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El Loto Blanco —La Maldición Del Emperador Jade—

El Loto Blanco —La Maldición Del Emperador Jade—

Status: Terminada
Genre:Completas / Reencuentro / Amor en la guerra / Batalla por el trono / Reencarnación / Mundo mágico
Popularitas:1.1k
Nilai: 5
nombre de autor: Xueniao

Tres reinos fueron la creación perfecta para mantener el equilibrio entre el bien y el mal.

Cielo, Tierra e Infierno vivieron en una armonía unánime durante millones de años resguardando la paz.

Pero una muerte inocente, fue suficiente para desatar el verdadero caos que amenazara por completo el equilibrio y, la existencia de todos los seres en el planeta.

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Nace una nieva nación de las cenizas

Continuación...

Liú Xin obtuvo el poder del antiguo Huáng dì de Dì Yù, convirtiéndose en el nuevo Bì xià del imperio Dì Yù bān. Con su nuevo poder y respaldado por un imperio, durante muchos años lideró innumerables batallas con el objetivo de formar su ejército infernal. Se convirtió en el ser más conocido y temido entre los reinos, deseando que su nombre hiciera temblar los cielos, tal como le había prometido aquella criatura.

Cincuenta años después de su ascenso al poder, Liú Huó logró su objetivo y, como era de esperar, estalló una guerra entre el cielo y el infierno. El nuevo Huáng dì de Dì Yù esperó el momento oportuno para destruir por completo a los seres que más odiaba. Durante esos cincuenta años, aunque había consolidado su fama, nunca había cruzado los límites permitidos por el gran Yù Huáng Dàdì. Sin embargo, su rebelión en el plano mortal se volvió tan intensa que gran parte de los humanos dejaron de adorar a los dioses con el tiempo.

Comenzó así una guerra por el poder, la codicia y la venganza. Pasaron doscientos años en los que desató el tormento en los reinos celestiales antes de dar su primer gran golpe. Liú Huó acumuló un gran poder a lo largo de los años previos a la Gran Guerra. Derrotó a los demonios más temidos, ganándose el respeto de todas las especies. Antes de dar su gran paso, se unió a los tres demonios más poderosos de Dì Yù, otorgándoles títulos para gobernar ambos polos de su nación, la nueva nación de Dì Yù, la grandiosa "Hēiyù".

El nuevo reinado del Dì Yù bān nació con los seres más fuertes de la existencia, y Liú Huó se lanzó personalmente contra los reinos celestiales. Arrasó por completo, calcinando y destrozando los templos de más de mil dioses, junto con el rey del norte Ming Jiang y el rey del sur Tae Ming. Liú Huó sostuvo un duelo infernal durante décadas.

En su gran golpe, Liú Huó se enfrentó al Bì xià Celestial, el wáng Wun Yao, más conocido como Yù Huáng Dàdì. Esto provocó grandes catástrofes en la tierra mortal y lo obligó a firmar un tratado de paz por setecientos años.

Desde aquel día, el Cielo, la Tierra y el Infierno mantuvieron una tregua. ¿La razón? El cuerpo del señor de las tinieblas fue devuelto a su dueño. Los cielos se vieron obligados a tomar medidas y diseñar un nuevo plan ante el temor de los nuevos reyes infernales, ya que su unión sería suficiente para acabar con los cielos y sembrar el caos en el universo.

Los reinos celestiales acordaron un pacto con los tres reyes de Dì Yù, marcando el comienzo de una frágil paz.

 En medio de las calamidades que azotaban el presente, Wun Yao tomó una decisión trascendental: entregar el cuerpo del príncipe heredero de WūYā, Xuě Tiān, en un intento por aplacar la ira de Liú Huó y poner fin a las hostilidades.

Con renovada esperanza y el cuerpo del príncipe intacto, Liú Huó se dedicó a recolectar las almas necesarias para reconstruir la esencia de su Alteza real. Sin embargo, la pregunta que resonaba en todos era: ¿por qué Wun Yao había entregado el cuerpo del heredero de WūYā?Presionado por las cuatro grandes potencias y bajo la influencia de la corte celestial, Wun Yao pactó un trato con Liú Huó. Aseguró que el cuerpo del príncipe mortal aún albergaba vida y lo entregó sin daños.

