Ecos De Un Amor Eterno

El aire en la casa de Alejandro era pesado, cargado de tensión. Desde que Luna desapareció, él no había dejado de experimentar flashes de recuerdos, fragmentos de una vida pasada que le parecían demasiado vívidos para ser solo sueños. En cada uno de ellos, Luna y él terminaban en tragedia.

Aquella tarde, mientras revisaba viejas cartas y documentos en su estudio, una visión lo golpeó con la fuerza de un rayo. Vio un banquete en un salón iluminado por candelabros dorados. Luna estaba allí, vestida de un rojo profundo, mientras una sombra detrás de ella levantaba un puñal.

Despertó del trance con un jadeo, las manos temblorosas.

—¿Qué está pasando conmigo? —susurró para sí mismo.

Isabel y el investigador

En otro rincón de la ciudad, Isabel estaba sentada frente al investigador privado, un hombre mayor con rostro curtido por los años y una mirada fría como el acero.

—Encontré algo que creo que le interesará, señora —dijo el hombre, extendiendo un sobre marrón hacia ella.

Isabel lo abrió con manos firmes, sacando varias fotografías y documentos. Uno de los papeles era una copia de un registro antiguo: una lista de nombres, entre ellos "Alejandro de la Vega" y "Luna Ferrer".

—¿Qué es esto? —preguntó Isabel, frunciendo el ceño.

—Es un registro de una familia noble en el siglo XVIII. Ambos nombres aparecen como parte de una trágica historia. Fueron acusados de traición y ejecutados juntos.

Isabel apretó los dientes, su mente trabajando rápidamente.

—Esto no puede ser una coincidencia.

—No lo creo. Además, parece que alguien más está interesado en esta historia. He visto a otros investigando lo mismo.

Isabel lo miró con sospecha.

—¿Otros?

El hombre asintió.

—Un grupo que no parece tener intenciones muy pacíficas.

El reencuentro con Luna

Mientras tanto, Alejandro recibió un mensaje inesperado: una dirección y una hora. Sin remitente, pero lo reconoció de inmediato. Era Luna.

Se dirigió al lugar, un antiguo monasterio en las afueras de la ciudad. Cuando llegó, la encontró en la capilla, mirando fijamente un vitral que representaba una escena de un sacrificio.

—Viniste —dijo Luna, sin girarse.

—Siempre lo haré —respondió Alejandro, acercándose.

Ella se volvió hacia él, con lágrimas en los ojos.

—He tenido las mismas visiones, Alejandro. Siempre terminamos de la misma manera: traicionados, muertos, separados.

—¿Por quién? —preguntó él, con el corazón latiendo con fuerza.

—No lo sé, pero siento que la respuesta está cerca.

Antes de que pudieran hablar más, un ruido en la entrada los alertó. Ambos se giraron justo a tiempo para ver a Isabel entrando, acompañada del investigador.

El enfrentamiento

—¿Hasta cuándo vas a seguir con esto, Alejandro? —preguntó Isabel, su voz cargada de ira y dolor—. ¿Hasta que destruyas todo lo que hemos construido?

—Isabel, esto es más grande de lo que crees —respondió Alejandro, dando un paso hacia ella—. No puedes entenderlo.

—¡Inténtalo! —gritó ella, señalando a Luna—. ¿Qué tiene ella que no tenga yo?

Luna dio un paso al frente, su mirada fija en Isabel.

—Esto no se trata de ti. Ni siquiera de Alejandro y yo. Hay algo más en juego aquí, algo que ninguno de nosotros comprende completamente.

Isabel rió con amargura.

—¿Eso te consuela? ¿Pensar que están destinados?

De repente, el investigador interrumpió.

—Señoras y caballeros, lamento interrumpir este drama, pero creo que hay algo que deben ver.

Abrió un maletín y sacó un pergamino antiguo, extendiéndolo sobre una mesa cercana.

—Esto fue encontrado en una subasta privada. Parece ser la última pieza del rompecabezas.

La revelación

Alejandro, Luna e Isabel se inclinaron sobre el pergamino. Estaba escrito en un idioma antiguo, pero las imágenes eran claras: dos figuras, un hombre y una mujer, de pie frente a un tercer individuo encapuchado. Este último sostenía una daga y parecía estar lanzando una maldición.

—Es la escena de sus visiones, ¿no? —preguntó el investigador.

Luna asintió lentamente.

—Es él. El que nos maldijo.

—¿Por qué lo haría? —preguntó Isabel, tratando de comprender.

El investigador señaló una pequeña inscripción en la esquina del pergamino.

—Aquí dice algo sobre "un juramento roto y un sacrificio rechazado". Parece que alguien no cumplió con su parte del trato.

La figura en las sombras

Antes de que pudieran analizar más, un viento helado atravesó la capilla. Las velas se apagaron, y una risa baja y gutural resonó en el aire.

—Finalmente, han llegado al punto de no retorno —dijo una voz, profunda y amenazante.

Una figura encapuchada apareció en el altar, sus ojos brillando con un rojo intenso.

—Han jugado con fuerzas que no comprenden. ¿Creen que pueden romper una maldición tan antigua como el tiempo?

Luna se adelantó, con valentía en sus ojos.

—Si nos maldijiste, fue por algo que hicimos. Dinos qué fue.

El encapuchado rió nuevamente.

—Ustedes no rompieron el juramento. Fue alguien cercano a ustedes, alguien que los traicionó.

Alejandro sintió que el mundo se detenía.

—¿Quién?

El encapuchado levantó una mano, señalando hacia Isabel.

—Ella, en esta vida pasada, fue la traidora.

Un final inesperado

Isabel retrocedió, su rostro pálido como el mármol.

—Eso no tiene sentido.

—Tu alma es la misma —dijo la figura, avanzando hacia ella—. No puedes escapar de lo que hiciste.

El suelo comenzó a temblar, y las paredes de la capilla se agrietaron. Alejandro corrió hacia Isabel, colocándose entre ella y la figura.

—Si la traición fue suya, castíguenme a mí. No dejaré que esto continúe.

Luna también avanzó, poniéndose al lado de Alejandro.

—Estamos juntos en esto.

El encapuchado rió una vez más.

—El sacrificio debe venir de quien rompió el juramento. Solo entonces se restaurará el equilibrio.

El altar comenzó a brillar, y una fuerza invisible arrastró a Isabel hacia él. Sus gritos resonaron mientras Alejandro y Luna trataban de detenerlo, pero era inútil.

Una explosión de luz dejó a todos cegados, y el eco de la risa del encapuchado resonando en la noche.