De un lado, Emílio D’Ângelo: un mafioso frío, calculador, con cicatrices en el rostro y en el alma. En su pasado, una niña le salvó la vida… y él jamás olvidó aquella mirada.
Del otro lado, Paola, la gemela buena: dulce, amable, ignorada por su padre y por su hermana, Pérla, su gemela egoísta y arrogante. Pérla había sido prometida al Don, pero al ver sus cicatrices huyó sin mirar atrás. Ahora, Paola deberá ocupar su lugar para salvar la vida de su familia.
¿Podrá soportar la frialdad y la crueldad del Don?
Descúbrelo en esta nueva historia, un romance dulce, sin escenas explícitas ni violencia extrema.
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Capítulo 20
Al día siguiente, Emilio llamó a Paola para conversar en su oficina.
Ella entró sonriente, pero su semblante cambió al ver la seriedad en su rostro.
—"¿Qué pasó?" —preguntó, preocupada.
Él respiró hondo, se acercó y tomó sus manos.
—"Amor… necesito contarte algo sobre tu hermana. Anna descubrió los planes de Pérla. Ella quiere hacerse pasar por ti para seducirme… y hacerte creer que yo te traicioné."
Por un instante, Paola quedó paralizada. Sus labios temblaron y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—"No… no puede ser… ella no sería capaz de eso…"
Emilio acarició su rostro.
—"A mí también me gustaría creerlo, pero es verdad. Ella ya dejó claro lo que pretende hacer. Yo nunca dejaría que sufrieras con una mentira de esas, por eso preferí contártelo antes."
Las lágrimas rodaron por el rostro de Paola.
—"Toda la vida fue así… desde que éramos niñas, ella siempre quiso todo lo que yo tenía. La ropa, los juguetes, la atención de papá… todo. Yo fui forzada a casarme contigo, y ella huyó… todo porque su novio tenía una cicatriz en el rostro. Ella me dejó sola, sin importarle lo que me sucedería. Y ahora… esto."
Emilio la envolvió en un abrazo fuerte.
—"No voy a dejar que ella te haga daño. Confía en mí, Paola. Deja todo en mis manos."
Ella respiró hondo, apoyando la cabeza en su pecho.
—"Confío. Solo… solo no dejes que mi madre se entere. Ella no soportaría la verdad sobre Pérla."
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Días después, el plan de Pérla entró en acción.
Ella logró poner un somnífero en el vino de Emilio. Él fingió beber, y discretamente avisó a Paola por el celular: "Confía en mí. Deja que ella actúe."
Más tarde, acostado en la cama, fingía estar desmayado.
Pérla entró silenciosa, se quitó el vestido y se acostó al lado de él, rozando su cuerpo contra el suyo. Cuando Paola abrió la puerta, la escena estaba montada.
Pérla sonrió maliciosa.
—"¿Estás viendo, hermanita? Él nunca te amó. Siempre fue a mí a quien quiso. Tú fuiste solo una distracción."
Pero, antes de que pudiera continuar, Emilio abrió los ojos y la sujetó con fuerza del brazo.
—"¡Basta, Pérla!" —su voz resonó como un trueno.
La sonrisa de ella se deshizo, transformándose en pánico.
Paola, parada en la puerta, miraba con los ojos llenos de lágrimas, no de celos, sino de dolor por la decepción definitiva.
Sin piedad, Emilio arrastró a su cuñada por el corredor hasta el sótano de la mansión. El frío de las paredes de piedra parecía anunciar el destino que la esperaba.
—"Te atreviste a intentar destruir mi familia. Esto no quedará impune" —dijo, con la voz cargada de odio contenido.
Los gritos de Pérla resonaron por algunos instantes, hasta que el silencio absoluto reinó.
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A la mañana siguiente, Paola estaba sentada en el jardín, abrazando sus rodillas. Cuando Emilio se acercó, ella no preguntó nada. Apenas lo miró a los ojos, buscando la verdad.
Él se arrodilló frente a ella, tomando sus manos.
—"Se acabó. Ella nunca más te va a lastimar."
Las lágrimas escurrieron silenciosas. Paola asintió, con la voz entrecortada:
—"Gracias… pero, por favor… no le cuentes nada a mamá. Ella moriría de tristeza si lo supiera."
Emilio acarició su rostro, firme.
—"Te lo prometo. Ese será nuestro secreto."
Paola se inclinó y reposó la cabeza en su pecho. Y, a pesar del dolor que sentía por su hermana, sabía, en el fondo, que Emilio había hecho lo que debía hacerse.