En el reino nórdico de Valakay, donde las tradiciones dictan el destino de todos, el joven príncipe omega Leif Bjornsson lleva sobre sus hombros el peso de un futuro predeterminado. Destinado a liderar con sabiduría y fortaleza, su posición lo encierra en un mundo de deberes y apariencias, ocultando los verdaderos deseos de su corazón.
Cuando el imponente y misterioso caballero alfa Einar Sigurdsson se convierte en su guardián tras vencer en el Torneo del Hielo, Leif descubre una chispa de algo prohibido pero irresistible. Einar, leal hasta la médula y marcado por un pasado lleno de secretos, se encuentra dividido entre el deber que juró cumplir y la conexión magnética que comienza a surgir entre él y el príncipe.
En un mundo donde los lazos entre omegas y alfas están regidos por estrictas normas, Leif y Einar desafiarán las barreras de la tradición para encontrar un amor que podría romperlos o unirlos para siempre.
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Celos y algo más.
El banquete está en pleno apogeo. La sala principal del palacio resplandece con la luz de los candelabros, mientras la música de los bardos llena el aire con notas animadas.
Los aromas del banquete: carne asada, especias exóticas y el dulzor del vino envuelven el ambiente, creando una atmósfera de celebración. En una mesa central, Leif se encuentra rodeado de cortesanos y algunos invitados especiales, pero su atención está centrada en Claus y Clem, dos alfas gemelos que han llegado del condado vecino para felicitarlo por su reciente doble unión.
Los gemelos, hijos de un renombrado general que no pudo asistir a la boda debido a asuntos en las fronteras, parecen traer consigo la fuerza y la audacia propias de quienes se crían en la guerra. Les trajeron telas finas, venados, plata y oro. Sus cuerpos altos y musculosos, junto con sus sonrisas encantadoras, no pasan desapercibidos. Leif, con su cabello dorado cayendo en suaves ondas sobre los hombros, los observa con una mezcla de curiosidad y travesura, mientras juega con la copa de vino entre los dedos.
—Es un placer recibirlos aquí, tenía rato que no los veía, parece que crecieron bastante a pesar de ser un año menor que yo, propio de su complexión de su segundo carácter alfa—dice Leif con una sonrisa que desarma a cualquiera—. Aunque, debo decir, ¿cómo es posible que dos alfas tan apuestos hayan pasado tanto tiempo lejos de mi hogar sin enviar siquiera un aviso?
Claus suelta una carcajada grave, mientras Clem se inclina un poco más cerca, como si quisiera captar mejor cada palabra de Leif.
—Las fronteras son crueles, mi señor. Ya no somos esos chiquillos que corrían con usted en el campo. Pero debo admitir que el viaje ha valido la pena. No esperaba una bienvenida tan... cálida.
Leif ríe suavemente, dejando que sus dedos rocen ligeramente el brazo de Clem. La chispa en sus ojos se intensifica cuando gira hacia Claus, inclinándose apenas lo suficiente para que sus labios queden peligrosamente cerca de su oído. Desde pequeños los gemelos disfrutaban de la compañía de Leif.
—¿Y tú, Claus? He oído rumores de tus habilidades en batalla. ¿Es cierto que derrotaste a una docena de hombres con tus propias manos?
Claus sonríe, claramente halagado, pero antes de que pueda responder, Einer, que observa desde la distancia, se pone tenso. Sus manos, hasta ese momento relajadas en su regazo, se cierran en puños. La forma en que Leif coquetea tan abiertamente lo desconcierta, pero al mismo tiempo, no puede apartar la vista de él. Leif continua bebiendo descontroladamente y en poco tiempo el vino comenzó a hacer su efecto.
Leif, consciente de la mirada de Einer, decide llevar el juego un poco más lejos. Se acerca a Clem, posando una mano sobre su hombro.
—¿Sabes, Clem? Podría acostumbrarme a tener compañía como la tuya en estas noches tan aburridas en el palacio.
Clem ríe y se inclina ligeramente hacia Leif.
—Mi señor, solo dígalo y estaré aquí siempre que lo desee.
—Podemos ir al baño de vapor y continuar la fiesta.
—Como guste su majestad. Traje varias doncellas vírgenes y muy hermosas.
—No me interesan las doncellas.
La tensión en Einer alcanza su punto máximo. Deja su copa sobre la mesa con un golpe seco que resuena en el salón. Todos giran para mirarlo, pero él solo tiene ojos para Leif.
—Con el debido respeto, mi señor —dice con un tono medido, aunque su mandíbula está apretada—, parece que el vino está afectándolo más de lo esperado. Tal vez sea mejor que descanse.
Leif lo mira con desafío, una sonrisa traviesa jugando en sus labios.
—Oh, Einer, no seas tan aburrido, cariño. Apenas estamos comenzando.
Claus y Clem intercambian miradas, claramente disfrutando del espectáculo. Pero Einer no está dispuesto a seguir tolerándolo. Se acerca a Leif y, sin decir una palabra más, lo levanta del suelo con facilidad, cargándolo sobre su hombro como si fuera un saco de papas.
—¡Einer! —protesta Leif, golpeando la espalda del alfa con los puños—. ¡Bájame ahora mismo!
—Con su permiso, señores —dice Einer a los gemelos, ignorando los gritos de Leif.
Los gemelos estallan en carcajadas, y Claus comenta con diversión:
—Parece que tu alfa no está dispuesto a compartirte.
