Cuando pense que para mi todo ya estaba terminado llego esta cosa tan pequeña a revolucionar mi vida.
No quiero ser el jefe de un imperio yo solo quiero vivir mi vida esa que por años nunca me dejaron vivir.
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Soy el ultimo hijo.
Samuel , tengo 17 años y soy el hijo de la segunda esposa de mi padre con la que todavía esta en matrimonio ,hay dias en los que se despierta que me quiere y otros en los que le valgo caca.
Estoy viviendo un infierno y eso ya todos se debieron dar cuenta , la unica persona en esta casa que me demuestra su amor incondicional es mi padre pero no me salva.
Hay días que siento que no puedo mas y no tengo ganas ni siquiera de levantarme de la cama quiero mantenerme fuerte y fingir que nada me importa pero mi cara de culo en esos momentos no me ayuda , soy bueno fingiendo pero cuando tengo esos bajones emocionales no puedo fingir estar bien porque todo yo lo grita a mil kilómetros y prefiero no salir de mi cuarto.
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Capítulo 24
Narra Samuel.
Nunca había sentido tanto peso en el aire como al cruzar la puerta de la casa familiar. Por más que intentara mantenerme sereno, sabía que esta visita sería un caos. Mi madre estaba en casa recuperándose y, aunque mi padre había insistido en que todos nos reuniéramos para "reforzar los lazos familiares," sabía que era más un intento por evitar que todo se desmoronara frente a los demás.
Fernanda camina junto a mí, su mirada curiosa recorriendo cada rincón de la casa. Sé que está impresionada, pero también puedo ver cómo trata de no parecer fuera de lugar. Mi madre nos recibe en la sala principal, su sonrisa tímida no logra ocultar el collarín que todavía lleva puesto.
—Hijo, me alegra tanto verte aquí—dice suavemente. Su mirada se detiene en Fernanda, y por un momento su expresión se suaviza aún más.
Fernanda saluda con esa cortesía que la caracteriza, y mi madre le devuelve una sonrisa más sincera de lo que he visto en años.
—Fernanda. Gracias por cuidar de mi hijo.
Antes de que pueda responder, las voces de mis hermanos se hacen presentes. Damián entra a la sala con su habitual aire de superioridad, seguido por Josh y Manuel, que traen esa mirada burlona que me ha perseguido desde que tengo memoria. Saúl llega después, saludando con un gesto educado que no llega a sus ojos.
—Mira nada más—dice Damián con su tono sarcástico de siempre—, el príncipe ha regresado.
—No empieces, Damián—responde mi madre con un suspiro cansado.
—¿Y quién es la señorita?—pregunta Josh, escaneando a Fernanda con descaro.
Al parecer no recuerda que la habia visto en la clínica.
Antes de que pueda decir algo, Fernanda toma la palabra:
—Soy Fernanda, la amiga de Samuel.
Su tono es firme pero cortés, y me siento agradecido por ello. Sin embargo, la respuesta de Josh es un gesto exagerado de burla.
—¿Amiga? Vaya, Sam, pensábamos que habías traído a alguien más interesante.
No sé cómo, pero logro ignorar el comentario. Sin embargo, cuando Manuel decide intervenir, no puedo contenerme.
—¿Ya le contaron a Samuel por qué su mamá está usando ese collarín?
—Manuel, cállate—le advierte con los dientes apretados.
—¿Por qué no? Digo, si ya estamos todos aquí, sería bueno que supiera que tu querida madre se accidentó por una discusión por ti.
—¡Basta!—exclama mi madre, pero es demasiado tarde.
—¿Qué está diciendo?—pregunto, mi voz temblando de rabia.
—Oh, Samuel, ¿no sabías?—Damián sonríe con crueldad—. Cuando tu mamá trató de evitar que Manuel y Josh pelearan por tu culpa, terminó cayendo por las escaleras.