Pero a pesar de los esfuerzos de Yù Huáng dà dì por calmar la ira de Liú Huó, este no aceptó la tregua sin imponer sus condiciones. El príncipe mortal de la extinta nación de WūYā había caído en un sueño eterno. Su alma se había fragmentado en el momento en que su corazón dejó de latir, y aunque Wun Yao había logrado preservar parte de su esencia para mantenerlo con vida, el motivo detrás de este efecto seguía siendo un misterio.

El cuerpo del niño permanecía intacto, tal como había quedado doscientos años atrás. Para sorpresa de Wun Yao, un poder desconocido emanaba del dāntián del mortal, impidiéndole infligir daño alguno al dueño del cuerpo.

Wun Yao dedicó mucho tiempo a desentrañar el enigma que se le presentaba, pero las guerras y el surgimiento de un enemigo igualmente formidable dificultaron su búsqueda de respuestas. Decidió entregar el cuerpo y apaciguar la ira de su enemigo para proteger al reino celestial y salvaguardar su trono. Al ceder el cuerpo a Liú Huó, esperaba que este descubriera y desmantelara los misterios ocultos tras el destino del pequeño mortal, con la intención de arrebatarle posteriormente el control y eliminar así la amenaza que representaba, mientras se apoderaba del poder que se ocultaba en el frágil ser humano.

Sin embargo, Wun Yao no esperaba que la furia del nuevo Bì xià de Dì Yù fuera aún más grande y poderosa que la suya, y además, estuviera sediento de poder. Liú Huó estableció un plazo limitado: nadie podía garantizar que el cuerpo y la vida de su Alteza prevalecieran. Por lo tanto, otorgó setecientos años, y si durante ese tiempo su Alteza no despertaba ni mostraba signos de mejoría, él desataría una destrucción implacable en los cielos, sin compasión alguna.

...

Con el fin de la guerra, Liú Huó se dedicó por completo a buscar la forma de restaurar el alma de su Alteza. Fue entonces cuando recordó el peñón extractor otorgado por el antiguo gobernante de Dì Yù. Pasaron cientos de años recolectando almas de diferentes seres y especies que habitaban la tierra, pero por más que intentara, el extractor jamás se llenaba.

Con el paso del tiempo y sin ningún progreso, aquellos setecientos años se convirtieron en un tormento constante que transcurrió lentamente, causando un inmenso peso en su desgarrado corazón. Liú Huó dejó de entrometerse en los asuntos terrenales y se dedicó a construir el imperio infernal más grande de la historia, sometiendo a todos los seres del inframundo.En su búsqueda por fortalecer aún más su gran imperio, Liú Huó buscó la forma de traer de regreso a los leales soldados que lucharon junto a él en la batalla por WūYā. Así, con los huesos de sus soldados muertos, dio vida a una nueva creación y a su nuevo general, Lí Yàn Yàn.

 Este soldado había servido fielmente en la batalla hacía demasiados años. Pasaron más de novecientos noventa años para que Liú Huó completara su imperio por completo. Con su gran poder, tomó el control total tanto del imperio Dì Yù Bān como del plano mortal y lo nombró BáiYù, la tierra media.

Los cielos estaban furiosos ante tal hecho, pero se mostraban renuentes a actuar o provocar otra guerra, ya que los mortales, con el paso del tiempo, les veneraban cada vez menos. Gran parte de su poder había menguado y sabían que estaban en desventaja.

«La oración alimenta el poder de los dioses, mientras que el terror de los mortales alimentaba las vastas tierras del inframundo».

A pesar de ello, Liú Huó prohibió la muerte innecesaria de cualquier mortal a manos de Hēiyù. Aunque esto no evitaba que, de vez en cuando, sus habitantes hicieran de las suyas. Si bien la ciudad de Hēiyù era conocida por albergar a los seres más temibles de Dì Yù, también era reconocida por una estricta y única ley: «No habrá muerte mortal sin el consentimiento del Huáng dì de Dì Yù».

Cada alma asesinada por los habitantes de Hēiyù había sido una escoria en su vida mortal: asesinos, violadores o ladrones terrenales. Eran almas condenadas a las garras de aquella ciudad. El Huáng dì de Dì Yù simplemente reclamaba lo que le pertenecía y, con ello, mantenía bajo control sus imperios.

...~○~...

Caminé directamente hacia la puerta después de contemplar durante un tiempo la gran nación en la que se había convertido Hēiyù. Me detuve frente a las cortinas blancas que ocultaban el cuerpo de su Alteza, reprimiendo con fuerza la angustia que me envolvía.