—Ni por un segundo —responde Einer sin mirarlos, mientras se aleja del salón con Leif aún sobre su hombro.
Al llegar a la habitación, Einer cierra la puerta con el pie y deja a Leif caer suavemente sobre la cama. Leif se sienta de inmediato, con el rostro enrojecido, ya sea por el vino o la ira.
—¡Eres un insubordinado! ¿Quién te crees que eres para interrumpir mi noche?
Einer lo observa, con su expresión estoica, pero sus ojos traicionan una mezcla de frustración y algo más profundo. Da un paso hacia él y, antes de que Leif pueda decir una palabra más, lo calla con un beso firme. Un beso de dominio dejando salir las feromonas alfa.
El mundo de Leif se detiene. El calor del beso lo desarma, extrañaba esos labios, aunque no lo suficiente para que ceda por completo. Cuando Einer se separa, susurra con voz ronca:
—No juegues conmigo, Leif. No soy tan fuerte como crees. Estoy haciendo de tripa y corazón para contenerme.
Leif se queda en silencio por un momento, su respiración entrecortada, antes de apartar la mirada con un gesto de aparente desdén.
—Prepárame un baño de vapor —ordena finalmente, aunque su voz carece del usual veneno.
Einer asiente y se retira para cumplir la orden. Poco después, el baño está listo, y la habitación se llena del aroma de hierbas y el calor reconfortante del vapor. Leif entra con elegancia, dejando caer la bata que cubría su cuerpo. Su piel brilla con la humedad del vapor, y el cabello se le pega ligeramente a la frente.
Se sumerge en el agua caliente con un suspiro de satisfacción, cerrando los ojos por un momento.
—Ven aquí, Einer —dice, sin abrir los ojos—. Quiero que me bañes.
Einer traga saliva, pero obedece. Se arrodilla junto al borde de la bañera y toma una esponja, frotándola suavemente sobre los hombros de Leif. Cada movimiento es cuidadoso, casi reverente, y el silencio entre ambos está cargado de algo que ninguno de los dos se atreve a nombrar.
Leif abre los ojos y lo mira, una sonrisa casi imperceptible en sus labios.
—Eres bastante bueno en esto, ¿sabes? Tal vez debería hacerte mi asistente personal.
Einer no responde, pero sus manos siguen trabajando, moviéndose hacia los brazos de Leif, luego su pecho. La respiración de ambos se vuelve más audible en la quietud del baño, y cuando Einer se detiene por un momento, Leif levanta la mano y la coloca sobre la suya.
—No pares —susurra.
Einer obedece, pero su toque ahora es más lento, más consciente. No dejo ningún centímetro de piel sin limpiar. Leif tuvo que pensar en ovejas cuando Einer lo tocó en su entrepierna. Cuando termina, Leif se incorpora ligeramente y deja que el agua resbale por su cuerpo, su cabello dorado pegándose a su espalda. Se gira hacia Einer y dice con voz suave:
—Creo que es suficiente por hoy. Puedes retirarte.
Einer asiente, aunque algo en su mirada dice que no quiere irse. Se levanta y se aleja, dejando a Leif sumido en sus pensamientos, con el calor del baño aún envolviéndolo.
Al día siguiente, los gemelos Claus y Clem vuelven al palacio, esta vez para despedirse. Leif organiza un pequeño juego de caza en su honor, pero en el fondo, sabe que lo hace más para molestar a Einer que por verdadera cortesía.
Durante la caza Einer estuvo a su lado, al final de la caza cuando terminó el día, Leif tenía una cena preparada, Leif, con una copa de vino en mano, se dedica a coquetear abiertamente con los gemelos, disfrutando de las miradas de celos que recibe de Einer.
—Claus, ¿has considerado enseñarme a usar tu estilo de pelea con la espada? —dice con una sonrisa seductora.
Claus ríe, mientras Clem añade:
—Mi señor, nuestra espada es muy pesada pero la técnica puede aprenderse, no necesita más que pedirlo.
Einer, que se encuentra de pie detrás de Leif, observa con el ceño fruncido, sus manos tensas. Sin darse cuenta empieza a dejar salir sus feromonas.
—Su magestad parece que su compañero no puede controlar sus feromonas.
—Solo ignorarlo.
Einer se sentía mal desde temprano, sudaba en frío y su visión empezaba a nublarse.
—Mis disculpas, mi señor, pero creo que me siento mal ¿puedo retirarme?
Antes de que Leif pueda protestar, la princesa Astrid que permanecía en silencio hasta ahora intervino.
Puedes retirarte Einer, no te ves bien, enviaré por una medicina para ti más tarde, el frío invierno está haciendo estragos y no quiero que enfermes a su magestad.
Einer agradeció y haciendo una reverencia se retiró. Cuando llegan a la habitación, Einer siente su cuerpo muy caliente, se desnuda y toma un baño de agua fría. Se recuesta en la cama de Leif, sus feromonas aún se pueden percibir en las sábanas, sin soportarlo más empezó a acariciarse su parte privada, definitivamente estaba entrando en celo, desea tener a su Omega para satisfacer su deseo pero dejo a Leif muy entretenido en el salón, además piensa que Leif simplemente se iría si lo ve en esa condición, le dejó muy claro que no estaba contento con el.
En ese momento alguien entra a la habitación totalmente oscura. La nariz de Einer no se equivoca acaba de llegar el único que puede satisfacerlo, no sabe si es un sueño o es la realidad.