El mundo se detiene. Fernanda me toma del brazo, pero apenas siento su tacto. Mi mirada se clava en Manuel, quien ni siquiera se molesta en negar nada.
—¿Fue cierto?—pregunto, mi voz apenas un susurro.
—Por favor, hijo, no fue su intención—interviene mi madre rápidamente, como si intentara apagar el fuego antes de que se desate por completo.
—¿¡No fue su intención!?—mi voz se eleva, y en un instante estoy frente a Manuel—. ¡¿Qué clase de monstruo eres?!
Antes de darme cuenta, lo empujo contra la pared. Manuel se ríe en mi cara, como si esto no fuera más que un juego para él.
Todos en la sala estan sorprendidos por mi actitud.
—¿Monstruo? Por favor, Samuel. Lo único que queríamos era que dejaras de ser el favorito.
Fernanda se interpone entre nosotros, rogándome que me calme, pero no puedo. Mi padre entra en la sala en ese momento, su voz autoritaria resonando en las paredes.
—¡Ya basta!
El silencio se apodera de la sala, pero mi pecho sube y baja con rapidez.
—Esta familia es un desastre—digo con la voz rota.
—Y eso es culpa tuya, papá—agrega Damián, con una sonrisa amarga—. Siempre marcaste tus favoritismos, y ahora nos pides que nos comportemos como si no hubiera heridas abiertas.
Mi padre parece tambalearse ante sus palabras, pero rápidamente recupera la compostura.
—Esto no es culpa de nadie más que de ustedes mismos—dice, su voz firme, aunque no logra ocultar la culpa en sus ojos.
Fernanda, que había permanecido en silencio hasta ahora, toma la palabra.
—Con todo respeto, creo que es evidente que todos tienen mucho que decirse, pero no así. Esto no va a resolver nada.
Su voz calma la tensión, al menos por un momento. Mi madre asiente, y por primera vez en años, parece que alguien ha logrado hacer que todos reflexionen, aunque sea un poco.
Pero sé que esto no termina aquí. Este es solo el comienzo de una batalla que lleva años librándose en silencio.
[...]
El silencio en la sala es denso, pesado. Cada uno de nosotros está atrapado en su propia burbuja de resentimiento y amargura, esperando que alguien dé el siguiente paso. Damián mira a mi padre con esos ojos fríos, como si estuviera esperando que se derrumbara. Josh y Manuel, por otro lado, siguen con sus gestos despectivos, como si esta pelea fuera un espectáculo que los entretiene. Y Saúl... Saúl solo observa, como siempre, con esa calma calculadora que me pone los nervios de punta.
—¿Y ahora qué?—pregunta Damián, sin intentar disimular su sarcasmo.
Mi padre no responde, y en lugar de eso, sus ojos se clavan en los de Damián, como si intentara entender lo que se le pasa por la cabeza. La tensión en la habitación es palpable, y yo solo quiero que termine, que todos se vayan, que deje de sentirme como una pieza más de este juego tan macabro que nunca pedí jugar.
—No tienes que hacer esto, padre—le digo en voz baja, pero con firmeza, mirando a los ojos al hombre que, en su momento, fue mi único apoyo. Aunque hoy, no puedo evitar preguntarme si alguna vez lo fue realmente.
Jorge no me responde. Su rostro permanece impasible, pero sé que me escucha. A lo lejos, Saúl susurra algo a su teléfono, y aunque no puedo oír claramente lo que dice, sé que está desviando la atención. Es su forma de manejar las cosas, siempre distante, siempre desconectado. Como si nada de esto fuera personal para él.
Me siento como si estuviera flotando en el medio de un mar de resentimientos, atrapado entre los miembros de una familia que nunca me ha aceptado completamente. Damián, con su rencor visceral hacia mí, Josh con su indiferencia y Manuel… Manuel con su odio explícito que no necesita palabras para ser entendido.