Frente al trono, se encontraba Lí Yàn Yàn de pie, recto y orgulloso. Ha sido mi leal servidor durante más de setecientos años, tal vez incluso más si considero su viaje conmigo desde los tiempos de la antigua gloria de WūYā. A pesar de ser solo un cuerpo de barro, logré preservar su alma y con ella todos sus recuerdos. Con sus años de entrenamiento militar y su capacidad para cultivar con energía resentida, se convirtió en mi confidente más fiel y mi sirviente más capaz.

—Lí Yàn Yàn... —le llamé.

Me acerqué lentamente al trono, Yàn Yàn volteó para mirarme y realizó una leve inclinación mostrando respeto. —Bì xià Liú, ya me he ocupado del molesto incidente que ocurrió. Era solo un pequeño demonio de las tierras del norte. También envié un mensaje a Dàren Míng para asegurarme de que esto no vuelva a suceder.

Sonreí y negué suavemente. —Está bien, gracias por tu trabajo. Puedes retirarte.

Lí Yàn Yàn se dio media vuelta, dio tres pasos y luego se detuvo, volviendo a mirarme. —Bì xià Liú...

Dirigí mi mirada hacia él, sabiendo que su silencio ocultaba temas complicados de abordar. Sin embargo, de alguna manera siempre encontraba las palabras adecuadas para abordarlos. —Habla.

Asintió y caminó hacia mí hasta quedar frente a frente. —Sé que mencionarlos no es algo que te agrade, pero Yáng Měi gūniang y Lí sǒng gōngzǐ están en las tierras de Hēiyù. No he tenido tiempo de averiguar los motivos de su llegada, pero se han mantenido discretos hasta ahora. Si su Alteza lo desea, podría escoltarlos hasta aquí.

Me froté la sien con irritación y lo miré negando. —Está bien, déjalos estar. Mientras no causen problemas, pueden entrar y salir a su antojo. Mantenme informado de cualquier contratiempo y asegúrate de que nadie les haga daño dentro de mis dominios.

Yàn Yàn me miró dubitativo durante unos segundos antes de asentir obedientemente. —Mm, entiendo. Entonces me retiraré.

Sabía que la mente de Yàn Yàn debía estar en conflicto. También sabía que pedirle que los vigile personalmente era un dilema para él, pero él sabía que no confiaría en nadie más para esa tarea. —Lí Yàn Yàn, si deseas verlos... solo ve con ellos. Ellos son tu familia, después de todo.

Negó suavemente, me miró fijamente a los ojos y aunque parecía calmado, pude notar cómo apretaba ligeramente los dientes. —Él es un ser celestial, yo soy un fiel sirviente de Huáng dì. Ya no hay lazos entre nosotros — murmuró Lí Yàn Yàn mientras caminaba lentamente hacia las sombras, desapareciendo entre alguna de las puertas. Aunque no decía nada, comprendía el amargo sabor que lo consumía. Se encontraba en una posición complicada, uno de los mismos motivos por los que había aceptado una tregua con los cielos.

Hacía muchos años que los únicos amigos de su Alteza habían ascendido como dioses. A pesar de haberme enterado cincuenta años después de la caída de WūYā, todavía me costaba asimilar lo que eso significaba. Al principio los odié sin comprender por qué traicionarían a su Alteza. Luego entendí que habían sido engañados de la misma forma que todos en WūYā, sin tener la mínima noción de las despreciables acciones que aquellos seres habían llevado a cabo.

Después de que Wun Yao me entregara el cuerpo de su Alteza, los jóvenes dioses han ingresado a mis tierras innumerables veces. Lo han hecho en silencio, de manera sigilosa, tratando de no ser notados, pero nunca han llegado cerca del palacio Bēi guān. Aunque desconozco sus planes, no puedo actuar en su contra. Después de todo, fueron las únicas personas que realmente apreciaron y cuidaron a su Alteza durante aquel tiempo en el que su vida fue tan fría y solitaria. Por otro lado, el joven dios Lí Sǒng es el hermano menor de Lí Yàn Yàn, y no puedo ponerlo en una situación tan delicada. Solo espero que no llegue el día en que se produzca un nuevo enfrentamiento entre Dì Yù y la ciudad celestial. Sé muy bien que ellos también esperan lo mismo.

...~○~...

