borde con agua clara y limpia.

—Lo encontré —dijo, jadeando, pero triunfante—. Un manantial, Val. El agua está helada y clara.

Valery se quedó inmóvil, observando el agua. Dejó caer las latas de comida y sintió el peso de la desesperación aligerarse. Luka emitió un sonido de alegría al ver a su padre sano y salvo.

—La prioridad uno está resuelta —dijo Valery, su voz grave pero firme. Recogió las botellas.

Derek se desplomó en el suelo. Valery se arrodilló, tomó la ballesta y la escopeta, y se las mostró.

—Yo encontré nuestra prioridad dos. Un arsenal. La escopeta es para ti, la póliza de seguro. Yo tomo la ballesta —dijo Valery, colgándose el arnés sobre el pecho.

Derek asintió. La dinámica de mando-ejecución estaba establecida. Valery tomó el cuchillo de caza.

—Tú descansas, mantienes la cabaña segura y haces hervir esta agua —ordenó Valery. Luego, su pragmatismo habitual la detuvo. Miró el arma en sus manos, luego el bosque—. Empezaré a practicar con la ballesta, sería estúpido salir sin saber usarla.

​Derek, que ya estaba secándose el pelo, la miró y asintió.

—Tienes razón, pero ten cuidado.

Valery tomó una de las botellas vacías, la clavó en un tronco a unos quince metros de la cabaña, creando un blanco improvisado. Luego retrocedió, su rostro una máscara de concentración implacable. Tensó la cuerda de la ballesta, sintiendo la resistencia muscular.

Luka, desde la entrada, observaba, su camioncito rojo a un lado. Cuando Valery disparó la primera flecha, esta salió con un thwack seco y agudo, pero se desvió notablemente, enterrándose en un árbol a casi un metro del blanco. Luka soltó una pequeña risa, encontrando divertido el fallo.

Valery lo ignoró. Recogió la flecha, la reajustó. Volvió a tensar, apuntar. La segunda flecha se acercó, pero aún erró el blanco por centímetros. Luka volvió a reír, contagiando una ligera sonrisa a Derek.

Volvió a cargar la ballesta. El silencio del bosque se preparaba para ser roto, una y otra vez, por el thwack seco de la cuerda, hasta que su puntería fuera tan instintiva como el miedo.

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