—Samuel, ¿qué haces aquí?—me interrumpe Damián, su voz cargada de burla. Se da la vuelta y me mira con desdén. —Pensé que ya habías encontrado un lugar mejor para ti, ¿o es que aún te siguen cargando los recuerdos de tu empleada favorita?— El tono de su voz es cortante, venenoso.
Las palabras me atraviesan como una espada. No sé si me duele más el hecho de que me ataque sin razón, o que de alguna forma tiene razón en su sarcasmo. Siempre he sido el niño débil, el que no encajaba, el que parecía no tener un propósito más allá de ser el estorbo.
Mi corazón late con fuerza, pero trato de mantener la calma. No voy a permitir que sus palabras me afecten más de lo que ya lo han hecho a lo largo de los años. Estoy cansado de ser el blanco fácil, el que todos atacan cuando necesitan descargar sus frustraciones.
—No tengo por qué responder a tus provocaciones, Damián—le digo, esta vez con voz firme, sin vacilaciones.
Él sonríe, un gesto cargado de desprecio, pero no dice nada más. Es como si la chispa de su provocación se apagara por sí sola, como si no estuviera listo para enfrentarse a lo que en realidad significo para él.
En ese momento, mi padre finalmente se decide a hablar, rompiendo el silencio incómodo que lo ha envuelto todo.
—Basta—dice con voz grave. —Dejen de pelear. Esto no nos lleva a nada.
Es la primera vez en mucho tiempo que escucho una palabra de autoridad proveniente de él. Por un instante, parece que mi padre recobrara algo de su poder, como si la figura de "líder" estuviera regresando a la familia. Pero rápidamente, su mirada se desvía hacia Saúl, como buscando su aprobación.
—Saúl—dice, como si su hijo fuera el único que realmente lo entiende. —¿Qué opinas de todo esto?
Saúl, que hasta ahora se había mantenido en silencio, coloca el teléfono en su bolsillo y se vuelve hacia el grupo. Sus ojos, siempre fríos y calculadores, se posan brevemente sobre mí, pero rápidamente se desvían hacia Damián.
—Este circo no va a llevarnos a nada—responde Saúl, cruzando los brazos. —Lo que deberíamos hacer es solucionar las cosas de manera civilizada, sin tanta hostilidad. Todos estamos aquí por un motivo, ¿no?— Su mirada se mueve entre los hermanos, y por un segundo, se detiene en Manuel, que lo mira con la misma animosidad que siempre.
—Tienes razón—responde Jorge, con un suspiro profundo. —Pero no sé si todos están dispuestos a escuchar.
Mi pecho se aprieta. Sé que no soy el único que se siente atrapado en esta vorágine de resentimientos y secretos no contados. Pero también sé que esto no tiene solución fácil. No sé si algún día las piezas encajarán, si alguna vez seremos una familia de verdad. A veces me pregunto si vale la pena luchar por algo que nunca existió realmente.
—¿Sabes qué?—digo, buscando en mis palabras algo que me dé sentido. —Estoy cansado de todo esto. No quiero más conflictos. No quiero más peleas. Si esto va a seguir así, prefiero quedarme fuera.
Me doy la vuelta y empiezo a caminar hacia la puerta. Fernanda, que había estado callada todo este tiempo, se pone de pie y me sigue sin dudarlo. Al llegar a la puerta, me detengo por un momento, mirando a todos los presentes.
—Si alguna vez quieren que las cosas cambien, tienen que empezar a cambiar ustedes primero—murmuro, antes de salir de la habitación.
La puerta se cierra detrás de mí, y el pesado silencio de la casa me sigue como una sombra. Pero al menos, por primera vez, siento que he hecho algo por mí mismo, algo que no me obliga a seguir jugando el juego de los demás.
El resto de la familia puede seguir peleando, pero yo... yo solo quiero encontrar paz, aunque sea por un momento.
habrá continuidad?
escritora por favor!!!