—Yáng Měi, ¿puedes decirme por qué estamos aquí otra vez? — Lí Sǒng miraba con irritación a Yáng Měi, quien estaba comprando ropa animadamente en la capital Hēiyù, mientras lo ignoraba por completo.

—Ya te lo dije, solo quería comprarme algo nuevo. ¿Qué otra razón podría haber? — Yáng Měi lo miró de reojo mientras trataba de alejarse lo más posible de él. —Llevamos décadas con lo mismo. Si quieres verlo, vayamos de una vez. Deja de hacerme perder el tiempo.

Lí Sǒng agarró bruscamente a Yáng Měi del brazo, mirándola a los ojos. —Yáng Měi, es hora. No podemos simplemente venir aquí. Somos dioses, esta tierra es suya. Es estúpido pensar que él no sabe de nuestra presencia. ¿Cuánto más crees que nos perdonará entrar en sus tierras?

Yáng Měi bajó lentamente la mirada. —Lo sé, pero tengo miedo. Tengo miedo de mostrar mi rostro. Somos dioses, Lí Sǒng, y estamos cada día con aquellos que dieron muerte a su Alteza.

Yáng Měi sollozó suavemente, escondiendo su rostro entre sus manos. —Siento que lo estamos traicionando, Lí Sǒng. No sé cómo remediar esto. Lo extraño.

Lí Sǒng la abrazó y acarició suavemente la cabeza. Comprendía perfectamente ese sentimiento. Lo habían llevado en su corazón durante demasiados años. —Claro que no, jamás lo traicionaríamos a su alteza. Solo estamos esperando su regreso. Cuando llegue el día, pelearemos a su lado y lo vengaremos desde los cielos. Este no es el momento, solo debemos esperar un poco más.

Yáng Měi lo miró, limpiando sus ojos, y asintió. Sabía que llorar no solucionaría nada, pero ese conocimiento no había calmado nunca la angustia que sentía. —¿Crees que... nos permitirá verlo?

Lí Sǒng miró el palacio a lo lejos y susurró. —No lo sé. Siempre fue alguien difícil de comprender. Nos ha permitido invadir sus tierras durante muchos años sin hacer nada. Pero no sé cómo reaccionará si nos presentamos frente a él.

Yáng Měi sonrió con tristeza y miró en la misma dirección que Lí Sǒng. —Volvamos. Será la próxima vez, lo prometo. La próxima vez iremos sin importar qué.

Yáng Měi hizo una breve inclinación hacia el palacio y emprendió el regreso. Lí Sǒng imitó el gesto y la siguió en silencio. Había pasado mucho tiempo desde que descubrieron que la muerte de su alteza era solo una farsa. Sus corazones se habían roto de manera inexplicable, pero ya era un hecho irreversible. Juraron dar la espalda a los cielos desde el día en que supieron la verdad. A pesar de dedicarse a vagar por las ciudades terrenales en busca de paz, abandonar el lugar al que ahora pertenecían no era una tarea fácil.

Ambos habían ascendido por artimañas de los cielos, aunque aún desconocían el motivo. Estaban seguros de que el nacimiento de Liú Huó como nuevo gobernante de Hēiyù tenía mucho que ver con ello. Lamentablemente, descubrieron la crueldad de los cielos cincuenta años después de sus ascensiones, justo cuando se encontraban en la mira del Yù Huáng Dà Dì y todo el plano celestial.

Pero con la verdad reflejada en sus ojos, a pesar del riesgo que conllevaba, no pudieron permanecer mucho tiempo en aquel imperio celestial. Optaron por vagar por el plano mortal, llevando sus días como taoístas errantes y simples cultivadores en busca de un poco de paz en un mundo lleno de maldad.

En muchas ocasiones, Lí Sǒng se sintió tentado de abandonar su posición en los cielos y prestar servicio a Liú Xin. Sin embargo, su conciencia pesaba, al igual que la de Yáng Měi. No se consideraban dignos de caminar bajo su liderazgo. Por eso juraron esperar pacientemente hasta tener la oportunidad de vengar a su alteza. Rogarían por su perdón cuando llegara el momento, dispuestos a enfrentar cualquier consecuencia.

...~○~...

Descansaba placenteramente hasta que el tintineo de unos cascabeles resonó en el silencio del gran salón. —Un día tan hermoso y no podía faltar tu presencia en mi palacio —dije con soberbia, abriendo mi ojo izquierdo hacia la persona que se inclinaba frente a mí con una sonrisa descarada.

