La joven, cuyo corazón había sido destrozado por la crueldad de aquellos que una vez habían sido sus seres queridos, ahora caminaba por un sendero de venganza. Había perdido todo: su hogar, su familia, su inocencia. La amargura y el dolor habían dado paso a una sed de justicia, que la impulsaba a buscar a aquellos que le habían arrebatado todo. Sin embargo, el destino, que parecía tener un plan propio para ella, nuevamente la pondría a prueba. La joven se encontraría cara a cara con su pasado, y debería enfrentar las sombras que la habían perseguido durante tanto tiempo. ¿Podría encontrar la fuerza para perdonar y seguir adelante, o la venganza la consumiría por completo? Eso solo el tiempo lo diría.
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Capítulo 9
Narón miró a sus compañeros, que habían compartido con él todos esos años de batallas y aventuras, y que ahora se hacían a un lado y se inclinaban ante él en señal de respeto. "¡Maldición Aarón!", exclamó Narón, sintiendo una mezcla de rabia y tristeza. "Estoy jodido".
Esa misma noche, Narón se puso en marcha hacia el palacio, con un sentimiento de pesar y responsabilidad que lo acompañaba. Al día siguiente, al llegar al palacio, el cielo estaba gris y la lluvia mojaba su rostro. Se paró frente a la gran fortaleza y sintió el peso de la realidad que lo esperaba.
Solo él y los dioses sabían cuántas noches de insomnio y de angustia había pasado, deseando que las cosas fueran diferentes. Pero no le habían dado la oportunidad, jamás lo habían dejado intentarlo. Ahora, sin Aarón era el heredero directo de ese trono que nunca quiso, pero que tanto daño había causado.
Al entrar en el gran salón, vio a su madre frente a los restos de Aarón devastada por el dolor. Amalia estaba sentada en shock, sin poder creer lo que había sucedido. Se produjo un silencio al notar la presencia de Narón, y todos volvieron hacia él esperando su reacción.
Narón se dirigió directamente al médico real y le susurró: "¿De qué manera sucedió?". El médico real respondió con voz baja: "Fue envenenado, Majestad". No podía entender cómo pudo suceder tal imprudencia. Se acercó lentamente hacia el cuerpo de su hermano y vio que su piel estaba morada e hinchada al punto que se encontraba irreconocible. Juró ante los restos de su hermano que buscaría al traidor y se arrepentiría, pagaría con su maldita vida. Su madre se acercó y se apoyó en su hombro.
"Hijo mío, qué tragedia", dijo "Ahora todo depende de ti, pero no te preocupes, cariño, tu madre te guiará en todo y...".
Narón la interrumpió bruscamente. "No te necesito, nunca lo hice".
Sus ojos se abrieron como dos platos. "¿Qué?", preguntó su madre, sorprendida.
Narón miró por encima de su hombro y dijo con voz firme: "No necesitas fingir ser amable. Me haré cargo de mi responsabilidad como hombre de palabra, pero tú te irás mañana mismo de aquí, junto a todos los que sirvieron a mi padre y a mi hermano".
Aprieta los puños y dice indignada. "¿Cómo te atreves? ¡Soy tu madre!"
Una carcajada salió de lo más profundo de Narón, y todos en el salón se callaron. Narón la fulminó con la mirada. "Estoy siendo amable contigo, no juegues con mi paciencia".
El cuerpo de su madre tembló y dio unos pasos hacia atrás. "¡Maldito seas!", gritó furiosa.
Narón se dirigió a ella con una mirada fría y desafiante. "Soy tu rey ahora y tú, como mi sierva, debes respetar mi autoridad. Los roles han cambiado, la gloria es mía y tú ya no perteneces aquí".
Mientras tanto, en el mercado, Henry se acercó a un puesto y vio un hermoso anillo. El precio era muy alto, pero era perfecto para Elizabeth. Henry propuso dejar un poco de dinero y mañana dejaría el resto. Emir se acercó cuidadosamente, se cubrió el rostro con la capucha de su capa y tomó una joya sin que se dieran cuenta y la metió en el bolsillo de Henry mientras disimulaba.
"¿Hasta pronto joven?", dijo el hombre del puesto. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que le faltaba otro anillo. "¿Dónde está? ¡Usted, usted lo ha tomado!", gritó apuntando a Henry. Todos se acercaron a ver qué sucedía.
"Tú lo robaste", acusó el hombre. Henry, sorprendido por la situación, intentó aclarar, pero el hombre no le creyó. "¡Muestre sus bolsillos!", ordenó. Unos soldados se acercaron entre la multitud. "Oficial, le pedimos cortésmente que vacíe sus bolsillos".
Henry vació sus bolsillos sin imaginar que caería el anillo. Quedó impactado sin saber cómo llegó allí. "¡Ladrón, detenerlo!", gritó el hombre. "¡No, es un error!", intentó explicar pero los guardias lo detuvieron y lo llevaron a la prisión del pueblo.