Una amor cultivado desde la adolescencia. Separados por malentendidos y prejuicios. Madres y padres sobreprotectores que ven crecer a sus hijos y formar su hogar.
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Cap. 8 Lo tendré en cuenta
La respiración de Alexander era aún agitada, pero el fuego en sus ojos comenzaba a ceder ante la lógica implacable de su esposa. La furia se estaba transformando en una frustración profunda y agónica.
—Es mi niña, Bernarda —dijo, y su voz por primera vez sonó quebrada, vulnerable.
—Es mi Belle.
—Lo sé, cariño —susurró ella, levantándose y acercándose a él.
—Y por eso merece ser tan feliz como lo hemos sido nosotros. Aunque el camino para lograrlo incluya... chupetones de dudosa discreción.
Alexander emitió un sonido entre un gruñido y una risa, derrotado. Dejó caer la cabeza sobre el hombro de ella.
—Lo voy a matar un poquito —refunfuñó contra su cuello.
—Lo sé —contestó Bernarda, acariciándole el cabello.
—Pero solo un poquito. Después de todo, es el hombre que ama a tu hija.
*_*
En el departamento, la despedida era dulce y agridulce. Diego envolvió a Belle en un abrazo que pretendía transmitir toda la calma que ninguno de los dos sentía.
—Belle, de verdad tengo que irme —murmuró contra su cabello.
—Y tú necesitas descansar. Ya verás, todo se va a resolver.
Ella se aferró a su camisa, mirándolo con unos ojos enormes y llenos de pánico.
—No... Si mi padre te encuentra, te va a despedazar. Necesitas un guardaespaldas, un escuadrón antiterrorista... —hizo una pausa dramática, una lágrima escapándole por la mejilla.
—Por lo menos, saca un seguro de vida. Nombra a Rodrigo como beneficiario, para que algo bueno salga de esta tragedia.
Diego no pudo evitar una sonrisa triste, limpiándole la lágrima con el pulgar.
—Lo tendré en cuenta. Pero prefiero cobrar yo mismo ese seguro, así que me esforzaré por sobrevivir.
Mientras, al otro lado de la puerta del dormitorio…
Samira tenía la oreja pegada a la madera con una fuerza que amenazaba con incrustarla para siempre. Su cuerpo formaba una línea tensa de concentración absoluta.
Rodrigo, recostado contra la pared opuesta, con las manos en los bolsillos, la observaba con una mezcla de fascinación y pena.
—Sami —dijo, su voz tan relajada como si comentara el clima—, sabes bien que estas habitaciones son insonorizadas, ¿verdad? No sé qué pretendes escuchar. Lo único que vas a conseguir es un tímpano perforado y la forma de la manija en la cara.
—¡Todo es tu culpa! —se quejó ella, sin despegarse del objetivo.
—Si no me hubieras sacado de ahí a la fuerza como un fardo, no me habría perdido el chisme del siglo. Ahora solo Belle puede contarme lo que pasó, ¡y es pésima contando chismes! Omite todos los detalles jugosos. Me perdí lo bueno.
Rodrigo negó con la cabeza, un gesto de profunda resignación ante la lógica implacable de su amiga.
—Samira, tu solita, te sacaste de la conversación por bocona. Y ahora actúas como si el universo te debiera algo por perderte el desenlace. Eso se llama karma instantáneo, nena.
Rodrigo recibió un mensaje de su hermano que decía simplemente: "Salgo en 60 segundos. Te quedas o vienes." Fue suficiente. Salió hecho una bala, sin tiempo para más que un "¡Me voy!", lanzado al aire. La razón por la que Rodrigo no tenía auto era un tema sensible: hacía un año, su obsesión por imitar a los corredores callejeros terminó con el auto familiar destrozado contra un muro de contención. Él salió con apenas un rasguño, pero Raúl estuvo tan furioso y Angie tan al borde del colapso nervioso, que el veredicto fue claro: tres años sin auto, ni moto, ni nada con motor. Y lo aceptó con una docencia inusual, sabiendo que había estado a centímetros de ser solo un recuerdo.
Con la partida de los hermanos, un silencio inusual cayó sobre el departamento. Samira, moviéndose de puntillas como una espía, se asomó a la habitación de Belle, quien entraba con una expresión que podría agriar la leche.
—Hermana, ¿cómo te fue? —preguntó Samira, colándose en la habitación.
—Vamos, no pongas esa cara de velorio. Cuéntale a tu psicóloga personal.
Belle se dejó caer de espaldas sobre la cama, como un muñeco de trapo.
—¿Por qué el amor tiene que ser tan difícil? —sollozó dramáticamente hacia el techo, dando un suspiro que parecía venirle desde los talones.
Samira la miró con una ceja elegantemente arqueada, adoptando una pose de sabia mundana.
—Serán tus amores, querida —declaró con una sonrisa pícara—, porque los míos son facilísimos. Divertidos, sin complicaciones y, sobre todo, temporales.
Belle se volteó de lado para clavarle una mirada de incredulidad.
—Samira —dijo con una solemnidad que no admitía réplica—, tú no tienes amores. Tienes... aficiones temporales. Los Idols Coreanos no son novios.
Samira asintió con entusiasmo, como si Belle hubiera dado en el clavo de una gran verdad universal.
—¡Exactamente! ¿Ves? ¿Ves lo fácil que es mi vida? ¡Muy, muy fácil! —Y, como para demostrarlo, salió de la habitación dando unos brinquitos llenos de alegría despreocupada.
Belle negó con la cabeza, una sonrisa minúscula asomándose a sus labios a pesar de su drama. Su hermana, definitivamente, no tenía remedio. Y, en el fondo, le daba un poco de envidia.
Diego llegó a la casa de sus padres con la pesadez de quien carga un secreto a punto de estallar. Pero ese peso se evaporó en un instante cuando dos remolinos de energía humana, de unos cinco años e idénticos como dos gotas de agua, corrieron hacia él con las mejillas sonrojadas y el cabello pegado a la frente por el sudor.
—¡Oye! ¿A dónde van, revoltosos? —preguntó Diego, agachándose para estar a su altura a regañadientes.
