El alfa Christopher Woo no cree en debilidades ni dependencias, pero Dylan Park le provoca varias dudas. Este beta que en realidad es un omega, es la solución a su extraño tormento. Su acuerdo matrimonial debería ser puro interés hasta que el tiempo juntos encienden algo más profundo. Mientras su relación se enrede entre feromonas y secretos, una amenaza acecha en las sombras, buscando erradicar a los suyos. Juntos, deberán enfrentar el peligro o perecer.
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MEMORIAS DEL AYER (parte 2)
Aquella mujer vino a verme varias veces. Habló conmigo con paciencia, sin prisas ni promesas vacías. Solo me ofreció algo que nunca había tenido: una oportunidad.
Y la tomé.
Nunca imaginé que una omega tan poderosa, con una presencia imponente que incluso los más influyentes respetaban, se fijaría en alguien como yo, pero lo hizo. Estaba en ese país por negocios y, por azares del destino, nuestros caminos se cruzaron. No solo me dio un hogar, sino que me llevó de regreso al lugar donde nací. Aquel país del que partí sin rumbo ahora se convertía en mi nuevo inicio… con una madre a mi lado.
La primera vez que puse un pie en su mansión, me sentí fuera de lugar. Todo era elegante, amplio y abundante. Nada parecido a las calles en las que crecí, pero ella no me dejó perderme en la incertidumbre. Se arrodilló frente a mí, tomó mis manos con firmeza y pronunció las palabras que sellaron mi destino:
—De ahora en adelante, serás Woo Yong Ji, y para el resto del mundo, Christopher Woo. Llevarás mi apellido con orgullo y jamás volverás a inclinar la cabeza ante nadie.
No era solo un mandato, fue una promesa.
A diferencia de cualquier omega que haya conocido, ella era una dominante. Construyó su imperio desde cero, aplastando a alfas en el camino, demostrando que el poder no se define por el género. Y, por alguna razón, me eligió a mí como su segundo hijo. Su esposo había fallecido años atrás, dejándola sola con su único hijo biológico: Matthew.
Él y yo teníamos la misma edad… y también era un alfa dominante. Desde el momento en que nos vimos, supe que no sería fácil. Él era la viva imagen de nuestra madre: cabello color champaña, ojos afilados, la misma mirada feroz y la ambición corriendo por sus venas. Pero si bien heredó su porte y su linaje, nunca logró superar la sombra que sin querer proyecté sobre él.
Desde el primer día, supe que me veía como un intruso. Al principio, intentó ignorarme. Luego, competir. Y cuando se dio cuenta de que no podía superarme, empezó a buscar pelea. Disputas, golpes, discusiones acaloradas… No fueron pocas las veces que terminamos con los nudillos ensangrentadas, pero lo que más dolió fueron sus palabras:
—¿Por qué lo adoptaste? ¿Por qué recogiste a alguien de la calle?
Las primeras veces que lo escuché, me hirió. Pero con el tiempo, dejó de doler. Se convirtió en indiferencia. Yo no estaba allí por él. Mi única prioridad era mi madre, la mujer que me abrió las puertas del futuro.
Gracias a ella, aprendí a moverme en el mundo de los negocios, a ser calculador y a enfrentar desafíos con la cabeza fría. Con su guía, me convertí en un empresario influyente, en alguien respetado. Matthew, en cambio… nunca pudo alcanzarme.
Pero él no fue el único que marcó mi vida en esa época. También estaba Stefan, un omega con el que compartí clases. Su familia era influyente y su padre trabajaba con mi madre. Nuestro primer encuentro ocurrió durante mi primer rut en la preparatoria. Él fue quien estuvo conmigo en aquel momento, y, de alguna forma, nos volvimos cercanos.
Salimos un tiempo y compartimos nuestras primeras experiencias juntos. Pero nunca me enamoré. Le tenía cariño, pero el amor… el amor nunca llegó. Cuando nuestras metas tomaron rumbos distintos, nos alejamos sin resentimientos. Él se convirtió en una estrella en ascenso y yo me sumergí por completo en el mundo empresarial.
Mientras crecía, fui comprendiendo la dura realidad de los huérfanos. Muchos omegas eran abandonados tras embarazos no planeados. Algunos por falta de apoyo y otros por situaciones aún más crueles. Quizá mi historia no era diferente… pero nunca tuve la oportunidad de confirmarlo.
Por eso, cuando obtuve el poder necesario, decidí hacer algo al respecto, pero el destino tenía otros planes.
Todo comenzó con un malestar repentino en mi madre. Al principio, pensé que solo era agotamiento. No era raro verla trabajar sin descanso, pero sus síntomas se intensificaron. Hasta que, una mañana, apenas pudo levantarse de la cama.
La llevé de emergencia al hospital de Marlon. La vi acostada en aquella camilla, más frágil de lo que jamás la había visto.
Matthew no estaba. Se encontraba en el extranjero atendiendo negocios… los mismos negocios que nuestra madre construyó con su propio esfuerzo.
Yo, en cambio, estuve allí.