—¡Oh! Parece que me has extrañado mucho, Xiǎo Huó —una risa burlona y unos pasos ligeros se acercaron a mí, y sentí la helada mano de ese irritante ser posarse en mi frente.

—No pongas a prueba mi paciencia, Chǒu Tài —respondí.

La risa se hizo más fuerte y estruendosa. —Eras más amable cuando me llamabas gēge. Te estás volviendo cada vez más gruñón encerrado entre estas paredes. Deberías salir. El mundo prácticamente te pertenece —suspiré sin abrir los ojos.

—¿Qué sentido tiene realmente? No hay nada que llame mi atención. Lo único importante en mi vida está encerrado entre cuatro paredes, dentro de este palacio... —dije, más como una afirmación que como una pregunta.

Escuché el suspiro exagerado de Chǒu Tài mientras sacudía mis hombros con sus manos frías. —Vamos, satisface a este viejo gēge y exploremos otras tierras juntos —me instó.

Abrí los ojos y lo miré negando suavemente. —¿En qué líos te has metido esta vez para solicitar mi compañía en tus extravagantes viajes? ¿Has robado otra esposa? ¿A alguna hija de un noble? ¿O tal vez has asesinado a alguien de importancia?

Chǒu Tài frunció los labios exageradamente y luego abrió la boca, fingiendo ofensa. —¿Cómo puedes decir algo así de tu hermano mayor? —se cruzó de brazos y rió, moviendo la mano como si indicara un error—. Solo es para rememorar los viejos tiempos. Este hermano tuyo no se ha metido en problemas nuevamente —aseguró.

Reí negando con la cabeza y coloqué mis manos debajo de mi cabeza, acomodándome. —Iré. Además, necesito más almas. Hay demasiados despreciables que eliminar del reino mortal. Sus reyes han enviado demasiadas misivas ofreciendo almas en donación.

Chǒu Tài rodó los ojos y suspiró exageradamente mientras se ponía de pie y sacaba un abanico de su manga. —Nunca entenderé a los mortales. Siempre tan... especiales. Son demasiado traicioneros entre ellos. ¿Enviar hombres al Bì xià de Dì Yù? ¿No es un castigo excesivo? —me miró burlonamente mientras se alejaba lentamente.

Abrí repentinamente los ojos y lo vi salir corriendo, desapareciendo entre alguna de las puertas del gran salón. Negué suavemente y sonreí. Esta situación era una rutina habitual desde hace muchos años. Aunque la agonía de no tener a su Alteza era constante, no podía negar que tanto Chǒu Tài como Lí Yàn Yàn eran un gran apoyo en la soledad que intentaba corroerme día tras día.

Glosario:

Dì Yù bān: Infernal.

Hēiyù: Infierno Negro, nombre de la capital de Dì Yù.

BáiYù: Infierno Blanco, nombre de la capital del plano mortal.

  WūYā: Cuervo, Ex nación del príncipe Xuě Tiān.

Dàren:   Un honorífico utilizado para un funcionario o una persona con autoridad. 

Gōngzǐ: título para varones jóvenes, uso informal/ Joven maestro.

Gūniang: Título para mujeres jóvenes, uso informal/  Señorita 

Wáng: Rey, uso informal.

Xiǎo: Pequeño /Expresión para minorizar o expresión de cariño.

Gēge: Hermano mayor / uso informal.

Dāntián: "campo del elixir", entendido como una zona del cuerpo en donde se almacena la energía que resulta del proceso alquímico. Esto con el propósito de avanzar hasta la inmortalidad/ ascender a los cielos.

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Libny Aylin Rodríguez
Que bien vas...continua
Xueniao: Muchas gracias por el apoyo, espero que la historia sea de tu agrado. Sientete libre de corregir o brindar cualquier aopinion, siempre estoy abierta a las aopiniones, para poder mejorar.❤️
total 1 replies
~abril(。・ω・。)ノ♡
Esta historia me hizo recordar por qué me encanta leer. ¡Gracias por hacerme feliz! 😘
Xueniao: Gracias por el apoyo a mi pequeña historia, me alegra inmensamente que sea de tu agrado y espero que siga gustándote.❤️
total 1 replies
Felipa Bravo
Debería escribir más
Xueniao: Gracias por darle apoyo a mi historia, espero que sea de tu agrado a medida avanza.❤️
total 1 replies
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