Los médicos entraban y salían, dando informes que parecían eternos. Marlon logró estabilizarla, pero su condición requería observación constante. Con su edad, cualquier descuido podía costarle demasiado. Y entonces, la realidad golpeó con fuerza.
Mi madre, la mujer que desafió al mundo, ya no podía continuar al frente del Conglomerado Woo.
Era momento de elegir un sucesor.
La junta daba por sentado que Matthew sería el elegido. Para ellos, era la opción lógica. Creció en ese mundo, preparado para liderar desde siempre. Pero mi madre, con la misma seguridad con la que tomaba decisiones irreversibles, rompió con todas las expectativas: me eligió a mí.
El impacto fue inmediato. Nadie lo esperaba, ni siquiera yo.
Cuando Matthew recibió la noticia, irrumpió en su habitación con el rostro encendido por la ira.
—¡¿CÓMO PUEDES DARLE LO QUE ME PERTENECE A ALGUIEN COMO ÉL?! —rugió, su voz cargada de resentimiento—. ¡HE HECHO TODO LO QUE ME PEDISTE, HE TRABAJADO PARA SER DIGNO Y AHORA… ¿ME LO ARREBATAS PARA DÁRSELO A ÉL?!
Mi madre, sentada en la camilla, le sostuvo la mirada sin inmutarse.
—ÉL NI SIQUIERA LLEVA MI SANGRE Y AUN ASÍ HA SIDO MÁS LEAL Y AGRADECIDO QUE TÚ —su tono fue tajante, cada palabra afilada como una cuchilla—. ¿POR QUÉ ESCOGERÍA A UN HIJO DESAGRADECIDO COMO SUCESOR?
Matthew apretó los puños con furia.
—¡SIEMPRE ESTUVE AQUÍ! ¡SIEMPRE ME ESFORCÉ!
—NO —lo interrumpió ella—. SIEMPRE ESTUVISTE DONDE MEJOR TE BENEFICIABA, JAMÁS ME VISTE COMO ALGO MÁS QUE UN ESCALÓN HACIA TU PROPIO ÉXITO.
Matthew salió dando un portazo, ni siquiera notó mi presencia.
Me quedé allí, en silencio, procesando lo que acababa de ocurrir. ¿Por qué me elegiría a mí? Confundido, entré en la habitación.
—Yo… —empecé, pero ella me cortó antes de que pudiera continuar.
—Si vienes a decirme que no lo mereces, ahórratelo —sentenció con firmeza.
—Pero yo… no soy el indicado —insistí—. No llevo tu sangre, no tengo comparación con Matthew. ¿Por qué yo?
Su mirada se suavizó, pero su determinación seguía intacta.
—¡Yong Ji! —me llamó, usando mi nombre con dureza—. Si vuelves a decir que eres un recogido de la calle, te haré callar yo misma.
Bajé la cabeza, sintiéndome como un niño regañado.
—Desde el momento en que entraste a mi casa, tu pasado desapareció —continuó—. Eres mi hijo. No importa de dónde vengas, sino lo que eres ahora y lo que serás en el futuro.
Tomó mis manos con calidez, haciéndome sentar sobre la camilla.
—Confía en ti mismo y en tu propia fuerza.
Aquella mujer, temido por tantos, solo se ablandaba con sus hijos.
—Matthew debe entender mi decisión por sí mismo. Con el tiempo, se dará cuenta de que está actuando mal —suspiró y cambió de tema—. Ahora me vendría bien escucharte cantar, mi niño.
Asentí sin palabras. A mi madre siempre le había gustado escucharme cantar, así como disfrutaba ver a Matthew tocar el piano. Cada año, en su cumpleaños, después de visitar la tumba de su esposo, nos reuníamos solo los tres para compartir ese momento.
Cuando abrí los ojos, lo primero que noté fue el techo blanco.
Un hospital.
Mi pecho se oprimió. Recuerdos de mi pasado inundaron mi mente, trayéndome de vuelta a momentos que creí enterrados. Con esfuerzo, me incorporé levemente, llevándome una mano a la sien para calmar el mareo.
Y entonces lo noté.
Dylan.
Estaba dormido sobre la camilla, con el rostro oculto entre sus brazos. Su cabello caía desordenado sobre su frente, y sus labios, apenas entreabiertos, dejaban escapar un leve suspiro de cansancio.
Mi pecho se apretó aún más.
¿Desde cuándo estaba aquí? ¿Acaso había estado conmigo todo este tiempo? En eso, una palabra surgió en mi mente: “amor”.
La idea me tomó por sorpresa.
Llevé una mano a mi pecho, recordando las palabras de mis hyungs sobre el amor: “cuando veas a esa persona especial, tu corazón latirá con fuerza”.
Antes de que pudiera procesar lo que sentía, Dylan se movió.
Parpadeó un par de veces antes de abrir los ojos, y en un instante, nuestros ojos quedaron demasiado cerca. Tan cerca, que nuestras pestañas apenas se rozaron.
Contuve la respiración.
Dylan tampoco se movió. Su mirada atrapó la mía, fija e intensa y mi corazón latió con fuerza.